Elizabeth Burgos 05 de marzo de 2018
“En mi
mente, yo asocio la presidencia con Putin, para mi ambos son la misma cosa”.
Así se expresa un chofer de taxi ruso ante un periodista francés enviado a
Rusia a cubrir la campaña electoral, puesto que el país se prepara a elegir el
próximo 18 de marzo el presidente de Rusia, es decir, reelegir por la cuarta
vez a Vladimir Putin. Y como lo expresa el chofer de taxi : “Voy a votar por él
porque no hay otro por quien hacerlo”. “Aunque su política no me guste. Él
debería ser más duro sobre la corrupción, pero su política exterior, la
apruebo”.
Desde
1917, la revolución de octubre, hasta la caída del muro de Berlín en 1989, el
sistema comunista se sustentó en la idea del internacionalismo proletario. Se
trataba de obrar por la instauración de un régimen que se extendería a nivel
mundial, otorgando al proletariado el rango de poder absoluto, o “dictadura del
proletariado”. La misión de esa revolución mundial era la de hacer desaparecer
la burguesía y el capitalismo: condición para crear en la tierra lo que la
religión prometía se lograría en el cielo. “El mar de felicidad”, como lo
definió el teniente coronel Hugo Chávez, refiriéndose al régimen cubano.
El fin
de la URSS puso término a la idea del internacionalismo proletario, pero la
llegada de Vladimir Putin a la presidencia de Rusia, reactualiza la práctica
del internacionalismo. Putin no ha cesado en el empeño de recuperar la
influencia internacional que tuvo la antigua URSS, pero adoptando el modelo
occidental de la democracia en lo que respecta a celebrar elecciones, pero
conservando las prácticas del modelo totalitario de gobierno, y adoptando en la
economía, el modelo capitalista. Cuba, el único país que se eximió de la ola de
liberalismo que cundió en los antiguos países satélites de Moscú impulsada por
Gorbachev, preservó su poder de
influencia y de centro de expansión de su modelo de gobierno totalitario
inspirado en el modelo comunista ruso. Tras la llegada al poder de Hugo Chávez,
favorecido por el alza de los precios del petróleo, Cuba recobra de manera
activa, su liderazgo continental y pone en marcha la dinámica del nuevo modelo
de internacionalismo. Lo de proletario fue
a parar al cesto de basura, y el nuevo modelo se centra en el ejercicio
vitalicio del poder. La separación de poderes y todo cuanto significa un
sistema democrático, son “detalles” que se ignoran.
No es
casual entonces, que durante el año 2018 seamos testigos de la implantación en
gran parte de países del planeta, de origen cultural diferente, de ese tipo de
modelo de gobierno, que constituyen de hecho un bloque de poder, cuyo centro
vuelve a ser Moscú.
En
América Latina, vemos cómo, pese a la pérdida por el bloque pro-cubano del Brasil,
de la Argentina y de Chile, se ha desarrollado una lucha política en pro de la
preservación de países claves para el entorno geopolítico regional de la
política cubana. El caso de Venezuela es el de mayor peso debido a su situación
geográfica y a sus reservas minerales. Todo parece indicar que veremos sin
sorpresa, según el desarrollo de los acontecimientos, la reelección del hombre
de La Habana, Nicolás Maduro.
En
Bolivia, país también clave por sus enormes riquezas minerales, sus reservas de
agua y por ser fronterizo de casi todos los países que conforman el sur del
continente, vemos cómo Evo Morales, violando su propia constitución, será
reelegido para un cuarto mandato presidencial. Según sus propias palabras, su
reelección constituye un hecho relativo a los derechos humanos. Es un derecho
humanos, la presidencia vitalicia asentada sobre el autoritarismo más
aberrante.
Pero
el más ejemplar del nuevo modelo de Estado totalitario – comunismo en la
política interna, capitalismo salvaje sumado de manera activa a la
mundialización, de hecho convertido en líder absoluto de la misma debido a la
política proteccionista de Trump, es la China
gobernada por XI Jinping que ya la prensa internacional designa como “el
nuevo emperador chino”. Al igual que Vladimir Putin en Rusia, que Evo Morales
en Bolivia, que Nicolás Maduro en Venezuela, el presidente chino acaba de
anunciar su intención de abrogar la regla que prohíbe al presidente chino
ejercer la presidencia durante más de dos mandatos. Su presidencia comenzó en
2012 y se ha caracterizado por una personalización de su poder. Bajo pretexto
de combatir la corrupción – al igual que Maduro en Venezuela – ha procedido a
purgas importantes en el seno del círculo dirigente – que de hecho, le permiten
eliminar posibles rivales, o rivales en potencia. De igual manera que afirma su
ambición de erigirse en modelo global de desarrollo económico siguiendo los
estándares occidentales, apoyando en los países llamados “emergentes”, e
incluso en los países desarrollados de Occidente en donde la democracia está
fuertemente y peligrosamente cuestionada, el modelo de gobierno autoritario o totalitario.
Capitalismo
salvaje mundializado y totalitarismo en lo interno. Tal parece que será el nuevo modelo hacia el cual se
dirigen los países que conforman el nuevo bloque geopolítico que despunta en el
firmamento del poder mundial que a todas luces, será liderado por la China.
El
peligro mayor proviene de un cierto desencanto en relación a la democracia que
comparten hoy cada vez más ciudadanos del mundo desarrollado, hecho que
constata el investigador estadounidense Yascha Mounk que deplora la expresión
de “cierto cinismo hacia la democracia en tanto que sistema político, dudas en
cuanto a la capacidad de los ciudadanos a influenciar las políticas públicas; y
en fin, el crédito que se le otorga a las alternativas totalitarias.” Las
simpatías hacia un líder fuerte que “no se preocupe del Parlamento ni de
elecciones” según Mounk y Roberto Stefan, especialista de encuestas, es una
idea que comienza a tomar cuerpo en EE. UU. E incluso en Europa. En los
estudios de encuestas, aparece que son los jóvenes con diploma superior los que
más se alejan de la democracia y no los considerados víctimas de la
mundialización clientela del populismo, sino las elites jóvenes que se fijan
más en el carácter redistributivo de la democracia. Esos jóvenes, según estos
los autores, son más liberales que
demócratas porque se identifican más con la mundialización. Perciben que los
problemas cruciales -el clima, las migraciones, las relaciones comerciales, la
regulación de la finanza- escapan a los límites de los Estados- naciones.
Confían más en los expertos internacionales, que en los pueblos o electores,
que poseen menos conocimiento de esos problemas.
Los
dilemas de la democracia y de su persistencia, son los nuevos retos que el
cambio de civilización nos obliga a pensar. ¿Democracia o democratura liberal?
Parece ser la cuestión… ¿La China y Rusia, líderes de la democratura liberal?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico