miércoles, 31 de agosto de 2016

Cambio y velocidad por @garciasim


Por Simón García


Vivimos un momento culminante. A veces, no tenemos la percepción concreta de esa situación porque asociamos el cambio a la caída del telón. Pero, todos sabemos que el fin de la película comienza antes.

El cambio es la agenda del país, la tendencia sobresaliente. El desgaste gubernamental deja al descubierto una doble imposibilidad: la ausencia de voluntad de rectificación del régimen y la incapacidad del modelo para levantarse de sus fracasos. Su naturaleza desata, inevitablemente, tragedias contra la población.

La cúpula gubernamental está de caída. Sus integrantes, que intentan retrasarla, defienden intereses y privilegios, muchos de los cuales constituyen graves perversiones. No son anomalías menores ni desviaciones políticas, sino fenómenos, como la corrupción, que tienen todas las características de un iceberg cuya masa de ilegalidades sumergidas marcará una desvergüenza continental.

La fuerza popular del cambio es indiscutible, lo dicen las encuestas, lo grita la calle. El rechazo al gobierno sustenta los logros de la oposición y el motor para iniciar las transformaciones institucionales indispensables para configurar una transición. Pero hasta ahora el descontento no ha sido suficiente para ese arranque.


La lección que debe extraerse de este desfase entre estado de ánimo y acción no es abandonar la estrategia democrática, pacífica, constitucional y electoral. Hay que ver mejor hacia las formas, modalidades y lugares de lucha. Y luego, integrar a la dimensión política las movilizaciones y propuestas críticas sobre el drama cotidiano de la gente. Moverse hacia escenarios donde las ventajas serían pronunciadamente favorables al régimen, sería un error.

Lo decisivo para alcanzar y mantenerse en el poder siempre es la cantidad y calidad de las fuerzas que participan o estén en condiciones de participar efectivamente en los resultados. Lo extraño de la competencia política es que esta radiografía a menudo está guiada por deseos, voluntarismos y hasta delirios para sustituir el diagnóstico real.

Para lograr pertinentemente los objetivos y tras ellos los fines, es necesario contrastar nuestro desempeño a la luz de sus eficacias. Finalmente, parece urgente ensanchar la justificación social de la política, que además de lo que le es propio, tiene que conquistar la aceptación racional, la identificación simbólica y el respaldo emotivo de la gente.

El intento de imponer un Estado comunista es un proyecto fallido. La mayoritaria exigencia colectiva de sustituir a Maduro, a su gobierno y a su modelo es una propuesta a la que hay que abrirle paso oponiendo la unidad a la división; la convivencia al odio; el diálogo a la imposición; la paz a la violencia y la Constitución a las ilegalidades del poder.

La alternativa está tocando las puertas. No hay que dejar pasar su tiempo, ni abortarla con desacertadas precipitaciones. No olvidemos que la velocidad es sólo una de sus llaves.

29-08-16




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