EFE 01 de junio de 2020
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Mientras que la mayor parte de los niños y
adolescentes en Ecuador cumple el aislamiento impuesto por el COVID-19, muchos
menores migrantes venezolanos se han visto obligados a salir a la calle,
descolgarse del sistema educativo, desandar camino o dormir a la intemperie
aguardando su repatriación.
La pandemia ha tenido un fuerte impacto en la infancia
en Latinoamérica, donde el riesgo de exclusión social se ha exacerbado entre
poblaciones indígenas, campesinas y en situación de pobreza, pero ha dejado sin
asideros a familias de refugiados y personas en situación de movilidad humana
cuyos hijos menores acarrearán consecuencias que podrían ser irreversibles.
“Estamos preocupados por la situación de la niñez
porque está invisibilizada”, advierte el representante del Fondo de las
Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en Ecuador, el español Joaquín
González-Alemán.
No en balde, Unicef ha alertado en un reciente informe
sobre la necesidad urgente de proteger y apoyar a niños y adolescentes
migrantes y refugiados venezolanos en el contexto del coronavirus.
Y es que en opinión de González-Alemán, “la pandemia
ha sacado a flote las desigualdades que hay en el país” y se traduce en la
falta de agua, saneamiento e higiene en momentos en los que son vitales por el
coronavirus, la incapacidad de los más vulnerables de denunciar agresiones o el
abandono escolar.
Unicef subraya que los niños en movilidad humana
acusan los problemas que cargan sus familias en un país como Ecuador, donde hay
400.000 venezolanos, cerca del 20 % menores de 18 años, de acuerdo a datos
recientes de la Cancillería.
Los informes indican que el 20 % de los refugiados y
migrantes venezolanos no tienen acceso regular al agua o jabón, el 84%
experimentaron problemas para acceder a alimentos suficientes y uno de cada
tres niños se acuestan con hambre.
De acuerdo a una encuesta realizada por Unicef entre
1.600 hogares venezolanos, colombianos y ecuatorianos en Ecuador, el 75% de los
cuales tienen niños y adolescentes, la principal preocupación fue la seguridad
alimentaria manifiesta en que menos del 30 % dijeron tener suficiente comida y
el 13 % no tuvo ningún acceso a alimentos.
El principal detonante fue la falta de empleo y ahorros,
lo que se evidencia en que el 82 % de los venezolanos estaba sin trabajo en
mayo y el 40 % manifestó dificultades de acceso a la salud.
La nacionalidad de los hogares es un factor que ha
ocasionado temor a la hora de salir a la calle a buscar alimentos o suplir otra
necesidad vital, ya que muchos venezolanos temen ser expulsados de sus
viviendas ante la imposibilidad de pagar sus arriendos, algo prohibido por ley.
GÉNERO, ACCESO A EDUCACIÓN Y ANSIEDAD
“Sabemos que la crisis sanitaria ha supuesto una carga
más grande para las mujeres y las niñas, y una mayor violencia intrafamiliar”,
subrayó el responsable de Unicef al revelar que el 60 % de las madres
venezolanas son las que apoyan a sus hijos en temas escolares.
El 33 % de los hogares venezolanos todavía no han
conseguido cupos escolares y el 40 % reporta niveles de mucha ansiedad y
preocupación por el futuro.
Unicef prevé que si no se atienden estas problemáticas
podría producirse un aumento significativo de la mortalidad materna e infantil,
brotes de enfermedades por la falta de vacunación y alerta del riesgo de que
los niños más vulnerables no regresen a la escuela al verse obligados a
trabajar por la falta de ingresos económicos de la familia.
Califica los impactos socioecómicos de la pandemia de
“devastadores” y recalca que el cierre de las aulas está colocando a los
menores migrantes en situaciones de trata, matrimonio forzado y otras formas de
abuso y explotación sexual y laboral.
NIÑOS EN MOVILIDAD
Las estadísticas responden a familias con un hogar,
pero la pandemia ha forzado a miles de migrantes a salir a la calle para buscar
sustento, emprender el camino de retorno a Venezuela o esperar sin un techo a
que las autoridades de su país los repatríen.
No es extraño ver, por ejemplo, a bebés de pocos meses
y niños de corta edad pernoctando en plena calle junto al Consulado de
Venezuela en Quito, varados en las fronteras o atravesando con sus familias las
temidas trochas en el continente.
Las agencias advierten que este tipo de situaciones
son caldo de cultivo de la violencia de género, además de riesgos para la vida
y la salud, y que los menores necesitan asistencia humanitaria y protección.
En muchos países el acceso al asilo, el registro de
nacimientos o la regularización migratoria se ha visto abruptamente restringido
y la reunificación familiar se ha convertido en una quimera, alejando a los
niños migrantes de sus progenitores.
En los últimos años, 5,1 millones de personas han
salido de Venezuela, 4,5 millones se radicaron en América Latina y el Caribe,
entre los que 1,98 millones son menores, cifra que se espera que este año
alcance los 2 millones.
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