Por Ángel Oropeza
Los gobiernos existen para
resolver los problemas de la población a la cual sirven. Pero hay también
inútiles parodias de gobierno que están solo para inventar explicaciones a la
población de por qué esta sufre los problemas que tiene, y para justificar por
qué no pueden hacer nada para resolverlos.
Este segundo tipo de
gobiernos suelen tener al frente a burócratas que privilegian el hablar al hacer,
expertos en buscar excusas a su ineficacia, y que se constituyen en auténticos
ventiladores argumentales, repartiendo culpas a cualquiera que no sean ellos.
Un objetivo primordial de
estos gobiernos es proveer a la población de explicaciones alternativas a la
realidad que viven, no importa su veracidad. Para alguien, por ejemplo, que
simpatice con la actual oligarquía madurista, problemas como la inseguridad, la
escasez o el costo de la vida –todos ellos asociados con la gestión del
gobierno– representan un reto a su fidelidad política. No puede desconocerlos,
porque los vive en carne propia. La solución “objetiva” a la disonancia
cognitiva “apoyo al gobierno vs penuria personal” sería acabando con tal apoyo.
Pero las investigaciones nos advierten que, más que acercarse a la respuesta
objetivamente “correcta”, lo que realmente interesa a muchas personas es
resolver por cualquier vía la incomodidad generada por la disonancia, buscar
alguna explicación que le permita entender el caos que vive. Y aquí es donde la
sistemática e invasiva política comunicacional oficialista desempeña un papel
importante.
De acuerdo con estudios
recientes, la mayoría de la población acierta al señalar a la clase política
gobernante como el principal responsable del desastre nacional. Sin embargo,
lenta pero progresivamente, toma cuerpo una seudoexplicación –muy útil a la
cúpula oficialista– según la cual la culpa de lo que ocurre recae en otras
causas.
En el último estudio sobre
actitudes políticas de los venezolanos de Ratio-UCAB (Febrero 2018), 8 de cada
10 de estos piensa que la situación del país es mala o muy mala. Pocos
consensos son tan generalizados en Venezuela como la convicción de que el país
está mal. Pero al acercar la lupa, algunos hallazgos sobre la responsabilidad
de esta situación develan una preocupante heterogeneidad. Así, por ejemplo, al
preguntar quién es el responsable del desabastecimiento, solo 39% afirma que es
Maduro y su gobierno, 6% señala a la oposición, 6% a los militares, 7% a la
crisis económica mundial y un alarmante 30% a ese invento cazabobos llamado la
“guerra económica”, mientras 12% no sabe o no responde.
Estos datos reflejan, por
una parte, el éxito que en un porcentaje importante de la población ha tenido
la estrategia comunicacional del régimen para ocultar su fracaso y su culpa.
Aplican aquí aquellas dos famosas frases de Joseph Goebbels, “una mentira
repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, y
“miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea
una mentira más gente la creerá”.
Pero, por otra parte, datos
como los descritos evidencian también la necesidad de la dirigencia
democrática, en todos sus niveles y modalidades, de asumir con urgencia la
tarea de emprender una intensa labor de docencia social y de pedagogía
política, para que muchos de nuestros compatriotas entiendan quiénes son los
verdaderos responsables de su tragedia.
La tarea del régimen es solo
proteger a los suyos, excusar sus culpas y garantizar la permanencia de la
clase gobernante. Nunca resolver problemas, solo dar explicaciones falsas. Y
que estas explicaciones sean de tal naturaleza que debiliten la exigencia de
remoción de los verdaderos responsables.
La tarea de los demócratas,
frente a ello, es de educación política, que la gente comprenda la asociación
entre su sufrimiento y quienes se benefician de él. Y que la única forma de
superar nuestra actual tragedia es por medio de un cambio político, para lo
cual la correcta identificación de las causas y sus responsables es una
condición esencial.
05-03-18
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