Francisco Fernández-Carvajal 07 de diciembre de
2019
@hablarcondios
— La Virgen en el
misterio de Cristo.
— Su plenitud de gracia
recibida en el instante de su Concepción Inmaculada.
— Para imitar a la
Virgen es necesario tratarla. Devociones.
I. Desbordo
de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de
gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novia que se adorna con sus
joyas1.
Son palabras que la Liturgia pone en labios de Nuestra Señora en esta
Solemnidad, y expresan el cumplimiento de la antigua profecía de Isaías.
Todo cuanto de hermoso y bello se puede decir de una
criatura, se lo cantamos hoy a nuestra Madre del Cielo. «Exulte hoy toda la
creación y se estremezca de gozo la naturaleza. Alégrese el cielo en las
alturas y las nubes esparzan la justicia. Destilen los montes dulzura de miel y
júbilo las colinas, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo y nos
ha suscitado un poderoso salvador en la casa de David su siervo, es decir, en
esta inmaculadísima y purísima Virgen, por quien llega la salud y la esperanza
a los pueblos»2,
canta un antiguo Padre de la Iglesia.
La Trinidad Santa, queriendo salvar a la humanidad,
determinó la elección de María para Madre del Hijo de Dios hecho Hombre. Más
aún: quiso Dios que María fuera unida con un solo vínculo indisoluble, no solo
al nacimiento humano y terrenal del Verbo, sino también a toda la obra de la
Redención que Él llevaría a cabo. En el plan salvífico de Dios, María está
siempre unida a Jesús, perfecto Dios y hombre perfecto, Mediador único y
Redentor del género humano. «Fue predestinada desde toda la eternidad como
Madre de Dios juntamente con la Encarnación del Verbo, por
disposición de la Divina Providencia»3.
Por esta elección admirable y del todo singular,
María, desde el primer instante de su ser natural, quedó asociada a su Hijo en
la Redención de la humanidad. Ella es la mujer de la que nos habla el Génesis
en la Primera lectura de la Misa4.
Después de cometido el pecado de origen, dijo Dios a la serpiente: Pongo
enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. María es la
nueva Eva, de la que nacerá un nuevo linaje, que es la Iglesia. En razón de
esta elección, la Virgen Santísima recibió una plenitud de gracia mayor que la
concedida a todos los ángeles y santos juntos, como correspondía a la Madre del
Salvador. María está en un lugar singular y único entre Dios y los hombres.
Ella es la que en la Iglesia ocupa después de Cristo el lugar más alto y el más
cercano a nosotros5;
es el ejemplar acabado de la Iglesia6,
modelo de todas las virtudes7,
a la que hemos de mirar para tratar de ser mejores. Es tan grande su poder
salvador y santificador que, por gracia de Cristo, cuanto más se difunde su
devoción, más atrae a los creyentes hacia su Hijo y hacia el Padre8.
En Ella, purísima, resplandeciente, fijamos nuestros
ojos, «como en la Estrella que nos guía por el cielo oscuro de las expectativas
e incertidumbres humanas, particularmente en este día, cuando sobre el fondo de
la liturgia del Adviento brilla esta solemnidad anual de tu Inmaculada
Concepción y te contemplamos en la eterna economía divina como la Puerta
abierta, a través de la cual debe venir el Redentor del mundo»9.
II. Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre todas las mujeres10.
Por una gracia del todo singular, y en atención a los
méritos de Cristo, Santa María fue preservada inmune de toda mancha de pecado
original, desde el primer instante de su concepción. Dios «la amó con un amor
tan por encima del amor a toda criatura, que vino a complacerse en Ella con
singularísima benevolencia. Por esto, tan maravillosamente la colmó de la
abundancia de todos sus dones celestiales, sacados del tesoro de su divinidad,
muy por encima de todos los ángeles y santos, que Ella, absolutamente libre
siempre de toda mancha de pecado, y toda hermosa y perfecta, manifestó tal
plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor
después de Dios ni nadie puede imaginar fuera de Dios»11.
Esta preservación del pecado en Nuestra Señora es, en
primer lugar, plenitud de gracia del todo singular y cualificada; la gracia, en
María enseñan los teólogos, se adelantó a la naturaleza. En Ella todo volvía a
tener su sentido primitivo y la perfecta armonía querida por Dios. El don por
el que careció de toda mancha le fue concedido a modo de preservación de algo
que no se contrae. Fue exenta de todo pecado actual, no tuvo ninguna
imperfección ni moral, ni natural, no tuvo inclinación alguna desordenada, ni
pudo padecer verdaderas tentaciones internas; no tenía pasiones descontroladas;
no sufrió los efectos de la concupiscencia. Jamás estuvo sujeta al diablo en
cosa alguna.
La Redención alcanzó también a María y actuó en Ella,
pues recibió todas las gracias en previsión de los méritos de Cristo. Dios
preparó a la que iba a ser la Madre de su Hijo con todo su Amor infinito.
«¿Cómo nos habríamos comportado, si hubiésemos podido escoger la madre nuestra?
Pienso que hubiésemos elegido a la que tenemos, llenándola de todas las
gracias. Eso hizo Cristo: siendo Omnipotente, Sapientísimo y el mismo Amor (Deus
caritas est, Dios es amor, 1 Jn 4, 8), su poder realizó
todo su querer»12.
Desde esta fiesta grande divisamos ya la proximidad de
la Navidad. La Iglesia ha querido que ambas fiestas estén cercanas. «Del mismo
modo que el primer brote verde señala la llegada de la primavera en un mundo
helado y que parece muerto, así en un mundo manchado por el pecado y de gran
desesperanza esa Concepción sin mancha anuncia la restauración de la inocencia
del hombre. Así como el brote nos da una promesa cierta de la flor que de él
saldrá, la Inmaculada Concepción nos da la promesa infalible del nacimiento
virginal (...). Aún era invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el
hogar tranquilo donde Santa Ana dio a luz a una niña. La primavera había
comenzado allí»13.
La nueva Vida se inició en Nuestra Madre en el mismo instante en que fue
concebida sin mancha alguna y llena de gracia.
III. Tota
pulchra es, María, eres toda hermosa, María, y no hay mancha alguna de
pecado en Ti.
La Virgen Inmaculada será siempre el ideal que debemos
imitar. Ella es modelo de santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin
llamar la atención, sabiendo pasar oculta, Para imitarla es necesario tratarla.
Durante estos días de la Novena hemos procurado, con Ella, dar un paso hacia
adelante. Ya no la podemos dejar; sobre todo, porque Nuestra Madre no nos deja.
Aquella profecía que un día hiciera la Virgen, Me
llamarán bienaventurada todas las generaciones...14,
la estamos cumpliendo ahora nosotros y se ha cumplido al pie de la letra a
través de los siglos: poetas, intelectuales, artesanos, reyes y guerreros,
hombres y mujeres de edad madura y niños que apenas han aprendido a hablar; en
el campo, en la ciudad, en la cima de un monte, en las fábricas y en los
caminos, en situaciones de dolor y de alegría, en momentos trascendentales
(¡cuántos millones de cristianos han muerto con el dulce nombre de María en sus
labios o en su pensamiento!), se ha invocado y se llama a Nuestra Señora todos
los días. En tantas y tan diversas ocasiones, millares de voces, en lenguas
diversísimas, han cantado alabanzas a la Madre de Dios o le han pedido
calladamente que mire con misericordia a esos hijos suyos necesitados. Es un
clamor inmenso el que sale de esta humanidad dolida hacia la Madre de Dios. Un
clamor que atrae la misericordia del Señor. Nuestra oración en estos días de
preparación para la gran Solemnidad de hoy se ha unido a tantas voces que
alaban y piden a Nuestra Señora.
Sin duda ha sido el Espíritu Santo quien ha enseñado,
en todas las épocas, que es más fácil llegar al Corazón del Señor a través de
María. Por eso, hemos de hacer el propósito de tratar siempre confiadamente a
la Virgen, de caminar por ese atajo la senda por donde se abrevia el
camino- para llegar antes a Cristo: «conservad celosamente ese tierno y
confiado amor a la Virgen nos alienta el Romano Pontífice. No lo dejéis nunca
enfriar (...). Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en
la Iglesia: la oración del Ángelus, el mes de María y, de modo muy
especial, el Rosario»15.
María, llena de gracia y de
esplendor, la que es bendita entre todas las mujeres, es también
nuestra Madre. Una manifestación de amor a Nuestra Señora es llevar una imagen
suya en la cartera o en el bolso; es multiplicar discretamente sus
retratos a nuestro alrededor, en nuestras habitaciones, en el coche,
en el despacho o en el lugar de trabajo. Nos parecerá natural invocarla, aunque
sea sin palabras.
Si cumplimos nuestro propósito de acudir con más
frecuencia a Ella, desde el día de hoy, comprobaremos en nuestras vidas que
«Nuestra Señora es descanso para los que trabajan, consuelo de los que lloran,
medicina para los enfermos, puerto para los que maltrata la tempestad, perdón
para los pecadores, dulce alivio de los tristes, socorro de los que rezan»16.
1 Antífona
de entrada. Is 61, 10. —
2 San
Andrés de Creta, Homilía I en la Natividad de la Santísima
Madre de Dios. —
3 Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 61. —
4 Gen 3,
9-15; 20. —
5 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 54. —
6 Ibídem,
63. —
7 Ibídem,
65. —
8 Ibídem,
65. —
9 Juan
Pablo II, Alocución 8-XII-1854. —
10 Evangelio
de la Misa, Lc 1, 28. —
11 Pío
IX, Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854. —
12 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 171. —
13 R.
A. Knox, Tiempos y fiestas del año litúrgico, p. 298.
—
14 Cfr. Lc 2,
48. —
15 Juan
Pablo II, Homilía 12-X-1980. —
16 San
Juan Damasceno, Homilía en la Dormición de la B. Virgen María.
*Esta fiesta fue
instituida por Pío IX con motivo de la proclamación del dogma, el 8 de
diciembre de 1854. La definición dogmática precisó el sentido de la verdad de
fe y afirmó de modo solemne la fe constante de la Iglesia. Esta festividad se
celebraba en Oriente desde el siglo viii y un siglo después en muchos
lugares de Occidente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico