Por Carolina Gómez-Ávila
Como el resultado no será
producto de unas elecciones libres y justas, el 21 estaremos en dictadura. Pero
puede ser una dictadura de características distintas, y distinto no es sinónimo
de bueno.
La apuesta general es que la
silla de Miraflores no cambiará de ocupante a pesar de su poca popularidad. Se
entiende que eso pasará por la manipulación previa, los ilícitos que se darán
durante una jornada sin vigilancia opositora y el fraude que se espera al
momento de totalizar -opinión recogida entre opositores que siguieron de cerca
los increíbles resultados anunciados el 30 de julio de 2017. Además, el nivel
de desconfianza en el árbitro aumentó significativamente con los procesos del
15 de octubre y 10 de diciembre. Por ello se espera que pasada la medianoche
del 20, aparezca en cadena nacional un mapa rojo; ahora sin el Esequibo, para
más inri.
Eso no equivaldría a “todo
sigue igual”. Lejos de representar un estancamiento, a partir del 21 sólo los
miembros de la estructura de facto dirán que gobiernan en democracia.
Aniquilada la confianza, comenzarán a transitar el camino de la desintegración
del poder. Es imposible determinar cuánto tiempo llevará eso y tampoco se puede
predecir si en el trayecto habrá episodios de fortalecimiento. Como a un
enfermo terminal, puede que le veamos experimentar francas mejorías incluso a
horas de fenecer.
Pero si la silla de Miraflores
recibiera otra espalda, no podremos interpretar que “todo ha cambiado”. Podría
pasar que “todo siga igual”. Que la dictadura urda un plan para cambiar de
rostro con la condición de permanecer en control del poder es una opción poco
discutida gracias a un par de falsedades muy extendidas: que la dictadura es un
hombre y que su poder está en un sitio físico
Para quienes no advierten que
estas premisas son falsas, cambiar al hombre o demoler su residencia podría
significar el fin de una organización de la que en realidad ignoramos su número
de integrantes y el hecho de que pueden estar dentro y fuera del territorio
nacional.
Ante esto hay que admitir que
nadie sale más favorecido con la oferta de dolarizar la economía. Los
sancionados en el exterior ahora tendrían la lavadora en casa. La comunidad
internacional se vería obligada a suspender sanciones mientras reevalúa la
situación. Confundidos todos, habría que demostrarles que ha sido una farsa y
recolectar nuevas pruebas, labor que exigiría enorme esfuerzo pues tenemos cada
vez menos políticos habilitados. Ahora, la mayoría de los partidos están
proscritos y muchos de sus dirigentes se han expatriado. Costará muchos años
volver a demostrar lo que tantos años nos costó demostrar.
No veo un escenario peor para
Venezuela que un traspaso tutelado del Ejecutivo para fingir un retorno a la
democracia. Una posibilidad que alimenta a diario la negativa de Henri Falcón
de otorgar avales a la oposición para granjearse su apoyo. Al contrario, todas
las garantías propuestas
han sido ignoradas. Falcón ha sido un fracaso para convocar voluntades en torno
a su causa perdiendo la imprescindible maquinaria que pudiera cuidar sus votos.
¿Es Henri Falcón un aliado de
la dictadura para hacer creer al mundo que abandonaron el poder? ¿Agrede a la
oposición para llamar la atención de los militares a fin de que se animen a
pedirle la renuncia al que esté de turno el 20 en la noche? ¿Es un mediocre que
intenta catapultarse como líder opositor saqueando a sus competidores?
No lo sé. Ha procedido de
manera tan deplorable y sibilina que todas esas opciones son posibles. Ninguno
de nosotros podrá responder estas preguntas hoy, pero podremos hacerlo -con el
mismo retintín del escarnio que nos infligieron en el año 2000- el 21, el 21,
el 21…
05-05-18
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