Por Gregorio Salazar
No he conseguido el primero
que me diga que no estará o que crea que su presencia no hará falta. “Hay que
ir, hay que ir”, es la frase más frecuente que remata cualquier conversación
callejera sobre el llamado nacional que ha hecho la oposición democrática
venezolana a tomar Caracas por los cuatro costados el próximo jueves primero de
setiembre.
Y es que aunque la
conversación no comience ocupándose de la convocatoria en sí, sino de
cualquiera de los problemas que han convertido la existencia de las familias en
un suplicio inacabable, invariablemente los interlocutores desembocan en la
conclusión de que salir a la calle el 1 de setiembre, y hacerlo con una
presencia desbordante, es al mismo tiempo necesidad extrema y deber ineludible
para con la Venezuela de hoy y la del mañana.
Será una toma física,
presencial, multitudinaria, pacífica y democrática para decirle a un gobierno,
que hoy se consume en su cerrazón y en la pérdida de las perspectivas políticas
y el sentido común, que ya no da más, que sus inventos han fracasado
patéticamente, que debe irse, que cuanto antes es mejor pero que, además, debe
hacerlo de la manera más conveniente y menos traumática para el país e incluso
para ellos mismos. Deben marcharse anteponiendo el criterio de humanidad porque
el país, en medio de esta crisis que ellos crearon y profundizan con las horas,
se hunde fatal e irremisiblemente hacia un caos de mayores proporciones.
La Constitución Nacional ha
previsto esa fórmula para propiciar un cambio cuando un gobierno, como el de
Maduro, deja de ser gobierno para convertirse en el artífice de una tragedia
como la que vive el pueblo venezolano y fuente generadora de todos los
obstáculos para las soluciones. Y esa fórmula es permitir que se exprese el
voto de los ciudadanos en un referendo revocatorio e inmediatamente en unas
elecciones presidenciales. Es justamente por lo que están clamando venezolanos
de todas las condiciones y de los más remotos confines del país.
Desde hace días se ven las
maniobras de la cúpula gobernante para obstruir la llegada de los manifestantes
a la ciudad capital. Unas irán en el sentido de cerrar las vías de acceso a
Caracas y otras, que ya se han puesto en práctica, están orientadas hacia la
provocación.
No nos extrañemos, por
ejemplo, que en estos días sigan arreciando los atropellos, los vejámenes o los
tratos crueles contra los periodistas. Saben que esos maltratos irritan a la
opinión pública y lo que quieren es que el campo democrático surja
emocionalmente la inclinación hacia la violencia y el desenfreno. Vamos a ir
blindados contra eso.
Si a ver vamos, esta será en
apenas en nueves meses la segunda toma, ahora de manera física y torrencial, de
Caracas porque ya la ciudad capital fue efectivamente tomada por la oposición
en el campo de lo político-electoral en los comicios legislativos del pasado 6
de diciembre, cuando la cúpula madurista fue derrotada en todos los circuitos
electorales. Esa decisión de cambio de los caraqueños y de todo el país es la
que no acepta el mini-cogollo que mantiene atenazadas, apersogadas y
prosternadas a todas las instituciones, menos a la que el pueblo la ha
investido con toda la legitimidad que el voto ciudadano puede dar: la Asamblea
Nacional.
En contra del accionar
antidemocrático de este Gobierno ya se han pronunciado en seguidilla la OEA, la
ONU, países del Mercosur, el parlamento europeo y cada vez más son los
gobiernos conscientes de la gravedad de la crisis venezolana y de la urgencia
de buscarle una salida por los cauces institucionales. El 1 de septiembre
haremos lo que ninguna de esas organizaciones puede hacer: salir a las calles
para decirle al mundo que los Venezolanos estamos dispuestos a detener este
desastre y a no dejar que les arrebaten el futuro a los que vendrán.
28-08-16
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