Vladimiro Mujica 13 de septiembre de 2018
Mi
primera visita al monasterio de San Pedro Claver en Cartagena de Indias me dejó
cargado de interrogantes sobre la canonización del religioso, el hecho de que
se hiciera llamar el “esclavo de los esclavos” y que se le presentara como el
defensor de los derechos humanos de los esclavos negros. Una circunstancia
notable porque su obra precede a cualquier actividad que caiga bajo esa
denominación. Sobre todo, habiendo vivido en una época en que los humanos
tenían pocos derechos como tales y eran, en verdad, no mucho más que súbditos o
esclavos de la corona.
Tratando
de indagar un poco más, heme aquí nuevamente en el santuario, esta vez
escuchando la homilía dominical del obispo de Cartagena con ocasión del
aniversario de la muerte del santo. A la distancia, vagamente audible, alcanzo
a escuchar al prelado hablando de los venezolanos como “los nuevos pobres”, e
instando a los feligreses a perdonarles su arrogancia pasada a los vecinos; a
olvidar que los venezolanos asociaban a los colombianos emigrantes con el
oficio de sirvientes. A acogerlos y brindarles refugio en estos tiempos de
penurias para la patria de Simón Bolívar. No menciona el obispo a los
acaudalados dueños de Farmatodo, venezolanos también y que han mudado buena
parte de su centro de operaciones a Colombia. Ni a Empresas Polar, algunas de
cuyas instalaciones principales se han desplazado desde Venezuela. Ni a los
miles de profesores e investigadores, médicos, odontólogos, arquitectos e
ingenieros que han inundado Colombia con sus conocimientos y formación. No, el
obispo sabiamente se refiere a quienes traen sus miserias y su pobreza, a
quienes reclaman asistencia y socorro, a quienes tienen el potencial de irritar
al colombiano de a pie. A quienes cruzan por cualquier medio la frontera:
caminando, a lomo de mula o de parrilleros en las motocicletas de cualquiera de
las bandas que controlan la frontera y sus pasos ilegales. A los nuevos pobres,
pues.
Todavía
con la imagen de la inusitada historia del santo defensor de los DDHH, y me
encuentro con otra noticia sobre el tema que no deja de sorprenderme
gratamente. Finalmente ha despertado Michelle Bachelet de su enamoramiento con
la epopeya del comandante Hugo Chávez”
Finalmente
se escucha su voz desde su nueva posición como Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos. Finalmente, se le escucha denunciado la
persecución, la tortura, el acoso al que el régimen de Nicolás Maduro, hijo
predilecto de Chávez, somete a la disidencia venezolana.
Finalmente,
señala la destrucción de la economía, del tejido social, de la atención médica,
y el yugo omnipresente de la inseguridad como causantes de la salida de
millones de venezolanos de su país y la generación en Venezuela de una
“emergencia humanitaria compleja” – como la describe un reciente documento del
Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales – que afecta a toda la región.
Quizás sea otro aniversario de la tragedia de la polarización de la sociedad
chilena que llevó al derrocamiento de Salvador Allende, lo que haya hecho
despertar a la señora Bachelet del lado correcto de la historia sobre Venezuela
y su malhadado régimen totalitario, que disfrazado de izquierdismo sigue
confundiendo a tanta gente de buena voluntad. Bienvenida al lado de la historia
verdadera sobre la destrucción de una nación por sus propios gobernantes.
Después
de 20 años de penurias y de asistir a una hecatombe que literalmente no tiene
precedentes en tiempos de paz, los venezolanos nos encontramos en una difícil
situación de deriva intelectual y emocional que nos impide leer e interpretar
los actos del gobierno con la racionalidad que se requiere para salir de este
hueco histórico. Por ejemplo, cuando los infaustos hermanos Rodríguez niegan el
éxodo de la miseria de los nuevos pobres y lo atribuyen a la propaganda de
derecha y esgrimen como contraargumento la fantástica cifra de los cinco
millones de colombianos que supuestamente viven en Venezuela, nuestra gente los
acusa de cínicos. Valga la pena en este punto una pequeña digresión sobre esta
palabra. Los cínicos en la antigua Grecia eran miembros de una escuela
filosófica, amantes de la sencillez y temidos porque decían la verdad. De modo
que difícilmente son cínicos en el sentido etimológico los hermanos Rodríguez.
Sin embargo, el DRAE nos advierte de otra acepción: “Cínico: que actúa con
falsedad o desvergüenza descarada”. Pero en rigor su conducta es más bien la de
destacados actores en la construcción de realidades a la medida del régimen; de
distorsionar la verdad hasta hacerla irreconocible, y de deshumanizar a nuestra
gente. Y en ello no hay ningún accidente sino el más despiadado diseño. Como en
su momento lo fue la conducta de los nazis negando la aniquilación de los
judíos.
Tiene
pues algo de razón la fiscal en el exilio cuando acusa al régimen venezolano de
una operación encubierta de genocidio. El gobierno ya se deshizo en buena
medida de la clase media profesional del país y ahora intenta aliviar la
presión de los nuevos pobres sobre la economía nacional. Pero no lo puede
admitir en ningún escenario nacional ni internacional, de modo que es
indispensable la operación de gaslighting que adelantan los hermanos Rodríguez
y otros voceros del régimen.
Pero a
pesar de las penurias de los nuevos pobres, caminando en su huída cientos de
kilómetros en condiciones infrahumanas que mueven al dolor y el llanto por el
sufrimiento de nuestra gente, sería un grave error pensar que la crisis de
Venezuela es solamente una crisis humanitaria.
Del
mismo modo que sería un error pensar que sacarse el infame carnet de la patria
es la humillación última que podemos sufrir. No, estas son solo consecuencias
que no debemos confundir con las causas. La crisis venezolana es esencialmente
una crisis política y no existe solución que no pase por la salida del poder de
un régimen enemigo de su propia gente que asfixia y destruye a Venezuela. Allí
radica no la responsabilidad del gobierno sino la de la oposición. Seguimos
dando tumbos y atacándonos entre nosotros mismos para regocijo de la oligarquía
chavista. Quizás se estén acercando los tiempos en que ya no sea posible jugar
más el juego suicida de que se puede dirimir el liderazgo de la oposición sin
previamente salir del régimen.
Quizás
se estén acercando los tiempos en que sea necesario tener un grupo de líderes
que, sin ser un gobierno en el exilio, y sin aspirar a ser presidentes de algo
que no existe, pueda realmente hablar en nombre de una oposición unificada que
asuma la sentencia del TSJ condenando a Nicolás Maduro, y su ratificación en la
AN, para poder hablar con el chavismo, los militares constitucionalistas y la
comunidad internacional. Quizás se está acercando el tiempo de una verdadera
lección para nosotros mismos y para el mundo que borre la ignominia de la
lástima y el pesar que sentimos por nosotros y lo transforme en renovado
espíritu de lucha. Pero ello es imposible que ocurra sin recomponer la
dirección política de la resistencia. Ese y no otro es el verdadero reto al que
nos convoca la redención de los nuevos pobres.
Vladimiro
Mujica
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