Por Eloy Torres Román
Shit y mech, son palabras
rusas. Significan, la espada y el escudo. Son el emblema del Comité de
Seguridad del Estado (K.G.B.) Éste, fundado, sobre las cenizas de la atávica
Ojrana (servicio secreto zarista) por Lenin, un hombre, de mirada asiática,
barba de tipo candado e inteligencia fuera de serie, quien, se hizo famoso, al
tomar el poder en la Rusia zarista en 1917. Entre sus primeras medidas:
encomendar a Félix Dzerzhinsky, su hombre de confianza, para fundar la CHEKA
(cherezvichayna komissia, La Comisión extraordinaria) a fin de defender el
naciente Estado comunista, inicialmente ruso, luego soviético, hoy, de nuevo
ruso. Tal empresa, en manos de un hombre, como la mayoría de los acompañantes
de Lenin, no era ruso de origen, era polaco.
El caso es que Dzerzhinsky
se convirtió en una figura temible que respondía directamente a Lenin. Este
entramado de terror, desde los inicios de su historia, asumió varios nombres
hasta concluir como lo conocemos hoy: el KGB y no la KGB, como acostumbran a
decir con frecuencia. Esta organización cumplió varios papeles y desempeños en
la tarea encomendada. Destacan entre ellas la construcción de una compleja red
de espías a su servicio. Ningún país en el globo terráqueo ha estado alejado de
la influencia de esta organización. Hoy, Venezuela es víctima de ello.
Todos se preguntan: ¿qué
hace el KGB en Venezuela? Otros dirán inocentemente: pero, si lo que llegó a
Venezuela fue un par de aviones con militares y no espías rusos. Aparentemente,
no hay nada claro, en esta jugada. Sir Winston Churchill cuya inteligencia la
mostraba fácil y frecuentemente, en una ocasión, sentenció: “No puedo
adelantarle las acciones de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio,
dentro de un enigma, pero quizá haya una clave. La clave es el interés nacional
de Rusia”.
Desde esta ortodoxa y
clásica visión de las relaciones internacionales, podemos responder a esta
interrogante acerca de la presencia de los rusos en Venezuela. Creemos no hay
otra. Moscú, durante el periodo soviético, se movió con el estandarte del
“Internacionalismo proletario”. Había una obligante postura de los comunistas
de ser fieles a la patria de las ideas propuestas, inicialmente por Marx y
llevadas a cabo por Lenin. Sin embargo, esa realidad vestida con el traje
soviético del comunismo, representaba los intereses nacionales de la vieja y
misma Rusia de siempre. La URSS fracasó y con ella Rusia. Putin, lo sentenció,
cuando acusó en términos duros a Lenin, de ser el autor del debilitamiento del
poderío ruso en la historia como gran potencia. La URSS fue un desastre y su
derrumbamiento, significó la “…tragedia geopolítica, más grande del siglo XX”.
Éstas, son palabras de Vladimir Putin.
El fin de la URSS significó
el fin de la guerra fría. Ésta, marcó, durante la segunda mitad del siglo XX el
enfrentamiento entre la extinta URSS y los EEUU, alimentado con la amenaza del
arma nuclear. Hoy, no sabemos si feliz o lamentablemente; pero, esa citada
guerra fría culminó con el retiro del ring, de uno de los contrincantes:
La URSS. Gorbachov con su perestroika (reformas) y política de glasnost
(transparencia) encarnó ese abandono. Según Fukuyama, se sintió tranquilidad
con el fin de esa guerra. Aparentemente se le insufló oxígeno al mundo, el cual
era asfixiado por las tensiones. Se percibió a los EEUU como la única gran
potencia. Se veían como única e imbatible, puesto que la URSS había
salido del juego. Fue la mayor desgracia geopolítica del siglo XX, repetimos a
Putin.
Éste, encarna lo más
eficiente de la vieja URSS: el KGB. Este comité, a diferencia del resto de esa
sociedad, es el único elemento que mantuvo claro sus objetivos: no sólo de
seguridad interna, sino de preservar el interés nacional ruso en el mundo. Esta
vez, imbuido del “excepcionalismo” eslavo, Putin, tomó las riendas del
Kremlin y mostró al mundo que están ahí y que las circunstancias
políticas cambiaron. Rusia, dicen los analistas, cual Ave Fénix, resurge
de sus cenizas. Ya los EEUU no están solos en el ring. También hay otro
contendor, China, que muestran sus dientes, es decir, su geopolítica, su
estatura estratégica y su particular “excepcionalismo”.
Ese milenario país,
importante no sólo por su población: la mayor del planeta, sino por emerger en
las relaciones internacionales, desde 1970, con una lenta, segura; pero,
ambiciosa visión política. Abandonó la monserga comunista y comunal; luego
abrazó al libre mercado, como la solución al hambre que sufría su noble pueblo.
Le dijo adiós a las ideas de Mao Tse Tung, y hoy, China, es lo que es,
una poderosa Nación. Ella, es una amenaza a la hegemonía de Washington,
pero, también a las pretensiones rusas. Es el momento de China. Creen ellos. El
mundo hoy, conoce 5 centros de poder fundamentales: Rusia, EEUU, India, la
Unión europea y China.
Actualmente hay
coincidencias entre China y Rusia. Venezuela, “por ahora”, ejemplifica esa
coincidencia. Hay una evidente oposición de ambos a las iniciativas de
Washington en materia internacional en general y, en particular, con nuestro
país. Los dos exudan un armamentismo que los hace ver como los rivales más
peligrosos para la Casa Blanca; esto es, por ahora; mañana, no sabemos. Esa es
la realidad, pues, son los intereses y no la “hermandad” las que determinan las
relaciones internacionales. Estas, dicen la última palabra. Hoy, China y Rusia
son aliados y obvian sus diferencias existenciales en aras de superar a su
enemigo común: los EEUU.
Hoy, observamos cómo, en las
relaciones internacionales, surge una nueva guerra fría. Venezuela es
lamentablemente escenario de esta confrontación. El análisis debe tomar en
consideración los aspectos geopolíticos presentes en esta circunstancial
ecuación que observamos con la llegada de casi 100 soldados rusos, en los
momentos que se habla de una posible intervención extranjera para derrocar al régimen
de Maduro. Todos esos elementos, repetimos, nos inducen a pensar que estamos
frente a una nueva guerra fría y que los factores geopolíticos están en
movimiento. Venezuela, absurdamente se ha implicado en un juego que no conoce.
Su errática conducta exterior, se asemeja a un metro bus que marcha sin
dirección ni rumbo conocido.
Esta nueva “guerra fría”
apunta al “Gran juego” (Great Game) del cual hablaba Kipling, sobre
el juego geopolítico a finales del siglo XIX, en Asia. Hoy, hay dos boques
políticos- militares enfrentados: los EEUU, la Unión europea e incluso la
India, frente a Rusia, China y otros más pequeños, como Irán. Japón juega
siempre a favor de los EEUU, junto a Corea del Sur. Esta situación muestra que
el mundo, en efecto, posee una complejidad; hay una nueva guerra fría que no es
bipolar.
Venezuela, ¿qué hace en esta
fatal ecuación geopolítica? Nada. Nos movemos como un paquidermo perdido; pero,
con petróleo. Pero, todos nos buscan para sus intereses: China por el oro
negro; Rusia para lo mismo y luego, “ocupar” un lugar en el área vital “gringa”
e Irán para tener un punto de difusión de sus ideas fanatizadas por la
religión, entre otras cosas. Durante 20 años, los dos gobiernos, el del
Comandante eterno y luego el del “obrero”, con su errática conducción,
han trastocado el rumbo del país. Hoy, lamentablemente no tenemos política
exterior, sino una mala y peligrosa conducta, al depender de factores no
nacionales. Somos, por voluntad de éstos, unos vasallos de intereses
extraños. La llegada de los rusos con elementos bélicos, muy
sofisticados, muestra un latente peligro para nuestra nación.
Hay una historia real, no
inventada. Corría el año 1962. Fidel Castro, con sus kilométricos discursos,
inteligentemente hilvanados y con su barba olorosa al tabaco que fumaba, mostró
audacia para realizar una jugada con, el otrora y muy singular líder soviético,
Nikita Jrushov quien le instaló en territorio cubano una base de cohetes,
supuestamente con ojivas nucleares en ellos. La crisis estalló. Kennedy amenazó
con destruir a Cuba e iniciar una guerra si Moscú no retiraba los misiles. La
tensión no se hizo esperar. El Kremlin replicó: No nos iremos de Cuba.
La cosa, al final, no pasó
de un ejercicio de amenazas y contra amenazas. Jrushov, retiró los cohetes y
Fidel Castro, molesto transpiró furia, al comprender haber sido víctima
de un fatal juego de ajedrez entre grandes jugadores y donde él, fue apenas un
“peoncillo”. La geopolítica se impuso. No obstante Fidel, aceptó, pero primero
dejó muestra de su molestia al estilo “jaranero”, típico de los cubanos. En las
paredes de la Embajada soviética, evidentemente, los miembros de la seguridad
cubana, escribieron: “Nikita mariquita, lo que se da no se quita”.
Todos sufrieron. El KGB tuvo
un revés en el hemisferio al cual nunca ha debido ingresar. Los EEUU fueron
desafiados en su propio patio y Fidel Castro, el mítico líder fue víctima de
los juegos de los grandes y él, como pequeño actor, no contó. Grave para él y
para su liderazgo. Pero, era Fidel y no Maduro, igual que Trump no es Kennedy,
ni Putin es Jrushov, ni Venezuela es Cuba.
Hoy Rusia, intenta, de
nuevo, transitar la misma senda de octubre de 1962. Quizá, motivado por razones
crematísticas para garantizar el retorno de los dineros invertidos en Venezuela;
pero, también para “jugar” con la osadía e ingresar en un momento de una
supuesta debilidad de los EEUU en el continente latinoamericano.
Debilidad, por cierto, que Trump buscar revertir. Ojo, también debemos para
comprender el acertijo ruso, estudiar, con detenimiento, los pasos de Putin
frente a Ucrania. Rusia entonces, comprendió que la pérdida del control sobre
Ucrania y todo su plan de control limitado sobre Europa del Este comenzaba a
derrumbarse.
Entendemos, se trata de un
espacio europeo, aunque sofocado por la corrupción y la pobreza; pero, si
Ucrania y Crimea se convertía – en el mediano plazo-, como sucedió con Polonia,
en un bastión occidental y anfitrión de la OTAN, entonces, Rusia se derrumbaría
en los términos de su seguridad tradicional, además, el Mar Negro se
convertiría, por primera vez, desde los griegos, en un mar controlado por
Occidente con Bulgaria, Rumania y Ucrania, con Turquía, en un papel de jugador
clave, moderando entre la OTAN y el Islam. Rusia quedaría en una posición comprometida
desde el punto de vista geopolítico.
La anexión de Crimea a Rusia
en 2014 fue la manera de Putin para hacer frente a esta crisis geopolítica, que
hubiera privado, por completo, a Rusia de un papel en la Europa del Este, es
decir, para decirlo en los términos de Mackinder, del control sobre el
Heartland.
Todo lo que Putin hará en el
futuro, en el este de Ucrania y en el Cáucaso debe entenderse en estos
términos. Habría que hacer una exégesis al estilo Mackinder acerca del Pivote
de la historia. La élite geopolítica rusa se mueve en ese estilo y debe pensar,
decimos nosotros, en estos términos: “Quién domina Crimea, domina al Mar
Negro; Quién domina el Mar Negro domina a Europa del Este; Quién domina Europa
del Este domina el Heartland; y quién domina el Heartland domina la Isla del
Mundo; y quién domina la Isla del Mundo domina el mundo”.
En consecuencia, cuando
Putin, se sintió amenazado por el control occidental de Crimea, actuó. El
Kremlin demostró estar relativamente preparado para usar las fuerzas armadas.
Occidente, evidenció no estarlo. Es una relación asimétrica. Una Rusia débil
militarmente, pero con una mentalidad plena de audacia. La jugada de
Crimea fue notable, geopolíticamente hablando. Al igual que en el caso de la
segunda guerra chechena, que ganó el control práctico sobre un país que parecía
inmanejable, Putin asumió grandes riesgos mediante la anexión de Crimea; pero,
de alguna manera, todos estos riesgos fueron cuidadosamente calculados
consistentemente.
Para algunos, entre los cuales
me cuento, es explicable por qué Putin eligió este tipo de ruleta rusa. Él,
aprendió de sus antecesores, Gorbachov y Yeltsin en sus relaciones con
Occidente. Nunca ser débil como tampoco parecerlo. El débil puede ser derrotado
con facilidad. Incluso, si las posibilidades están en su contra, para Putin,
Rusia, debe golpear por encima de las dificultades, en lugar de obedecer la
voluntad de los demás.
Con el tiempo, Putin ha ido
más allá. Aprovechó su particular experiencia en los servicios secretos: el KGB
para blandir la espada y utilizar el escudo (Shit y mech) y concluir que si una
pelea es inevitable, debe golpear primero. Mirando desde el Kremlin, con el
tiempo, Rusia ha trazado una serie de líneas rojas a sus socios que estos
decidieron ignorar. Al final esto provocó la reacción de Moscú.
Putin, observó directamente,
como colaborador cercano de Yeltsin, el drama de la impotencia e incluso el
ridículo del entonces líder del Kremlin. Su incapacidad para tratar con un
ejército comprometido en Chechenia; su incapacidad para tratar con los
oligarcas influyentes política y mediáticamente; su debilidad frente a
Occidente que se pavoneaba con soberbia cual infinitamente superior. Esto se
vio como una humillación para Rusia y para Yeltsin, aunado a su dependencia
etílica. Yeltsin era un beodo, un dipsómano incorregible. Era débil.
Para Putin y su orgullo de
hombre de la Seguridad del estado no podía aceptar la reiteración de los
errores de Yeltsin. Actuó en consecuencia a pesar de los riesgos y decidió
tomar el poder para moldearlo de conformidad con la grandeza de una poderosa
Nación: la Madre Rusia. Para ello no importaba el “cómo” sino el “qué”.
Además, a diferencia de sus predecesores con inclinaciones cívicas mucho más
desarrolladas, Putin piensa en términos del sistema de seguridad ruso. Y este
sistema tiene la tendencia natural de proponer soluciones más ofensivas, las
cuales expresan un sentimiento que por definición establece: “estamos cercados,
entonces somos vulnerables, somos atacados”.
Venezuela, es un peoncillo
en manos de Putin. Él busca garantizarse su tranquilidad en sus fronteras y su
permanencia ganada en el Medio Oriente, concretamente disfrutar del sueño de la
tradicional política exterior rusa: la salida a las aguas calientes y el Mar
Mediterráneo es el escenario.
Siria le permite el
cumplimiento de ese sueño con las bases militares en Tartus y Lakatía ancladas
en el territorio sirio. No es casual que la portavoz del Ministerio de Asuntos
exteriores ruso lo señalara cuando criticó que los EEUU no querían que Rusia
estuviera en Siria. Muy claro, dos más dos, son cuatro. En política no hay
casualidades. Eso, no lo saben los que dirigen la política exterior venezolana,
pues están enfermos de corrupción, lenidad, incompetencia, falta de agua y luz,
como exceso de cinismo. Pero, felizmente, vamos bien y todo cambiará muy
pronto. Lo de los rusos en Venezuela, no pasa de ser y tener un efecto
mediático que busca prolongar la inminente desaparición del régimen
bolivariano. Putin lo sabe.
02-04-19
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