EMILIO NOUEL 26 de agosto de 2016
¡Cuánto
costó que un alto representante de un ente internacional como la OEA, dijera de
manera alta y clara que en Venezuela la democracia y el Estado de Derecho no
existen!
Lo
afirmó sin ambages, en estos días, el señor Luis Almagro, secretario general de
esa organización hemisférica, en misiva dirigida al preso político Leopoldo
López.
Como
venezolano, reconocemos y agradecemos tal pronunciamiento, por muy doloroso que
sea, sobre todo, en momentos en que luchamos por que se apruebe una fecha este
año para el referéndum revocatorio contra Maduro.
Almagro
se refiere en su carta a la sentencia condenatoria aberrante contra López.
“La
sentencia que reafirma tu injusta condena marca un hito, el lamentable final de
la democracia en Venezuela (…) es, asimismo, la terminación del Estado de
Derecho (…) ninguna posición que sustente el derecho y los principios jurídicos
fundamentales puede ignorar que el gobierno de Venezuela tiene presos políticos
y los tortura”.
El
envilecimiento y decadencia de la institucionalidad democrática ha sido un
proceso que en los últimos tres lustros se ha acelerado por obra de un grupo
político de ideología totalitaria y demencial, que ha conducido al país a una
situación de calamidad social sin precedentes en nuestra historia.
Pocos
comprenden cómo una nación que fue baluarte de la democracia y con ingentes
recursos naturales, haya caído en semejante desbarajuste.
Mientras
dispuso de fabulosas cantidades de recursos financieros pudo comprar voluntades
dentro y fuera del país. Acalló críticas y cuestionamientos. Políticos,
gobernantes, personalidades, instituciones internacionales y medios del mundo
sólo veían las apariencias, la retórica mentirosa y los supuestos “logros
sociales” del gobierno, pero la monstruosidad política que se estaba cocinando
al interior de nuestra sociedad, era soslayada, o no percibida. Era difícil
convencer a cualquiera, incluso a venezolanos, de que el gobierno chavista nos
llevaba por mal camino. Dudaban de su naturaleza autoritaria y de su vocación colectivista.
Claro,
su variopinta conformación en términos de liderazgo, podía hacer vacilar a la
hora de una valoración adecuada del fenómeno.
Comprendemos
que no era fácil “clasificar”, políticamente hablando, lo que sucedía en
nuestra patria. El comportamiento político era y no era, a la vez, una
democracia. En sus inicios, habían elecciones, muchas, como sabemos. Medios de
comunicación libres. Partidos políticos permitidos. En el gobierno habían
radicales extremistas, marxistas, socialdemócratas de izquierda, evangélicos,
oportunistas y hasta derechistas y militaristas.
Pero
lo que ocurría realmente en el seno de las instituciones estatales y con el
ordenamiento jurídico, es decir, el proceso progresivo y enloquecido de
demolición que se estaba dando, todo con vista a la construcción de un orden
nuevo, el denominado ‘socialismo del siglo XXI’, era, o bien desconocido, o su
significación letal no se discernía.
Aprendices de brujo, gente que llegó al gobierno sin tener la más mínima
idea de administración pública, o de economía, pusieron en práctica sus
simplismos e ideas utópicas.
Esta
deriva autoritaria, en curso desde que Chávez llegó al gobierno, la veían pocos
en nuestro país. Ni se diga más allá de las fronteras.
Si
bien es cierta la destrucción institucional, no es menos cierto que nada se
pudo construir en substitución. Aparte de la elaboración de leyes absurdas, de
diseño de nuevas estructuras inviables (el poder comunal) o de cambio de
nombres de los organismos, el trabajo realizado no ha conducido a nada que
valga la pena reseñar, o que haya traído algún resultado positivo a la sociedad.
Sólo
desorden y caos, penuria, la inflación más alta del mundo, recesión económica,
desmantelamiento o destrucción de empresas públicas y privadas, delincuencia
enseñoreada, administración de justicia politizada y en lamentable situación,
educación pública deplorable, y descrédito internacional galopante.
En
efecto, hoy, la democracia y las libertades públicas, como señala Almagro, han
sido suprimidas en Venezuela. Al fin, se ha tomado conciencia y esto es
formidable avance.
Dan
cuenta de ello los señalamientos crecientes en el mundo, que condenan al
gobierno nacional, catalogándolo de tiranía desembozada.
Con el
referéndum revocatorio planteado, tenemos ante nosotros una gran oportunidad de
salir del hoyo en que nos ha metido una dirigencia política nefasta,
incompetente, corrupta y hambreadora.
Una
mayoría abrumadora del país está luchando por que este año se celebre ese
evento contemplado en nuestra Constitución.
El
país está en ebullición y movilizado para que tenga lugar sin más dilaciones.
Del organismo electoral tenemos que arrancar esa fecha.
De
allí que el próximo 1º de Septiembre sea el momento ideal para hacer saber a
quienes lo han venido obstaculizando que los venezolanos ya no consentimos que
nos sigan hundiendo en la miseria y la angustia y que repudiamos a un gobierno dictatorial incapaz de sacar al país
de la crisis.
La
mejor noticia es que en esta lucha estamos contando con un amplio apoyo
internacional.
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