MOISÉS NAÍM 05 de mayo de 2018
Este
artículo desmonta, una a una, las afirmaciones que Maduro defendió en una
tribuna recientemente publicada.
Que la
maldad puede ser banal ya nos lo explicó Hannah Arendt. Después de asistir al
juicio contra Adolf Eichmann en 1961, Arendt escribió que su principal sorpresa
fue descubrir lo anodino que era ese monstruoso ser humano. Este oficial de las
SS fue uno de los principales organizadores del Holocausto, en el que fueron
asesinados más de seis millones de niños, mujeres y hombres. Arendt cuenta que
Eichmann no era muy inteligente; no pudo completar los estudios secundarios o
la escuela vocacional y solo encontró empleo como vendedor itinerante gracias a
los contactos de su familia. Según Arendt, Eichmann se refugiaba en “frases
hechas, clichés y el lenguaje oficial”. Uno de los psicólogos que lo examinó
reportó que “su única característica inusual era ser más normal en sus hábitos
y en su lenguaje que el promedio de la gente”.
Por
supuesto que hay grandes diferencias entre Adolf Eichmann y Nicolás Maduro.
Pero también similitudes. A Maduro tampoco le fue muy bien en los estudios o en
su vida laboral y sus tropiezos gramaticales siguen haciendo las delicias de
quienes lo siguen en redes sociales. Las “frases hechas, clichés y el lenguaje
oficial” saturan su vocabulario. Su banalidad es ya legendaria.
El
presidente de Venezuela acaba de publicar un muy revelador artículo de opinión
en EL PAÍS. En él documenta su mendacidad, confirma su banalidad y despliega su
inmensa crueldad.
Comienza
afirmando: “Nuestra democracia es distinta a todas. Porque todas las demás… son
democracias formadas por y para las élites”. Resulta que la opulenta élite
creada por Hugo Chávez, y perpetuada por Nicolás Maduro, lleva dos décadas
enriqueciéndose ilícitamente y ejerciendo el poder de manera nada democrática.
Su control sobre todas las instancias es absoluto. Un ejemplo: entre 2004 y
2013, el Tribunal Supremo de Justicia dictó 45.474 sentencias. ¿Cuántas de
estas fallaron en contra del Gobierno? Ninguna.
Maduro
continúa: “La revolución cambió y se volvió feminista. Y entre todos y todas
decidimos remover la violencia machista de nuestro sistema de salud y empoderar
a las mujeres a través del programa nacional de parto humanizado”. Según la
prestigiosa revista médica The Lancet, la mortalidad de las madres en Venezuela
en los últimos años ha aumentado un 65% y la mortalidad infantil, en un 30%.
¿Parto humanizado y feminista?
Pero
Nicolás Maduro no solo se preocupa por las madres. También lo angustian los
jóvenes: “Hace 20 años, antes de nuestra revolución bolivariana, era normal
echar la culpa de la cesantía de los jóvenes a los propios jóvenes… que por
flojos merecían una salud paupérrima, sueldos de hambre y vivir sin techo. Pero
con nosotros en el Gobierno la cosa cambió…”. En esto el presidente tiene
razón, la cosa cambió: ahora el poder de compra del salario mínimo es un 94,4%
más bajo de lo que era en 1998. En la práctica, el salario mínimo “en la calle”
es de poco más de tres dólares al mes (2,5 euros). Un mes de salario mínimo
“oficial” solo alcanza para comprar dos kilos de pollo. Y ni siquiera todos lo
alcanzan. Una enfermera que trabaja por su cuenta, por ejemplo, gana el
equivalente de seis centavos de dólar al día. Pero hay más: los jóvenes que
tanto preocupan al presidente son las víctimas más frecuentes del desenfreno
criminal que sacude al país. Venezuela sufre uno de los más altos índices de
asesinatos del mundo. ¿Qué ha hecho Maduro al respecto? Nada.
Naturalmente,
la prioridad del presidente es el pueblo: “… Es esencial que la economía esté
al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio de la economía… La economía
es el corazón de nuestro proyecto revolucionario. Pero en mi corazón está
primero que todo la gente”. Esa gente que puebla el corazón del presidente está
siendo diezmada por la primera hiperinflación latinoamericana del siglo XXI y
por la falta de alimentos, medicinas y productos básicos. Según el Fondo
Monetario Internacional, los precios subirán un 13.000% este año. El año
pasado, el 64% de la población perdió, en promedio, 11 kilos de peso por falta
de comida. Este año el desabastecimiento es aún peor y hay severos
racionamientos de agua y electricidad. Menos mal que la economía que preside
Maduro está al servicio del pueblo. ¿Cómo sería si no fuese así?
Además
de desplegar su liderazgo económico y social, el presidente de Venezuela usa su
columna para reafirmar sus credenciales democráticas: “Para nosotros solo hay
libertad y democracia cuando hay un otro que piensa distinto al frente, y
también un espacio donde esa persona pueda expresar su identidad y sus diferencias”.
Para centenares de presos políticos, ese “espacio” es una celda inmunda donde
viven hacinados en condiciones inhumanas y donde algunos de ellos son
regularmente torturados, tal como lo han denunciado todas las organizaciones
internacionales de derechos humanos. En la Venezuela de Chávez y Maduro, pensar
distinto se volvió muy peligroso.
Para
profundizar en la democracia que reina en su país, Maduro ha convocado
elecciones anticipadas y es uno de los candidatos con más posibilidades de
ganar, a pesar de que sus votantes se están muriendo de hambre: “Nos hemos
empeñado con pasión en transparentar, en respetar y en hacer respetar las leyes
electorales para las elecciones del próximo 20 de mayo… Y ese proceso será
limpio y modelo…”. El pequeño detalle que omite el presidente y candidato es
que 15 Gobiernos de América Latina, más la Unión Europea, Estados Unidos y
Canadá han denunciado como fraudulentos los inminentes comicios y han declarado
que no reconocerán sus resultados. Maduro el demócrata inhabilitó a los
principales partidos de la oposición; sus candidatos más populares están
presos, exiliados o descalificados, y no permite que observadores
internacionales independientes monitoreen el proceso electoral. Pero el
presidente no está solo. La gran democracia rusa mandará un equipo de
observadores para garantizar la pulcritud del proceso. Cuba y Nicaragua
también.
Es muy
revelador que, en su larga columna, Maduro no haya dedicado ni una línea a
comentar sobre el infierno que están viviendo los venezolanos. En las encuestas
que miden la felicidad expresada por la gente en distintos países, Venezuela
solía estar en los primeros lugares. Hoy es uno de los lugares más infelices
del mundo; ocupa la posición 102 entre 156 países encuestados. Los millones de
venezolanos que han abandonado su tierra tampoco merecen comentario alguno de
Maduro.
Y es
que una de las peculiaridades más indignantes del régimen de Chávez y Maduro es
la criminal indiferencia que han mostrado ante el sufrimiento de los
venezolanos que ellos dicen amar. La indolencia, el desinterés, la pasividad
con los cuales Maduro trata las trágicas crisis que crecen y se multiplican,
matando a diario cada vez a más venezolanos, parecieran no afectarlo, no
motivarlo a actuar, a buscar ayuda. Es al contrario: Maduro niega que Venezuela
sufra una crisis humanitaria y no permite la ayuda internacional que podría ya
haber salvado miles de vidas.
Sí;
Maduro es banal. Pero también letal.
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