Macky Arenas 16 de septiembre de 2017
Mientras
Naciones Unidas anuncia investigación contra el régimen venezolano por
violaciones a los derechos humanos y la Eurocámara pide sanciones para los
violadores, el canciller de Francia insta a un diálogo “creíble” entre gobierno
y oposición.
Por su
parte, Alfonso Dastis, ministro español de Exteriores, aseguró que apoya todo
aquello que contribuya a la reconciliación entre los venezolanos, pero le
advierte al gobierno de Maduro que el diálogo no es suficiente.
“Obras
son amores y no buenas razones”, reza el dicho castellano al
cual acudió el Secretario de Estado Vaticano, cardenal Pietro Parolin,
cuando, a través de una ya célebre y muy mentada carta enviada al Palacio de
Miraflores hace meses, leyó al mandante venezolano la cartilla de los
remachados cuatro puntos los que, habiéndose comprometido cumplir, ignoró
olímpicamente. Quien no siguió la pista a la crisis venezolana en clave de
Santa Sede, no entendió cabalmente la reacción del papa Francisco a la pregunta
sobre Venezuela en el vuelo de retorno a Roma.
Los
intríngulis de esa breve, pero consistente respuesta, se encuentran en lo
acaecido desde que la Santa Sede accedió, a solicitud de ambas partes –gobierno
y oposición- facilitar la dinámica en una mesa de diálogo.
Sucedió
que el gobierno no tenía entre sus planes colaborar para resolver nada allí y
la oposición, buena parte de ella con otra agenda, ni pensaba en sentarse. Si
la intención no era dinamitar aquella mesa, ese fue el resultado.
Cuando
el pontífice dice que la Santa Sede ha hecho mucho y que él mismo ha hecho
mucho, se refiere a un camino que desde hace un año se ha empedrado de
dificultades y no precisamente incubadas en Roma.
El
lenguaje corporal y verbal del Papa era elocuente. Sólo un cándido no se
percató al instante de que su talante era de incomodidad y hasta de reclamo.
“Maduro
que diga lo que tiene en su cabeza”. Él respondía sin ambages
por la parte que le correspondió. Es obvio que quien gobierna a Venezuela tiene
en mente cosas muy distintas a las que vende y el Papa lucía “jusqu’a la” -como
suelen exclamar los franceses cuando algo los exaspera, llevando su mano a la
frente cual si de rebanar se tratara-, en otras palabras, harto de que se
juegue irresponsablemente con una situación que está rebasando los límites
humanitarios para convertirse en una verdadera catástrofe nutricional y de
salud pública.
Recapitulemos
con detenimiento sobre algunos aspectos a resaltar de estas expresiones
papales. No es común que un papa se prodigue hablando constantemente sobre
temas de compleja actualidad en un lenguaje llano, cercano y hasta controversial.
Emigrantes, refugiados, el clima, el Daca por solo citar unos cuantos…y
Venezuela. Este país, como él mismo lo recordó, ha gravitado sobre varios
Ángelus, momento en que suele referirse a los asuntos de preocupación
internacional porque tiene la atención del mundo sobre Roma.
Por si
fuera poco, su última referencia incluyó un llamado a las Naciones Unidas,
urgiéndole hacerse oír para orquestar soluciones a la crisis venezolana justo
en momentos en que este organismo, del cual El Vaticano no es miembro pero sí
Observador Permanente, proclamaba que el gobierno de Maduro podría haber
cometido crímenes de lesa humanidad. No es cualquier cosa que el Papa, en esta
ocasión como jefe de un Estado, se dirija en esos términos a la ONU.
El
Vaticano ha hecho mucho –puntualizó el pontífice- en otras
palabras, hagan ustedes, haga más el mundo, haga más Latinoamérica,
incluida la Iglesia continental. Hay más resortes que mover, más
fuerza que mostrar, más emplazamientos que acometer, más presión que ejercer.
Lo que está en juego es claro para Su Santidad, no sólo las libertades
ciudadanas, la democracia perdida, sino por la inalienable dignidad humana.
El
Papa, latinoamericano al fin, siente comprometido su pontificado en la
contribución para superar los conflictos que padece el continente. Hoy, los
caminos de todos esos conflictos parecen comenzar y terminar en la patria de
Bolívar. No es difícil comprender que el problema más grueso que la Santa Sede
encara en América Latina se llame “Venezuela”.
El
destino de la democracia en este país es, hoy por hoy, un problema de todos
comenzando, claro está, por los más cercanos geográficamente, los vecinos. El
empeño en consolidar la paz en Colombia está afectado por la circunstancia
venezolana. Baste decir que la archi-denunciada complicidad entre el ELN y las
Farc en la frontera entre ambos países es razón más que suficiente para que
Santos haga acopio de todos sus recursos en función de promover un cambio en
Venezuela.
Si un
país coloca en riesgo la seguridad de otros, esos otros procurarán lo que
tengan a su alcance para protegerse y alejar el peligro. No es injerencia, es
arbitraje por su propia estabilidad.
No
faltarán quienes puedan ver en el reciente anuncio por parte de Francia de una
vuelta al diálogo -entre oposición y gobierno de Venezuela- la coincidencia con
las palabras del Papa en el citado vuelo en las cuales, por cierto y por
primera vez, no pronunció la palabra diálogo.
Podría
muy bien tratarse, esta vez, se trata de un intento de la comunidad
internacional, a la que representantes de la oposición han acudido y
probablemente también el gobierno, la que se moviliza para acercar a las partes
a una solución para la grave situación. Ha sido una sorpresa el anuncio
hacia la opinión pública.
No ha
sido sorpresa que las opiniones se muestren, una vez más, divididas en torno a
si acudir o no y en qué condiciones, especialmente del lado opositor ocupado en
unas controvertidas elecciones regionales que han servido al gobierno para
introducir fuertes diferencias entre los partidos y debido, sobre todo, a los
resquemores hacia la “corte” de Maduro y su real disposición a
cumplir en una mesa de negociación.
Recordemos
que el 5 de septiembre pasado se canceló la intervención del presidente
venezolano en la ONU sin explicación alguna. Posteriormente partió en gira por
países asiáticos en procura de ayuda económica en momentos en que, para
considerar la situación de Venezuela, se desarrollaba un foro organizado en
Ginebra, Suiza, por la ONG UN Watch, encargada de supervisar el desempeño de
las Naciones Unidas por el criterio de su propia Carta.
“Se
van a unir la OEA y la ONU para hacer una recopilación que luego iría a parar
ante la Corte Penal Internacional”, informó Diego Arria,
venezolano, ex presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A
petición del propio Arria, los esfuerzos deben conducir a “declarar
como criminales a los funcionarios del gobierno de Maduro”.
En las
primarias para decidir candidaturas a gobernaciones y alcaldía que llevó
adelante la oposición el fin de semana pasado, la afluencia fue muy pobre en
comparación con los más de 7 millones de venezolanos que se
movilizaron a las urnas para rechazar la ANC el 16 de Julio.
Podría
superarse ese escollo abstencionista para los ya fijados comicios de mediados
de Octubre, pero, más allá de elecciones y tras bastidores del juego político,
está la verdadera Venezuela, esa otra que el Papa tiene en su preocupación y en
sus oraciones y que describió como “la más dolorosa realidad” que aflige al
país, ante la cual el gobierno sigue indiferente, renuente a abrir un canal
humanitario.
Un
llamado que debe escuchar el estamento político del otro lado de la acera
de “Tanta gente que escapa o sufre. Hay un problema humanitario que
tenemos que ayudar a responder. Creo que la ONU debe hacerse oír para ayudar”,
fueron las palabras del Santo Padre. A buen entendedor, la crisis
humanitaria tiene unas causas y hay que ir a las causas. Es muy difícil, no
puede ninguno solo, así que no queda más remedio que hacer causa común.
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