Por Gregorio Salazar
Viéndolo bien, el comité de usuarios que buscó a la constituyente María Alejandra Díaz para ejercer un recurso de amparo ante el TSJ solicitando que Directv reinicie sus operaciones en Venezuela debería ir nuevamente en afanosa búsqueda de esta adalid justiciera, a fin de que haga respetar los derechos a la información y a la libertad de expresión.
El razonamiento es muy
sencillo. Por ley transitiva: si ese preocupado comité de usuario y su abogada
son sin duda dolientes de Globovisión, uno de los dos canales por cuya
permanencia en la parrilla de Directv se resteó soberanamente el régimen y
originó la querella que dejó a por lo menos 10 millones de venezolanos sin
televisión satelital, seguramente también debe serlo de todo lo que afecte a
Globovisión y, en especial, del programa que desde hacía siete años era su
carta de presentación y el de más audiencia, al punto que se transmitía dos
veces al día: Vladimir a la Una.
Y al TSJ no le quedaría
más que recibirlos con los brazos abiertos, dado que todo se trataría de
reponer la vigencia de la Constitución en medio del supuesto Estado de Justicia
Social y de Derecho en que nos dicen (nos gritan y nos restriegan) vivimos. Que
se haga, pues, y en tiempo récord como la primera vez
Sarcasmos aparte,
sabemos sobradamente que la realidad es otra y nada de eso va a ocurrir.
Despojado de todas las caretas, desechadas todos los subterfugios y pretextos
de antaño para confrontar y arremeter contra medios y periodistas, controlados
todos los resortes del poder el chavismo muestra descarnadamente su esencia
originaria.
El chavismo avanza llevándose todo a su paso para imponer un proyecto destinado a hacerse con el poder, todo el poder para siempre, aunque para ello tenga que sumir a toda la población en condiciones de vida abyectas, esto es sin poder satisfacer ninguna necesidad básica y sin derechos ciudadanos.
Muchísimo menos, por
supuesto, los derechos de libertad de expresión y de información, sentenciados
abiertamente y en mayor medida desde el momento en que un ministro de
información, el que pregonaba como contraposición a los mensajes de los medios
independientes una “Venezuela de Verdad”, proclamó que el objetivo final era la
“hegemonía comunicacional”.
Sobre ese personaje
habría que agregar que hoy vive fuera de Venezuela en condiciones
incomparablemente superiores a las de quienes sobrevivimos aquí y sin que se le
haya conocido ni cuentas claras ni algún gesto o palabra de reflexión o de
arrepentimiento por los perjuicios que le ocasionó a la democracia y a toda la
sociedad venezolana. Como él hay cientos.
Se puede añadir incluso
que uno de quienes fueron sus escoltas, a lo mejor en algún momento
identificado también con “el proceso”, acaba de morir en una playa insurgiendo
contra el régimen, en una operación armada que todavía mantiene muchos puntos
oscuros, incluso la forma en que murió ese ex militar.
Vladimir Villegas no es
el primer ancla con respetable audiencia que el régimen saca a empellones de la
televisión venezolana. Le antecedieron nombres como Marta Colomina, César
Miguel Rondón, Miguel Ángel Rodríguez, Leopoldo Castillo y todos aquellos
destacados periodistas que perdieron sus espacios cuando Globovisión, cercada y
sentenciada a muerte por el régimen, en mala hora cambió de dueño.
No sólo se pierden los
espacios, y este era al menos mucho más plural y últimamente más crítico con el
oficialismo. Se pierden también la capacidad de respuesta, de réplica, de
exigencia cuando asoma nuevamente la profunda división de la sociedad
venezolana e irrumpe como lo que ha sido prácticamente un linchamiento de la
comunidad tuitera más radical.
Hay menos resistencia.
Eso lo apreciamos incluso en el propio entorno de Vladimir. En la ocasión en la
que el chavismo lo vetó como orador de orden en un concejo municipal controlado
por el régimen, surgieron voces solidarias que se atrevieron a denunciar el
atropello.
Y lo hicieron a través
de sus propios espacios en la televisión del estado, lo cual les valió también
recibir sus “apliques”. Eran otros tiempos. Esa capacidad de criticar, de
exigir un derecho, de cuestionar un abuso contra un familiar se perdió.
Hoy sólo queda
someterse a los dictados del régimen o salir un día subrepticiamente de su
cargo ministerial y del país como lo hizo el ex ministro Izarra.
Estamos en la hora en
que todos los que disentimos, nos quejamos, protestamos o denunciamos somos
terroristas. Terroristas los partidos y los diputados. Terroristas los
periodistas que reflejan fielmente la realidad. Terroristas los profesionales
que reclaman condiciones de vida elementales. Terroristas los empresarios que exigen
condiciones para producir o mercadear. Terroristas los vecinos que salen a la
calle a exigir agua, luz, comida, gas. De allí estos desbordes autoritarios que
terminan por convencernos de que este régimen vive, tal vez sí, el momento de
mayor dominación y opresión sobre el país, pero también el más desesperado.
31-05-20
https://talcualdigital.com/otra-vez-globovision-por-gregorio-salazar/
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