Por Luis Ugalde,
02/07/2015
Nuestra educación
está en bancarrota y sigue cuesta abajo. Ocultando la realidad en esta y otras
áreas, el gobierno decidió no participar en las pruebas internacionales PISA,
que miden “lo que saben los estudiantes y lo que pueden hacer con sus
conocimientos”. Nosotros somos revolucionarios y no nos vamos a someter a
mediciones capitalistas para saber si los muchachos razonan y leen bien y
cuánto aprenden en matemáticas y ciencias. El gobierno comunista de Vietnam,
que no es revolucionario de opereta y quiere sacar a su país del subdesarrollo,
decidió en 2012 participar y medirse con los mejores del mundo en estas pruebas
y arrancó con buen nivel. En 2015 sorprendió con el puesto 12, muy por delante
del puesto 28 de Estados Unidos y 51 del mejor de América Latina. Los jóvenes
vietnamitas de 15 años obtuvieron una puntuación más alta que los norteamericanos
y los ingleses en lectura, matemáticas y ciencias. Vietnam, como país colonial
hasta ayer y todavía el más pobre de los 65 participantes en la prueba PISA,
tiene serios déficit de cobertura escolar, pero sabe que necesita buscar el
mejor nivel en los aprendizajes escolares.
Nos preguntamos
cómo logra Vietnam este puesto 12 cuando los latinoamericanos están entre el 51
y 65. Se nos informa que el secreto está en un trípode: una clara decisión
educativa del gobierno, un plan de estudios coherente para lograr las metas, e
inversión en el profesorado. Mirar y aprender de los países más exitosos con
claros objetivos de superación. En 2010 dedicó 20% de todo el gasto público a
educación, lo que supera en porcentaje a todos los países de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El currículo se centra en
las habilidades básicas, frente a otros que abarcan mucho y memorizan sin
enfocarse en lograr lo fundamental y duradero. Aprenden menos cosas, pero
fundamentales y con más profundidad. La escuela en Vietnam es muy exigente. En
contraste, nuestro “revolucionario” pasar materias sin verlas, aprobarlas sin
saber, entregar títulos sin exigir respaldo de conocimientos, es un fraude
gigantesco que tiene sus costos. Así como se convierten las universidades en
campo de frustración y fracaso al obligarlas a admitir sin examen, aun a
quienes carecen de la mínima preparación. Los maestros en Vietnam están muy
bien considerados en la sociedad y son respetados en sus escuelas y aulas. Hay convicción
de que el desarrollo y bienestar de su país depende del buen desarrollo del
talento de su población y de que la familia y la buena escuela son la clave. No
hay mejor inversión y toda la sociedad debe crear esa conciencia y clima
educativo.
Entre nosotros la
falsa idea repetida de que somos un país riquísimo, y que en consecuencia
nuestro problema económico no es producir riqueza, sino repartir la que hay en
abundancia natural, es la madre de todas las frustraciones y errores. Por el
contrario, el talento y la bondad potencial que se esconde en cada venezolano y
la convicción de que somos pobres lleva a apreciar que la buena formación es el
secreto para salir de la pobreza económica y política y de la miseria de la
convivencia social. La buena escuela es la clave del cultivo del talento y de
la buena cosecha.
Desde luego, no
basta con tener a todos los muchachos en una buena escuela con buenos maestros,
si en paralelo no se desarrollan decenas de miles de empresas exitosas en
conexión con la escuela y dispuestas a recibir a esos jóvenes que se preparan
adecuadamente. Lo contrario termina en el desempleo y el éxodo obligado de
jóvenes preparados, porque en su país no hay opciones de trabajo y de vida.
Cuba era un caso típico donde la educación era mejor que las oportunidades de
trabajo, realmente miserables, ayer y hoy.
Un nuevo gobierno
en Venezuela requiere un consenso grande y decidido para exigir y apoyar la
buena escuela y un excelente sistema educativo con creatividad plural para que
por lo menos 8 millones de niños y de jóvenes durante una docena de años saquen
lo mejor de sí. Es la base para producir una economía exitosa, una ciudadanía
con responsabilidad y sentido solidario de bien común con una política
democrática, que sean verdaderamente envidiables. Ese es el futuro de
Venezuela.
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