Francisco Fernández-Carvajal 08 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— El bien más grande
que podemos hacer a nuestros amigos: acercarlos al sacramento de la Penitencia.
— Fe y confianza en el
Señor. El paralítico de Cafarnaúm.
— La Confesión. El
poder de perdonar los pecados. Respeto, agradecimiento y veneración al
acercarnos a este sacramento.
I. Despierta,
Señor, nuestros corazones y muévelos a preparar los caminos de tu Hijo; que tu
amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados1.
Esa oración litúrgica, con la que iniciamos nuestra conversación con Dios, nos
habla de pregonar la venida de Jesús pidiendo perdón por los pecados.
Confortad las manos flojas y robusteced las rodillas
débiles. Decid a los apocados de corazón: Alentaos y no temáis (...), el mismo
Dios vendrá y os salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los
oídos de los sordos. El lisiado saltará como el ciervo y la lengua de los mudos
se soltará, brotarán aguas en el desierto y torrentes en la soledad. Y lo que
era seco se mudará en estanque y la tierra sedienta en fuentes de agua2.
Con el Señor nos han llegado todos los bienes.
El Mesías está muy cerca de nosotros, y en estos días
del Adviento nos preparamos para recibirle de una manera nueva cuando llegue la
Navidad. Jesús dice especialmente en estos días: Confortad las manos
flojas y robusteced las rodillas débiles. Decid a los apocados de corazón:
Alentaos y no temáis... Y nos encontramos cada día con más amigos,
colegas, parientes, desorientados en lo más esencial de su existencia. Se
sienten incapacitados para ir hasta el Señor, y andan como paralíticos por los
caminos de la vida porque han perdido la esperanza. Nosotros hemos de guiarlos
hasta la humilde cueva de Belén; allí encontrarán el sentido de sus vidas. Para
eso, hemos de conocer el camino; tener vida interior, trato con Jesús,
adelantarnos en mejorar en aquellas cosas que nuestros amigos deban mejorar, y
tener una esperanza inquebrantable en los medios sobrenaturales.
La oración, la mortificación y el ejemplo estarán
siempre en la base de todo apostolado cristiano. La petición por los demás es
tanto más oída cuanto más amparada está por la santidad del que pide. El
apostolado nace de un gran amor a Cristo.
En muchos casos, acercar a nuestros amigos a Cristo es
llevarles a que reciban el sacramento de la Penitencia, uno de los mayores
bienes que el Señor ha dejado a su Iglesia. Pocas ayudas tan grandes, quizá
ninguna, podemos prestarles como la de facilitarles que se acerquen a la
Confesión. En alguna ocasión, con delicadeza, tendremos que ayudarles para que
hagan un buen examen de conciencia; en otras, los acompañaremos a donde se han
de confesar; otras veces bastará una palabra de aliento y de cariño junto a una
breve y acomodada catequesis sobre la naturaleza y los bienes de este
sacramento. ¡Qué alegría cada vez que acercamos a un pariente, a un colega, a
un amigo al sacramento de la misericordia divina! Esta misma alegría es
compartida en el Cielo3 por
nuestro Padre Dios y por todos los bienaventurados.
II. En el Evangelio
de la Misa de hoy San Marcos nos dice que llegó Jesús a Cafarnaúm y
enseguida se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que ni
siquiera ante la puerta había ya sitio4.
También cuatro amigos se dirigieron a la casa llevando
a un paralítico; pero no pudieron llegar hasta Jesús por causa del
gentío. Entonces, valiéndose quizá de una escalera posterior, llegaron
hasta el tejado con el paralítico; levantaron la techumbre por el sitio
donde se encontraba el Señor y, después de hacer un agujero,
descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. Dejaron la camilla en
medio, delante de Jesús5.
El apostolado, y de modo singular el de la Confesión,
es algo parecido: poner a las personas delante de Jesús; a pesar de las
dificultades que esto puede llevar consigo. Dejaron al amigo delante de
Jesús. Después el Señor hizo el resto; Él es quien hace realmente lo
importante.
Los cuatro amigos conocían ya al Maestro, y su
esperanza era tan grande que el milagro tendrá lugar gracias a su confianza en
Jesús. Y su fe suple o completa la del paralítico. El Evangelio nos dice
que al ver Jesús la fe de ellos, de los amigos, realizó el milagro.
No se menciona explícitamente la fe del enfermo, se insiste en la de los
amigos. Vencieron obstáculos que parecían insuperables: debieron convencer al
enfermo. Mucha debió de ser su confianza en Jesús, pues solo el que está
convencido, convence. Cuando llegaron a la casa, estaba tan repleta de gente
que, al parecer, ya nada se podía hacer en aquella ocasión. Pero no se
arredran. Superaron esta barrera con su decisión, con su ingenio, con su
interés. Lo importante era el encuentro entre Jesús y su amigo, y para que se
realice ese encuentro ponen todos los medios a su alcance.
¡Qué gran lección para el apostolado que como
cristianos hemos de hacer! También nosotros encontraremos, sin duda,
resistencias más o menos grandes. Nuestra misión consiste fundamentalmente en
poner a nuestros amigos frente a frente con Cristo, dejarles junto a Jesús... y
desaparecer. ¿Quién puede transformar la interioridad de una persona sino el
Señor, y solo Él? El apostolado está en el orden de la gracia, de lo
sobrenatural.
Quizá en ocasiones seamos culpables de que otros no se
acerquen a Dios, porque se encuentran como incapacitados para ir hasta el
Señor. «Este paralítico –explica Santo Tomás– simboliza al pecador que yace en
el pecado; lo mismo que el paralítico no puede moverse, tampoco el pecador
puede valerse por sí mismo. Los que llevan al paralítico representan a los que
con sus consejos conducen al pecador hacia Dios»6.
Si tenemos confianza y trato frecuente con Cristo,
podremos superar, con iniciativas también humanas, los obstáculos que se
presentan siempre, de un modo u otro, en toda labor apostólica.
El Señor se sintió gratamente impresionado por la
audacia, fruto de una gran esperanza apostólica, de estos cuatro amigos que no
se echaron atrás ante las primeras dificultades ni lo dejaron para otra ocasión
más oportuna, pues no sabían cuándo pasaría Jesús otra vez por allí, tan cerca.
Podemos preguntarnos hoy en nuestra meditación
personal si hacemos así con nuestros amigos, parientes y conocidos: ¿nos hemos
detenido en las primeras dificultades, cuando habíamos decidido ayudarles para
que se acercaran a la Confesión? Allí les estaba esperando el Señor.
III. El
Señor miró al enfermo con inmensa piedad: Ten confianza, hijo, le
dice. Y, a continuación, unas palabras que asombraron a todos: tus
pecados te son perdonados.
Cuando David pecó y acudió a postrarse a los pies de
Natán, este le dijo: Yahvé te ha perdonado7.
Era Dios quien le había perdonado, Natán se limitaba a transmitir el mensaje
que devolvió a David la alegría y el sentido a su vida. Pero Jesús perdona en
nombre propio. Esto escandalizó a los escribas presentes: Este
blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino solo Dios?
Y es muy posible que el paralítico experimentara con
especial lucidez toda su indignidad, quizá comprendió en ese momento, como
nunca hasta entonces lo había hecho, la necesidad de estar limpio ante la
mirada purísima de Jesús, que le penetraba hasta el fondo del alma con honda
misericordia. Recibió entonces la gracia de un perdón tan grande: era el premio
por haberse dejado ayudar. Y, enseguida, una alegría como nunca antes había
imaginado. Es la alegría de toda Confesión contrita y sincera. Ya poco le
importaba su parálisis. Su alma estaba limpia y había encontrado a Jesús.
El Señor lee los pensamientos de todos, y quiso dejar
bien sentado, también para quienes al cabo de los siglos meditaríamos esta
escena, que tiene todo el poder en el cielo y en la tierra, porque es Dios;
también el poder de perdonar los pecados. Y lo demuestra con el milagro de la
curación completa de este hombre.
Este poder de perdonar los pecados fue transmitido por
el Señor a su Iglesia en la persona de los Apóstoles, para que Ella, por medio
de los sacerdotes, lo pudiera ejercer hasta el fin de los tiempos: Recibid
el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a
quienes se los retengáis, les son retenidos8.
Los sacerdotes ejercitan el poder del perdón de los
pecados no en virtud propia, sino en nombre de Cristo –in persona Christi–,
como instrumentos en manos del Señor. Solo Dios puede perdonar los pecados, y
ha querido hacerlo en el sacramento de la Penitencia, a través de sus ministros
los sacerdotes. Esto es tema de urgente catequesis entre quienes nos rodean,
que les facilitará acercarse con más amor a este sacramento.
Aprovechemos nuestra oración de hoy para agradecer al
Señor el que haya dejado a su Iglesia, nuestra Madre, tan inmenso poder:
¡Gracias, Señor, por poner tan a nuestro alcance y tan fácilmente un don tan
grande!
También nos puede ayudar este rato de oración para
examinar junto al Señor cómo van nuestras confesiones: Si las preparamos con un
detenido examen de conciencia, si fomentamos la contrición en cada una de
ellas, si nos confesamos con la frecuencia que hemos previsto, si somos
radicalmente sinceros con el confesor, si nos esforzamos en llevar a la
práctica los consejos recibidos. Hoy puede ser un buen momento para ver en la
presencia de Dios a quiénes de nuestros parientes, amigos o colegas podemos
ayudar a preparar un buen examen de conciencia, o quiénes están más necesitados
de una palabra de aliento que les anime para disponerse a recibir este
sacramento como preparación de la Navidad. Ellos lo esperan en lo más profundo
de su alma, y el Señor también espera que acudan a esta fuente de su
misericordia. No fallemos nosotros. Es el regalo más grande que podemos
hacerles.
Nuestra Madre Santa María, Refugium peccatorum,
tendrá compasión de ellos y de nosotros.
1 Oración
del Jueves de la 1ª Semana de Adviento. —
2 Primera
lectura, cfr. Is 35, 1-10. —
3 Cfr. Lc 15,
7. —
4 Mc 2,
1-13. —
5 Lc 5,
19. —
6 Santo
Tomás, Comentarios sobre San Mateo, 9, 2. —
7 2
Sam 12, 13. —
8 Jn 20,
22-23.
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