Joschka Fischer 08 de febrero de 2016
El inicio de 2016 fue de todo menos
tranquilo. La caída de las Bolsas en China desestabilizó los mercados de todo
el mundo. Las economías emergentes parecen paralizadas. El precio del petróleo
se derrumbó y puso en crisis a los productores. Corea del Norte exhibe su poder
nuclear. Y en Europa, la crisis de los refugiados fomenta una ola tóxica de
nacionalismo, que amenaza con despedazar a la Unión Europea. Sumemos las
ambiciones neoimperiales de Rusia y la amenaza del terrorismo islámico, y lo
único que faltaría para completar un año con visos de maldición profética sería
que aparezca un cometa en el cielo.
Allí donde uno mire verá caos
creciente. Parece que el orden internacional que se forjó en la fragua del
siglo XX se está acabando y no tenemos el menor atisbo de lo que vendrá a
reemplazarlo.
Los desafíos a los que nos
enfrentamos son conocidos: globalización, digitalización, cambio climático,
etcétera. Lo que no está claro es el contexto en el que surgirá la respuesta
(si es que surge). ¿En qué estructuras políticas, por iniciativa de quién y
según qué reglas se negociarán (o dirimirán por la fuerza, si negociar fuera
imposible) estas cuestiones? El orden político y económico no surge simplemente
del consenso pacífico o de la imposición no discutida del más poderoso. Siempre
ha sido resultado de una lucha por el dominio (a menudo brutal, sangrienta y
prolongada) entre potencias rivales. Solo a través del conflicto se establecen
los pilares, las instituciones y los actores de un nuevo orden.
El orden occidental liberal que ha
regido desde el fin de la II Guerra Mundial se basó en la hegemonía de Estados
Unidos. Como auténtica potencia global, fue dominante no solo en el campo del
poder duro militar (además de económica y financieramente), sino en casi todas
las dimensiones del poder blando (la cultura, el idioma, los medios de
comunicación masivos, la tecnología y la moda).
La Pax Americana que aseguró un alto
grado de estabilidad global comenzó a flaquear (sobre todo, en Medio Oriente y
la península coreana). Aunque Estados Unidos siga siendo la primera potencia
planetaria, ya no tiene capacidad o voluntad de ser el policía del mundo o
hacer los sacrificios necesarios para garantizar el orden. Por su propia
naturaleza, un mundo globalizado rehúye la imposición del orden del siglo XXI.
Y aunque el surgimiento de un nuevo
orden mundial puede ser inevitable, todavía no se distinguen sus fundamentos.
Parece improbable que sea uno liderado por China; esta se mantendrá ensimismada
y concentrada en la estabilidad interna y el desarrollo, y es probable que sus
ambiciones se limiten al control de su vecindario inmediato y los mares que la
rodean. Además, le falta (en casi todo) el poder blando indispensable para
tratar de convertirse en una fuerza de orden mundial.
Tampoco parece que estos tiempos de
transición turbulenta vayan a terminar con el surgimiento de una segunda Pax
Americana. La resistencia de potencias regionales y posibles contraalianzas
sería excesiva. De hecho, es probable que el principal desafío de los años
venideros sea manejar la pérdida de influencia de Estados Unidos. No hay un
marco establecido para la retirada de un conductor global. Una potencia
dominante puede caer como resultado de una lucha por el dominio, pero no por
retirada voluntaria, porque el vacío de poder resultante pondría en peligro la
estabilidad de todo el sistema. Es de prever que el próximo presidente
estadounidense, quienquiera que sea, se pase su mandato supervisando el fin de
la Pax Americana.
Para Europa, esto supone un problema
igualmente difícil. ¿Será la decadencia de la Pax Americana antesala de una
crisis o un conflicto inevitables? El ascenso del neonacionalismo por todo el
continente parece apuntar en esa dirección, y las implicaciones son
desalentadoras.
La aciaga posibilidad del suicidio de
Europa ya no es impensable. ¿Qué pasará si la política de la canciller alemana
Angela Merkel hacia los refugiados supone el fin de su Gobierno, si Reino Unido
abandona la Unión Europea o si la populista francesa Marine Le Pen se hace con
la presidencia? Un descenso hacia los abismos es el resultado más peligroso que
uno pueda imaginar, si acaso no es el más probable. Claro que el suicidio es
evitable. Pero quienes alegremente cincelan la posición de Merkel, la identidad
europea de Reino Unido y los valores iluministas de Francia amenazan con
socavar la cornisa en la que hoy todos estamos parados.
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