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martes, 15 de mayo de 2018

Venezuela: una hoja de ruta, por @ELTIEMPO ‏




Editorial EL Tiempo 14 de mayo de 2018

En medio de la peor crisis de su historia como nación, el pueblo venezolano ha sido convocado a las urnas el próximo domingo para elegir a quien será su presidente durante los seis años siguientes. También se votará para conformar los consejos municipales y los consejos legislativos estadales.

Se trata de una cita con serios problemas de legitimidad y credibilidad. Comenzando porque se origina en un decreto de la también cuestionada Asamblea Nacional Constituyente: bueno es recordar que el mecanismo electoral para escoger sus integrantes fue meticulosamente diseñado a fin de garantizar mayorías oficialistas. A lo anterior hay que sumar la falta de garantías para la oposición, representada por la Mesa de la Unidad Democrática —que la llevó a optar por abstenerse de participar—, la reticencia de Miraflores de aceptar observadores internacionales independientes y la acertada decisión de Estados Unidos, la Unión Europea y por lo menos una decena de países de la región, Colombia incluida, de no reconocer los resultados.

Existen también serias dudas acerca de las reales motivaciones del candidato que se ha presentado como opositor: Henry Falcón. Desoyendo el llamado de la MUD, Falcón decidió inscribirse como aspirante, determinación que, por supuesto, recibió muy bien —casi como providencial— el Gobierno. Habrá que seguir de cerca las decisiones que este tome a partir del lunes para ver si tenía sustento lo ya dicho por conocedores del hecho respecto a lo que lo impulsó a prestarse para esta pantomima.

Hay que decir entonces con total claridad que lo que hoy tendrá lugar al otro lado de la frontera no es nada distinto a un desesperado intento de Nicolás Maduro por disfrazar de régimen democrático lo que hace ya mucho tiempo es una dictadura. Una cruel dictadura que no se cansa de darle la espalda a un pueblo que hoy carece de los más básicos bienes y servicios. Situación caótica y, sobre todo, inhumana.

Tal situación de necesidad extrema ha llevado a una conducta execrable del régimen: aprovecharse de las necesidades de la gente para lograr apoyos. Están cambiando bolsas con productos básicos de la canasta familiar por votos.

En su columna del domingo pasado en este diario, el analista venezolano Moisés Naím describe esta cruda realidad y la apatía de quienes ostentan el poder, comenzando por Nicolás Maduro, en estos términos: “La indolencia, el desinterés, la pasividad con los cuales Maduro trata las trágicas crisis que crecen y se multiplican, matando a diario cada vez más venezolanos, parecieran no afectarlo, no motivarlo a actuar, a buscar ayuda”.

Las cifras siguen dando cuenta del tamaño de la debacle: en apenas cuatro años, el país ha perdido más del 40 por ciento de su producto interno bruto; se espera que cierre el 2018 con una inflación del 13.000 por ciento, y la cantidad de personas que han decidido emigrar en busca del futuro que el mal rumbo de la revolución bolivariana les arrebató se calcula en 3 millones. De estas, cerca de un millón se encontrarían en territorio colombiano. Como ya se advertía desde estos mismos renglones, es muy probable que dicha cifra crezca a un paso acelerado si el desenlace, como todo apunta, es la confirmación de seis años más de Maduro en el poder. La situación en la zona de frontera es crítica: al problema de la migración masiva se suma el escaso o nulo compromiso de Venezuela para combatir los grupos armados ilegales, sean bandas criminales como ‘los Pelusos’ o el mismo Eln. Esta semana, la Fiscalía aportó testimonios que confirman las denuncias sobre la existencia de campamentos de esta organización del otro lado de la frontera.

En conclusión, hay que insistir en la necesidad de actuar para que el pueblo venezolano encuentre a corto plazo algo de alivio. Al tiempo que hay consenso entre la comunidad internacional en cuanto a que la opción de una intervención solo empeoraría las cosas, es claro también que no se puede bajar la guardia en los demás frentes. Estos incluyen presión diplomática para lograr una movilización humanitaria con ayuda a quienes permanecen en territorio venezolano y apoyo —como ya empieza a darse— a los países que, comenzando por Colombia, están acogiendo a los refugiados. La vía del endurecimiento de las sanciones a cuantos hoy se benefician de distintas maneras de la crisis es otro camino que debe recorrerse. Así mismo, debe ser una prioridad la movilización de los gobiernos de la región para lograr que dentro de poco haya unas elecciones con garantías suficientes para la oposición. Y esta tarea la tiene que seguir promoviendo, como hasta ahora lo ha hecho, el llamado Grupo de Lima. El mundo no puede darle la espalda al pueblo venezolano.


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