IBSEN MARTÍNEZ 10 de febrero de 2020
El
empresario venezolano, Alberto Vollmer, ve claro que el país está maduro (no es
un juego de palabras) para adoptar el llamado “modelo chino”
Un
empresario venezolano, el señor Alberto Vollmer, quien está al frente de una
destilería de rones añejos, fundada en el s.XVIII, ve claro que el país está
maduro (no es un juego de palabras) para adoptar el llamado “modelo chino”.
La
interpretación que hace Vollmer de lo que puede traer el “modelo chino” a
Venezuela sugiere que el fin del control del mercado de divisas, la
dolarización de la economía, la liberación de precios y el despliegue emprendedor
de los talentos criollos en procura de la prosperidad puede convivir, por
ejemplo, con la incesante violación a los derechos políticos de los venezolanos
expresada en la persecución, encarcelamiento o destierro forzado de decenas de
representantes de oposición legítimamente elegidos.
No
es, ciertamente, novedad que alguien quiera ver oportunidades para la
iniciativa privada donde las mayorías venezolanas solo padecen hambre y mengua
hospitalaria, experimentando de paso el terror sin término que supone el
despliegue permanente de las bandas armadas de la FAES que tan solo en los
últimos dos años asesinaron en nuestras barriadas a más de 7.000 venezolanos,
según cifras responsablemente documentadas por la ONU y media docena de
oenegés. La democracia, en verdad, surgió siglos antes que el capitalismo y no
es forzoso que vayan de la mano.
Una
de las paradojas del socialismo del siglo XXI ha sido haber criado centenares
de empresarios, algunos de ellos vástagos de eso que antes se llamaba “familias
de pro”, cuyas fortunas invariablemente se escriben hoy con muchos dígitos
seguidos de nueve ceros.
Sin embargo, sonrío invariablemente cuando leo que “un
empresario” venezolano ha sido detenido en Houston o Miami o Nueva York por un
asunto de lavado de dólares desviados de los fondos de Petróleos de Venezuela.
Pienso que las agencias harían mejor en decir que ha sido detenido un
defraudador, un traficante de influencias y capitales, en lugar de despachar
mal el cuento diciendo que se trata de un empresario.
Llámenme ingenuo pero la voz “empresario” me remite a
Henry Ford, a Carl Siemens y, por deriva de ideas, a Schumpeter o a Drucker,
nunca a un sujeto que vende con sobreprecios una planta termoeléctrica
invisible a un gobierno de pícaros y precipita con ello una crisis de energía
eléctrica en la que mueren cientos de personas. Luego de este rodeo, me
apresuro a decir que, hasta donde alcanza uno a ver, el señor Vollmer no es un
oficiante más del saqueo de Venezuela sino cabeza de una empresa familiar
fundada hace 200 años.
Un singular programa de acción social, echado adelante
por su destilería hace casi veinte años, logró hacer de una conflictiva
invasión de tierras en su hacienda azucarera la ocasión de actuar
comunitariamente en favor de varios centenares de familias.
La pieza más celebrada del programa es el plan
“Alcatraz” que logró cooptar peligrosos jefes de bandas criminales, alojados en
cárceles venezolanas, para la acción comunitaria. El rugby, rudo deporte de
contacto al que Vollmer es aficionado, es parte del plan de estudios y, muy
famosamente, se ha avenido bien con el talante de los malhechores. Ya se han
celebrado en la hacienda varios torneos internacionales de rugby. Y aquí cesa
el clip sobre responsabilidad social de la empresa licorera como atracción
turística.
El saludo de Vollmer al modelo chino acompañó el
anuncio de que ha vendido un millón de acciones de su licorera. La oferta
pública de acciones es la primera operación de ese tipo registrada en la
fenecida Bolsa de Valores de Caracas en más de 11 años.
Vollmer evocó la apertura de la Bolsa de Shangái en
1990, otorgándole un valor predictivo a su comentario. La licorera aspira a
vender 6 millones de acciones y recaudar tres millones de dólares para sus
planes de expansión. Un reporte de la agencia Reuters dice que Vollmer «forma
parte de un grupo que se define como “optimistas anónimos” y desde hace meses
reúne a 39 hombres de negocios, banqueros e inversionistas venezolanos con un
punto de vista diferente al de buena parte de los portavoces de las
asociaciones del sector privado».
Me imagino una comparecencia del grupo de optimistas
anónimos ante la prensa. ¿Llevarían pasamontañas, como los caballeros de
industria del ELN? Lo cierto es que todos ellos coinciden en que el giro “a la
china” es inexorable.
Una de las diferencias que los optimistas sostienen
ante sus pares del mundo empresarial se refiere a las sanciones impuestas por
Washington a los capos de la dictadura. Son sanciones que en muchos casos
afectan a empresas transnacionales en tratos con Maduro. Siempre según Reuters,
Vollmer y los 39 optimistas (más un señor Velutini, presidente de un fondo de
inversiones inmobiliarias) « han tenido reuniones informales con autoridades
estadounidenses por el impacto de las sanciones, están dispuestos a hablar con
el Departamento del Tesoro porque las medidas -impuestas para asfixiar al
Gobierno de Maduro-, están afectando al sector privado formal que ha
sobrevivido estos años duros y quiere subsistir».
El modelo chino, ¿eh? Conque optimistas que prefieren
el anonimato al vaticinar un indetenible giro liberal en la política económica
de la dictadura. Interesante idea. Ojalá aboguen solo en pro del “sector
formal” y no también, inadvertidamente, por el bienestar financiero de gentuza
como Diosdado Cabello. Eso sería efecto no deseado de una loable iniciativa.
Confiemos, con el verso de Antonio Machado, en que no será verdad nada de lo
que sabemos.
Ibsen Martínez
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