Luis Manuel Esculpi 08 de mayo de 2018
El
debate en el campo opositor se ha concentrado en torno a la participación o no
en el proceso a celebrarse el 20 de este mes. No pretendemos disminuir la
importancia de esa polémica, más cuando ella ha adquirido tonos y variantes que
pueden lesionar significativamente un propósito estratégico fundamental, como
lo es en nuestra opinión, la unidad de todas las fuerzas que se oponen al
régimen.
Siempre
hemos considerado que ese objetivo es imprescindible para lograr el cambio
político y reconstruir la institucionalidad democrática. Ninguna organización,
ni parcela o liderazgo individual por sí solo, puede asumir una tarea de tal
magnitud. Esa es una verdad incontestable en la Venezuela actual.
La
manera como se ha venido desarrollando la polémica, no abona el terreno para
recomponer la unidad posterior al evento del veinte de mayo. Muy por el
contrario el fanatismo, el enfrentamiento exacerbado, las descalificaciones, el
atrincheramiento en la defensa de posturas, no permite vislumbrar,
inmediatamente un próximo reencuentro entre las diversas visiones (no son solo
dos) que componen el campo opositor. Los epítetos y las descalificaciones no
son exclusivas de un sector, se distribuyen por igual entre quienes defienden
diferentes posiciones.
Se han
expuesto una gran cantidad de argumentos-muchos de ellos válidos- en defensa de
una u otra posición, se han pronunciado partidos, instituciones, organizaciones
de la sociedad civil, personalidades, en el ámbito internacional como Felipe
González, Fernando Mires y Ricardo Lagos.
Para
nosotros, desde el inicio de esta discusión, el problema en primer término
consistía en adoptar una política lo más unitaria posible, objetivo que
lamentablemente no se alcanzó, luego consideramos que el real problema
estratégico se planteará después de la fecha mencionada. No es cierto que ese
dilema solo está planteado para la opción de los que no participen, a nuestro
juicio existe también para los que concurran al proceso, ya que los resultados
no nos deben sorprender y superada la actual disyuntiva, se colocará como
necesidad prioritaria para la agenda de las fuerzas democráticas, el responder
a la exigencia de proponer la alternativa democrática y constitucional para
salir del desastre actual.
Ese es
el verdadero dilema, trasciende la coyuntura. No estará sujeto a suponer que el
escenario internacional, con todo lo importante que es, será el decisivo. Por
supuesto que la actividad en ese plano deberá mantenerse e intensificarse para
mantener el respaldo de la comunidad democrática mundial.
En el plano
de la acción política el escenario que es seguirá siendo decisivo es la que se
desarrolla en el país. Tampoco es cierto que todos los que optan por la no
participación están apostando a una intervención extranjera.
Enfrentar
la situación que podrá generarse después del veinte, requerirá elevarse por
encima de las parcialidades, superar las fracturas y acusaciones mutuas para
posibilitar sino en lo inmediato, si en corto plazo la reconstrucción de la
unidad para abordar la acción política en medio de las dificultades generadas
por la profundización de la crisis en todos los ámbitos de la vida social.
La
dirección de la oposición venezolana no sólo tiene el desafío, sino la
responsabilidad y el deber de diseñar el planteamiento y la ruta estratégica que
nos conduzca a alcanzar el cambio político. Así recobrará su imagen,
credibilidad, prestigio y ascendencia en el país. Podrá estimular e incidir las
contradicciones en el eje dominante y ser percibida por factores decisivos para
el cambio como una alternativa real de poder. Lo que implica -necesariamente-
superar la actual dispersión, unificar los esfuerzos en una misma dirección
estratégica, en el contenido de su discurso y en la acción permanente.
Jerarquizando en primer término la crisis social y económica que constituyen
hoy los principales padecimientos de la mayoría de los venezolanos. Estos
elementos, entre otros, constituyen el verdadero dilema a resolver.
Luis
Manuel Esculpi
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