Fernando Mires 15 de julio de 2015
El acuerdo nuclear entre los EEUU, el
P5+1 e Irán, dado a conocer el 14 de Julio de 2015 abre una nueva era en las
relaciones internacionales de EE UU tanto en el Oriente Medio como en todo el
espacio musulmán. El centro del acuerdo es energético y en él ambas partes
obtuvieron lo que se proponían. Irán tendrá acceso abierto y formalizado hacia lo
que de hecho ya tenía: la energía nuclear, y EE UU más el P5+1, limitan el
acceso de Irán a la bomba nuclear por un plazo de 10 años.
El acuerdo es muy político. Se trata de
un contrato revocable, es decir, a prueba.
Aunque aparece como tripartita el acuerdo
es dual: solo entre los EE UU e Irán. Los del P5 + 1 jugaron más bien el rol de
observadores y ratificadores. Interesante fue la neutralización de Rusia. Algo
debe haber obtenido Putin a cambio de su silencio. El mandatario ruso no otorga
nada gratis.
El acuerdo -quizás esto es lo más
importante- no termina en sí mismo. En gran medida llevará a otros de tipo
no-nuclear, precisamente los que estaban bloqueados por el tema nuclear. Sin la
visibilidad de esos post-acuerdos, el nuclear no solo no habría tenido sentido
sino, además, nunca habría sido posible.
Desde el punto de vista norteamericano
el acuerdo se ajusta plenamente a la ya estatuida “Doctrina Obama” a la que
también podríamos denominar “doctrina de construcción hegemónica”. La
diferencia entre la Doctrina Obama y las que prevalecían en el pasado reciente
reside en que la primera, sin renunciar a los enfrentamientos militares cuando
estos son ineludibles, apunta hacia otras direcciones
La primera dirección busca la obtención
de soluciones mediante la integración de diversas naciones es decir, se trata
de una renuncia explícita al bi-lateralismo de corte kissengeriano para en su
lugar adoptar un multitaleralismo que lleva el inconfundible sello de Obama. La
segunda, privilegia los medios diplomáticos por sobre las presiones militares.
La tercera busca entendimientos con “naciones llaves”, esto es, con las que
abren puertas hacia espacios regionales. En ese sentido, pero solo en ese, el
acuerdo Roahní-Obama es comparable al acuerdo con Cuba. En ambos casos, ambos
abren otras puertas.
El tratado nuclear conducirá a nuevos
contactos comerciales, eso es evidente. Irán, aún más que la India o Brasil, es
uno de los países que está más cerca del punto que lleva desde una “nación
umbral” a una potencia económica regional. Para lograr ese despegue los monjes
iraníes necesitan de la cooperación tecnológica norteamericana, muy superior en
su sofisticación a la que puede ofrecer Rusia o China. EE UU tendrá a su vez un
más fácil acceso a las materias primas y al petróleo que no solo ofrece Irán
sino, sobre todo, Irak. Ese punto obliga precisamente a pensar en la dimensión
militar del acuerdo.
Despejada la problemática nuclear que
separaba a Irán de los EE UU, Irán puede llegar a convertirse –si es que ya no
lo es- en el mejor aliado militar de los EE UU en la guerra en contra de los
ejércitos del Estado Islámico. Por una parte, Irán, por razones de seguridad
nacional, necesita expulsar lo más pronto posible al ISIS de los territorios de
Irak. Con ello será evitada una nueva (y catastrófica) intervención directa de
los EE UU en el territorio de Irak. Por otra, las compatibilidades religiosas,
culturales y políticas entre Irán e Irak son muchas. En ese sentido Irán puede
jugar el mismo rol pacificador en Irak que el que jugó China con respecto a las
naciones del sudeste asiático durante la época de Kissinger.
Todo hace predecir que a partir del
acuerdo nuclear entre los EE UU e Irán aparecerán nuevas constelaciones
geoestratégicas. Por ejemplo, EE UU se encontrará en mejores condiciones para
liberarse de los chantajes de Arabia Saudita, sin duda su mejor socio comercial
en la región, pero a la vez, y ese es un secreto a voces, el mejor proveedor de
los ejércitos del ISIS cuyos contingentes pertenecen predominantemente a la
confesión sunita.
Si la alianza militar con Irán prospera
a mediano plazo, Turquía y Egipto dejarán de ser los únicos socios militares de
los EE UU y de Europa en la región.
Después de Arabia Saudita el enemigo más
declarado del acuerdo nuclear es Israel. Pero esto puede ser solo una
apariencia. Es evidente que Netanyahu no puede contrariar al electorado que lo
llevó al gobierno, muy radicalizado por el terror –agitado por el mismo
Netanyahu- ante un eventual ataque nuclear proveniente desde Irán.
Sin embargo, un mínimo de inteligencia
política deberá hacer pensar a Netanyahu que, con acuerdo o sin acuerdo, Irán
ya avanzaba en el terreno nuclear apoyado por Rusia y potencialmente por China.
Por el contrario, bajo el directo control de los EE UU, el acceso a la bomba
nuclear será mucho más difícil de lograr para Irán, sin considerar la enorme
cantidad de beneficios que Irán perdería si aventura sus pasos en esa
dirección. En cualquier caso, un ambiente de hipertensiones como el propiciado
por Netanyahu era el más favorable para empujar a Irán hacia el armamento
atómico.
Por el contrario, un Irán cooperante con
los EEUU lleva automáticamente a la neutralización del Hezbollah en el Líbano
cuya directriz sigue las orientaciones que provienen de las autoridades del
schiísmo iraní, hecho que solo puede convenir a Israel. En fin, si razones de
poder político interno no lo impiden, la clase política israelí entenderá que
bajo las condiciones previstas en el acuerdo, Israel estará más protegido de
una amenaza nuclear que si ese acuerdo no existiera.
Definitivamente se trata de un acuerdo
que contiene perspectivas promisorias para la región y para la paz mundial. No
obstante, esas perspectivas no aseguran su definitivo éxito. En Irán, Rohaní es
acechado por fracciones islámicas fundamentalistas y las fuerzas
anti-occidentalistas que ayer apoyaron al siniestro Ahmadineyah no han
desaparecido del todo. Y en los EE UU nadie sabe lo que puede suceder en las
próximas elecciones presidenciales.
En otras palabras, hay que calcular, por
lo menos en parte, con los avatares de esa inevitable locura humana, la misma
que no pocas veces ha logrado imponerse por sobre todos los criterios que
provienen de la lógica y de la razón.
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