Por Simón García
Vivimos un momento
culminante. A veces, no tenemos la percepción concreta de esa situación porque
asociamos el cambio a la caída del telón. Pero, todos sabemos que el fin de la
película comienza antes.
El cambio es la agenda del
país, la tendencia sobresaliente. El desgaste gubernamental deja al descubierto
una doble imposibilidad: la ausencia de voluntad de rectificación del régimen y
la incapacidad del modelo para levantarse de sus fracasos. Su naturaleza
desata, inevitablemente, tragedias contra la población.
La cúpula gubernamental está
de caída. Sus integrantes, que intentan retrasarla, defienden intereses y
privilegios, muchos de los cuales constituyen graves perversiones. No son
anomalías menores ni desviaciones políticas, sino fenómenos, como la
corrupción, que tienen todas las características de un iceberg cuya masa de
ilegalidades sumergidas marcará una desvergüenza continental.
La fuerza popular del cambio
es indiscutible, lo dicen las encuestas, lo grita la calle. El rechazo al
gobierno sustenta los logros de la oposición y el motor para iniciar las
transformaciones institucionales indispensables para configurar una transición.
Pero hasta ahora el descontento no ha sido suficiente para ese arranque.
La lección que debe
extraerse de este desfase entre estado de ánimo y acción no es abandonar la
estrategia democrática, pacífica, constitucional y electoral. Hay que ver mejor
hacia las formas, modalidades y lugares de lucha. Y luego, integrar a la
dimensión política las movilizaciones y propuestas críticas sobre el drama
cotidiano de la gente. Moverse hacia escenarios donde las ventajas serían
pronunciadamente favorables al régimen, sería un error.
Lo decisivo para alcanzar y
mantenerse en el poder siempre es la cantidad y calidad de las fuerzas que
participan o estén en condiciones de participar efectivamente en los
resultados. Lo extraño de la competencia política es que esta radiografía a
menudo está guiada por deseos, voluntarismos y hasta delirios para sustituir el
diagnóstico real.
Para lograr pertinentemente
los objetivos y tras ellos los fines, es necesario contrastar nuestro desempeño
a la luz de sus eficacias. Finalmente, parece urgente ensanchar la
justificación social de la política, que además de lo que le es propio, tiene
que conquistar la aceptación racional, la identificación simbólica y el
respaldo emotivo de la gente.
El intento de imponer un
Estado comunista es un proyecto fallido. La mayoritaria exigencia colectiva de
sustituir a Maduro, a su gobierno y a su modelo es una propuesta a la que hay
que abrirle paso oponiendo la unidad a la división; la convivencia al odio; el
diálogo a la imposición; la paz a la violencia y la Constitución a las
ilegalidades del poder.
La alternativa está tocando
las puertas. No hay que dejar pasar su tiempo, ni abortarla con desacertadas
precipitaciones. No olvidemos que la velocidad es sólo una de sus llaves.
29-08-16
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