Por Bernardino Herrera León
La sociedad venezolana no está
enfrentando a un grupo político que negocie, que cumpla reglas, o que honre su
palabra. No. Está enfrentando a un grupo que se comporta como una
organización delictiva, que se ha apropiado ilegítima e ilegalmente de la
nación, de su patrimonio, de su riqueza pública y privada.
A este grupo le importa muy
poco o nada el bienestar de la gente de este país. No les conmueve el dolor del
hambre, ni la precariedad de la salud, ni el desgarramiento social que produce
la separación de las familias por la migración forzosa o el exilio. Incluso
alardean de la pérdida de la esperanza de una vida digna a quienes viven en
este desgraciado país.
Por el contrario. Este grupo
concibe a las personas como un estorbo. Mientras menos gente, mejor para ellos.
Menos cajas CLAP que repartir, menos bocas que alimentar
dadivosamente. Más divisas para sus fortunas personales o para financiar
sus costosos aparatos de seguridad y de propaganda. Les da igual que las
personas mueran o que emigren.
Tampoco les importa la
productividad nacional. No se inmutan cuando ningún servicio funcione o
funcione a medias. Ya ni siquiera les preocupa el petróleo, que ha logrado
recuperar precios altos.
El país que ellos han
secuestrado debe casi toda esa renta petrolera a China y otros países de
comportamiento forajido. Han hipotecado nuestras reservas minerales. La
economía ya no existe. Es un remedo de lo que antes era.
Al régimen chavista no le
molestan las huelgas, ni los paros, ni las protestas aisladas. Ni siquiera
el hecho de que su miserable ideología esté cada vez más desprestigiada. Ellos
pueden ganar cuantas elecciones les venga en gana convocar. Su “revolución” es,
cada vez más, una pantomima propagandística, mediocre, patética y decadente.
Pero nada de eso les preocupa. El país que han capturado ya no vive de los
impuestos ni de la productividad. Vive de la delincuencia y la corrupción. Fuente
principal de sus groseras y cuantiosas fortunas.
Es importante repetirlo: no
son políticos, son organizaciones delictivas. Y actúan como tales. Es por ello
determinante cambiar la estrategia.
¿Pero quiénes deben cambiar de
estrategia?
En primer lugar, los partidos
políticos opositores, sobre todo sus militancias y dirigencias medias. Una cosa
es ser militante y otra es ser obediente borrego. En Venezuela, hay más
partidos que doctrinas. Un sin sentido que dispersa los esfuerzos. La nueva
estrategia procedería a refundar al espectro de muchos pequeños partidos, en
pocos, pero grandes partidos, fundiéndose en doctrinas comunes. Unos tres
partidos a lo sumo serían suficiente para contener el espectro doctrinario que
predomina en el ideario político actual.
Y a medida que se reintegran
entre sí, prepararse para recuperar la confianza de la gente y la capacidad de
ofrecer esperanza. Cada nuevo partido debe hacerse de un programa básico,
sencillo y elemental, pero democrático e institucional. Esto es crucial pues,
cada organización debe comprometerse éticamente con los valores democráticos y
ofrecer garantías de cumplimiento. Luego, las posibilidades de constituir un
bloque democrático para la recuperación de la nación aumentan en buena medida.
En segundo lugar, las
organizaciones gremiales y sindicales. Luchar por los siempre rezagados
aumentos de sueldo es ineficiente, pues resultan agotadoras luchas que
despilfarran esfuerzos, mientras se deteriora de la confianza en sus líderes y
la fe en los gremios. Por cierto, el actual liderazgo sindical se
encuentra muy desgastado por la estrategia chavista de suspender elecciones
gremiales, sindicales y universitarias. Del “ombliguismo” sindical debe
pasarse a la alta política. No es momento de suplicar magros aumentos de
sueldos. Es el momento de enfrentar al régimen corrupto y corruptor y a su
tóxica y empobrecedora ideología populista.
En tercer lugar, las
universidades. Instituciones por excelencia para el conocimiento y la
inteligencia. Comprometidas por ley a cumplir su rol de gran orientador
nacional. Públicas o privadas, son patrimonios esenciales de la nación que
nos representan a todos. La nueva estrategia sería convertirlas en un espacio
de encuentro para la acción, de todas las organizaciones partidistas, gremiales,
sindicales, estudiantiles y populares.
Paralizar las universidades
con huelgas inútiles o dejarlas vegetar, como ahora ocurre, son las peores
opciones. Es preciso para democratizarlas, superar la cínica política chavista
de mantener indefinidamente a sus autoridades con períodos vencidos, que se han
dedicado a fingir que éstas funcionan, cuando la realidad es que han colapsado,
y se encuentran devastadas y desiertas.
En cuarto lugar, a las ONG’s y
otros muchos movimientos sociales y cooperativos del país. Hasta ahora han
cumplido en rol estelar en las denuncias de violación extrema de derechos
humanos, políticos, sociales y del estado de derecho. La nueva estrategia sería
continuar haciéndolo, pero ahora reagrupadas en un solo bloque de defensa para
la sobrevivencia de nuestra nación, amenazada con el exterminio de la barbarie
de la delincuencia chavista.
No existe un manual para
enfrentar esta horrible tragedia en la que estamos sumergidos los venezolanos.
Pero tenemos certeza de que lo hecho hasta ahora no está funcionando.
El régimen chavista continúa
intacto y fuerte, resistiendo el creciente aislamiento internacional, pero
poderosamente auxiliado por ambiciosas potencias depredadoras como Rusia y
China, y con la asesoría ideológica, propagandística y mercenaria de Cuba, un
auténtico parásito profesional. Tal como están las cosas, este absurdo
régimen puede prolongarse por años.
La nueva estrategia, la de los
renovados partidos, gremios, sindicatos y organizaciones populares es
precisamente poner a descubierto lo absurdo de este modelo y la convicción de
cambiarlo cuanto antes. Y para lograr esto debe democratizarse a fondo, ganarse
la confianza y establecer una ruta a seguir. Nada podría detener una fuerza con
semejante perfil.
Hasta una segunda parte de
este artículo.
19-07-18
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