Jean Maninat 03 de julio de 2015
@jeanmaninat
En la prehistoria de 1964, el director
griego, Michael Cacoyannis, adaptó para el cine Zorba el griego, la novela
homónima del escritor, también griego, Nikos Kazantzakis. Es básicamente un
relato de “socialismo sentimental”, de viaje a las entrañas del pueblo, un baño
en la sabiduría popular del cual se saldría renovado. Un joven escritor (en la
película se trata de un inglés de origen griego interpretado por Alan Bates)
decide ir a Creta para rescatar una mina familiar abandonada, tomar contacto
con los campesinos y la clase trabajadora y darle un vuelco a su vida sepultada
en la monotonía del intelectual distante. Quiere el azar (o las moiras,
divinidades griegas que rigen el destino de los hombres) que topara con Zorba,
(en la película interpretado magistralmente por Anthony Quinn), un rústico pero
aventurero campesino, especialista en mucho y en nada, pero sobre todo, un
oráculo de supuesta sabiduría popular a la hora de interpretar el alma humana.
De la mano de Zorba, nuestro apopléjico
intelectual, recorre los laberintos de la condición humana a través de unos
coloridos personajes -nada bonito encontrará- mientras intenta poner en marcha
una mirífica, pero imposible, empresa que lo deja arruinado económicamente y
salpicado de tragedia. Al final de la película, en una secuencia memorable, el
funicular concebido por Zorba para bajar troncos desde una tala en la montaña
hasta la playa, se viene abajo estrepitosamente, llevándose consigo los últimos
ahorros del atolondrado escritor. Pero poco importa la ruina de sus finanzas
personales, un absorto y profundo Zorba, lo toma de la mano y lo enseña a danzar
el zirtaki, mientras ríen frenéticamente su desventura económica, en una de las
secuencias de baile cinematográfico más remedadas por todo ebrio de buena
índole y que se respete. Una entrañable loa a la irresponsabilidad.Los griegos
contemporáneos, de la mano de su Zorba populista y de izquierda, (Mr. Tsipras,
el primer ministro eternamente sonriente, bien peinado y sin corbata) están
sufriendo en bolsillo propio el desplome del funicular que los debió integrar
definitivamente a la Europa moderna y productiva. Pocas veces se ha visto tanta
irresponsabilidad en un mismo lugar y a la misma hora. Luego de ganar la
confianza de sus electores -temerosos, pero aún crédulos- en base a promesas de
difícil cumplimiento, ha llevado a sus conciudadanos directo al corralito y la
ruina de lo poco que les quedaba de la hacienda familiar.Ha pretendido, con una
mezcla de altivez y autocompasión (algo así como pedir limosna con guantes de
boxeo), que los contribuyentes de otros países europeos paguen los platos rotos
de sus fiestas nupciales. Luego de tratar de burlar, en base a vivezas, a la
comisión Europea y al Eurogrupo, de llevar el forcejeo hasta pasado el límite
de vencimiento de la última oferta europea, de desconocer las obligaciones con
el FMI, y de convocar un referéndum para evadir su responsabilidad y echarle el
muerto de la decisión al “pueblo griego”; ahora pretende que se le extienda el
segundo rescate que expiró el martes y se le abra un tercero, aceptando las
condiciones ofrecidas por el Eurogrupo, las mismas que había desdeñado con
altivez.
Cartas van y cartas vienen, mientras el
firmante, el mismo primer ministro Tsipras, llama a sus conciudadanos a votar
“no” en el referéndum del domingo bajo la justificación de que “había que
defender un futuro no hipotecado para nuestros hijos”, según reportó El País de
España el martes pasado. Juega con el destino de su país y la ruina de sus
habitantes labrando frases huecas, espetando consignas trasnochadas, repitiendo
imposturas ideológicas. A los venezolanos nos suena cruelmente familiar.
También tenemos nuestro Zorba el griego.
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