Por Claudio Nazoa
Los humanos somos los únicos
seres vivos con conciencia. La maldad, enemiga de la inteligencia que nos hace
superiores, debería sernos ajena.
La conciencia es antagónica
con el concepto de maldad. No existe una planta mala per se, es decir, que a
propósito sea venenosa. Tampoco hay animales que conscientemente hagan daño.
Los zancudos, las cucarachas, el león, el tiburón y hasta las ratas pueden
hacer daño inconscientemente.
Un zancudo no dice: “Lo voy a
picar por todas partes”. Los tiburones no tratan de hundir barcos para comerse
a los pasajeros. Las ratas y las cucarachas son asquerosas, pero ellas no lo
saben.
Qué ironía, quienes deberían
tener conciencia del daño que causa la maldad, son precisamente quienes lo
hacen. En contrapartida, existen los santos. Gente genuinamente buena. Tanto,
que dedicaron su vida a ayudar incluso después de muertos.
Ser bueno no depende de la
apreciación que cada uno tenga de sí mismo. Eres buena persona en la medida en
que los demás lo perciben. Seguramente, si le preguntáramos a los destructores
de la humanidad si ellos son buenos, dirían que sí.
Nacemos con un yo bueno y un
yo malo. Por eso es importante la familia en la que tengamos la buena o mala
suerte de nacer. De eso depende el yo que prevalezca sobre el otro.
Entre cero y hasta los siete
años se fijan comportamientos y normas que nos acompañarán toda la vida. Un
niño no querido, con una familia disfuncional, es en potencia un malo en el
futuro.
La maldad hay que atajarla
temprano. A nadie le interesa ahora si Hitler, Stalin, Pinochet, Chávez, Castro
y otros, fueron o no queridos por sus familias cuando estaban chiquitos.
Los malos son manipuladores y
ya sabemos el peligro que corre la humanidad cuando un malvado llega al poder,
pues por medio del fanatismo político o religioso sectario logra activar ese
lado maluco que tenemos reprimido. Es como si algo diabólico se apoderara de
esos seres que podrían haber sido buenos.
En la Alemania de 1945, un
malo enajenado, con una doctrina supuestamente nacional y socialista, asesinó a
millones de personas y destruyó la mitad de Europa. Al día siguiente de
terminada la guerra, los alemanes, bañados en sangre, humillados y derrotados,
despertaron. Se preguntaban por qué siguieron a un líder demente que los
convirtió en seres tan malvados, si hasta hace pocos años atrás eran un pueblo
bueno, culto y bondadoso.
En Venezuela, a partir del año
1992, cuando… ¡Ay!, se me acabó la página.
07-05-18
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