Por Luisa Pernalete
“¡Robaron el comedor de la
escuela! No podemos quedarnos así. Hay que reunir a las madres, hay que
moverse. ¡La comunidad tiene que expresar su rechazo y defender su escuela!”
Así se expresaba el padre Alfredo Infante, SJ, párroco de La Vega, cuando con
rabia, dolor e indignación, nos contaba que el 1º de mayo en la madrugada
habían robado toda la comida para los 120 niños que almuerzan diariamente en
“Andy Aparicio”, de Fe y Alegría.
Robar una escuela es un crimen
a la colectividad, pues afecta no solo a la institución en cuestión, sino a
toda la comunidad que se beneficia del servicio, y en este caso, la “Andy
Aparicio” está en un programa de alimentación, “Alimenta la solidaridad”, junto
a otras escuelas de la Vega, en alianza con la Parroquia Católica “San Alberto
Hurtado” y la Asociación “Civil Caracas Mi Convive”.
Dar de comer a 120 alumnos
todos los días no es tarea fácil. Hay mucho trabajo y mucha solidaridad detrás
de un programa como este. Robar el comedor supone dejar a niños y niñas sin “su
pan diario de cada día”, incluso, según me decía la directora, para algunos esa
es su única comida.
Cuando se ataca una escuela,
la comunidad, los dolientes, tienen que reaccionar, expresar públicamente su
rechazo; lo contrario es dar el mensaje de que “no importa”. Y sí importa
que 120 niños se queden sin comer, sí importa que nos acostumbremos a
que es normal el caos.
Son muchos los planteles víctimas
del hampa en este país, en estos tiempos de desinstitucionalización. No siempre
fue así; las escuelas eran respetadas. En la primera que trabajé hace más de 40
años, en una zona popular del sur de Maracaibo, un local con techo de zinc que
no contaba con vigilante ni alarmas, nos robaron dos veces en siete años. Ahora
un colegio puede ser robado todos los meses y, como bien apunta el Observatorio
Venezolano de la Violencia, se han incrementado los delitos por los alimentos.
Ya no solo se llevan computadoras o aires acondicionados, sino también la
comida de los alumnos y lo que consiguen en las cantinas escolares. La harina
de maíz y el queso son ahora el botín. Y lamentablemente, como no suele haber
“sangre” en estos hechos, hay autoridades que no los toman muy en serio. A
veces simplemente les dicen a los denunciantes: “Déjelo así”. Y no pasa más
nada.
A veces los directivos, la
comunidad cae en la desolación, ya no pasa de la denuncia. Inhibirse no
soluciona nada e incluso es una ventana abierta para que se repita la historia,
como pasa muchas veces. En realidad, eso sucede con cualquier caso de
impunidad: el culpable se empodera –“robé y no me pasó nada”– y la víctima se
desmoraliza, y los testigos se van acostumbrando y hasta se llega a ver el
asunto como “normal”. Pero no hacer nada no es lo único que se puede hacer.
Hace años, cuando vivía en el
Estado Bolívar, recuerdo que robaron la bomba de agua de la escuela en el
pueblo de Las Claritas. Sí, ahí, cerca del yacimiento de oro más grande del
país y uno de los más grandes del mundo. Ahí también hay una escuela de Fe y
Alegría. Un pueblo con riqueza inmensa en el subsuelo y pobreza de todo tipo en
la superficie. Las madres no se resignaron a que sus hijos quedaran sin agua,
así que se organizaron y se pusieran a buscar casa por casa en el pueblo. La
bomba “apareció”. Los culpables, al saber del operativo, la devolvieron,
“apareció”.
Cuando escribo estas líneas sé
que en La Vega tampoco se han resignado a que sus hijos se queden sin comedor.
Ya hubo una reunión, el propio día del robo. Hubo una movilización en la calle
promovida por madres del sector, y se ha convocado a una asamblea de padres y
representantes del colegio. Fueron funcionarios del CICPC, y se hará
seguimiento. Habrá presión a las autoridades. Se ha recomendado acudir al
Consejo de Derechos, pues “la letra con hambre no entra” y la alimentación es
necesaria para aprender. Las autoridades tienen que hacer su trabajo para que
los maestros puedan hacer el suyo.
Frente a cualquier conflicto,
hay tres maneras de reaccionar: se agrede –se devuelve la violencia con
violencia–, con lo cual se agravará la situación, porque ya lo decía Gandhi: la
violencia siempre trae más violencia. Por su parte, Mandela decía que la
venganza era mala consejera. La otra manera es la inhibición, que, como
dijimos, se vuelve una invitación a que se repita el hecho violento. La tercera
es actuar pensando las cosas: aplicar las sanciones correspondientes, buscar la
justicia.
La escuela también debe
enseñar a los ciudadanos a defender los derechos de sus hijos. La escuela
también debe recordar a las autoridades que los derechos de los niños, niñas y
adolescentes son prioridad absoluta.
Fuente: El pitazo.com
07-05-18
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