IBSEN MARTÍNEZ 24 de agosto de 2016
En
2004, agotados los atajos golpistas que tanto desacreditaron las más grandes y
nobles movilizaciones de masas que jamás hayamos presenciado en Caracas, la oposición
genuinamente demócrata echó mano a la provisión constitucional de la que Chávez tanto
llegó a enorgullecerse: el referéndum revocatorio.
Luego
de las matanzas de abril de 2002 y de la inconducente huelga petrolera que
languideció hasta morir a comienzos de 2003, se intentó desalojarlo del poder
mediante un recurso concebido por el mismísimo Chávez. En 2004, no andaban nada
bien las cifras de popularidad del Presidente Eterno.
La
pequeña historia de aquella primera colecta de firmas tiene un acápite para la
aparición de rostros por entonces nuevos. Rostros que hoy ya damos por curtidos
y presidenciables, si tan solo las cosas saliesen razonablemente bien. María
Corina Machado, por ejemplo, se hizo conocer de la mayoría de los venezolanos
cuando se puso al frente de una ONG dedicada a la defensa del derecho al voto.
Ya es
irrelevante —aunque nunca sobre saber las cosas a ciencia cierta— si su ONG pudo
o no recabar todas las firmas necesarias. El hecho escueto es que a Machado
debemos en gran medida el valor que, viviendo los venezolanos bajo un régimen
electoral ostensiblemente sectario y tramposo, aún le conferimos al voto. Pues
bien, en aquella ocasión, hace la friolera de doce años, Chávez conspiró, con
su característica desfachatez, contra el referéndum que buscaba revocarlo,
dinamitando lo que resulta esencial para que una consulta al soberano tenga
alguna validez: el secreto del voto. Se sustrajo de las bóvedas o catacumbas,
no sabe ya uno cómo llamar lo jamás visto de cerca, del Consejo Nacional
Electoral, el total de las firmas comprometidas candorosamente por millones de
venezolanos que reclamaban la convocatoria del referéndum.
Se
hizo pública esa lista, se reprodujo en millones de discos duros, se usó sin
recato alguno para cribar a la ciudadanía. Si aparecías en la lista Tascón, así
llamada en reconocimiento al diputado chavista que solicitó al CNE la lista de
nuestros nombres y fue complacido, no podías contratar con el Estado, ni
aspirar a un empleo y mucho menos beneficiarte de los tan jaleados programas
sociales.
Hoy,
Maduro busca obtener los mismos resultados que entonces logró el apartheid
político. Solo que ya no
hay petrodólares ni nada que negarle o quitarle a quien consigne su firma.
Así no sea ya secreta.
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