Thaelman Urgelles 30 de agosto de 2016
@TUrgelles
A sólo
horas de la GRAN TOMA DE CARACAS es nítida su potencialidad de acontecimiento
histórico, capaz de dar un vuelco al implacable bloqueo que el régimen ha
construido ante toda posibilidad de salida democrática, pacífica y electoral de
la crisis por él mismo provocada y protagonizada. Es una cita de los
venezolanos con nuestro destino y la respuesta popular ante la convocatoria de
la MUD está siendo calurosa, valiente y promete ser masiva en todas las
coordenadas del país.
Dicho
esto, debo expresar la creciente inquietud que me producen las amenazas y
peligros que veo flotar sobre la movilización del 1º de septiembre. Y a riesgo
de contradecir los llamados unitarios que suelo reiterar en mis escritos, debo
decir que tales amenazas no sólo provienen de las esperables maniobras de
amedrentamiento, bloqueo y represión que adelanta el régimen, cuya fuerza y
crueldad serán sin duda crecientes y acentuadas en los próximos días.
Percibo
que sobre el éxito de la Toma de Caracas se cierne también un par de opuestas
sombras que toman cuerpo en estos días, provenientes del propio campo opositor.
De un lado quienes, luego de oponerse agresivamente al Referendo Revocatorio y
a toda iniciativa de la MUD, hoy se mimetizan en la convocatoria con sus
habituales agendas maximalistas, con el propósito de torcer la intención de la
iniciativa y generar situaciones extremas que entreguen el protagonismo y el
poder de decisión de la crisis a sus añorados factores militares. Y de otro
lado quienes, en el propio espacio de la MUD y luego de naufragar la misión
mediatizadora de Zapatero, lanzan llamados para esterilizar la Toma de Caracas
y vaciarla de combatividad, para transformarla en una marcha más con la
consabida tarima llena de figurantes, con el posterior envío de la gente
“tranquila” para sus casas.
Las
emotivas movilizaciones que ya han salido de la provincia venezolana, en
especial el valiente y simbólico desplazamiento de nuestros compatriotas
indígenas de Amazonas, no merecen ser conducidas a ninguno de esos proyectos
privados. Es visible que las expectativas populares sobre la Toma de Caracas
niegan ambos extremos: la gente no parece dispuesta a inmolarse en una
confrontación sangrienta cuyo desenlace recaerá directamente en conciliábulos
cívico-militares que muy pocos conocen, pero tampoco está dispuesta a
protagonizar otro saludo a la bandera, otra “bailoterapia”, como suelen llamar nuestros
radicales a las marchas sin propósito claro ni éxito visible. Nuestra dirección
política, merecedora de mi mayor respeto, tiene en este momento el complejo
desafío de transitar con determinación y acierto el estrecho desfiladero que le
dejan estas dos pretensiones extremas.
La
Toma de Caracas ha sido convocada con 3 objetivos claros y precisos: obtener
fechas para recoger el 20% de las voluntades para el Referendo Revocatorio,
para el acto de votación revocatoria durante 2016 y para las elecciones
regionales. Y 44 organizaciones ciudadanas añadieron ayer la exigencia de que
el régimen acepte la ayuda humanitaria para la población. Así que, mientras por
lo menos las dos primeras exigencias de la MUD no sean cumplidas por el CNE, la
movilización ciudadana enmarcada en la Toma de Caracas debe mantenerse viva y
en pie; no bajo la recurrida modalidad de “Marcha sin Retorno”, hoy imposible
dadas las dramáticas carencias materiales y logísticas que sufren nuestro
pueblo y sus organizaciones de vanguardia, pero sí bajo la multiplicidad de
variantes creativas y disgregadas que la dirección política y el pueblo son
capaces de poner en práctica para hacerle la gobernabilidad imposible a un
régimen contumaz y perverso en su ilegal soldadura con el poder.
Muchos
saben que en el pasado objeté acciones de calle que condujeron a dolorosas y
sangrientas derrotas para la causa opositora. Mas siempre que lo hice dejé
claras las razones: su inoportunidad táctica y estratégica; su condición
vanguardista, que excluía a sectores sociales decisivos en esta contienda; y su
carencia de objetivos claros y precisos, capaces de convocar a una amplia
mayoría de la población. Hoy están
presentes todas las circunstancias para que una vasta mayoría de los
venezolanos participe con vigor en una prolongada movilización pacífica que
exija la salida constitucional de un régimen liquidado políticamente, tanto en
el país como en el escenario internacional.
¿Para
cuándo lo vamos a dejar? Si no es ahora no será nunca. ¿O acaso somos cultores
dogmáticos de un pacifismo ad eternum que jamás admitirá el combate enérgico y
decidido de nuestro pueblo contra la injusticia entronizada? Quienes eso
proclaman no se apoyen por favor en Gandhi, ni en Luther King, ni en Mandela ni
en el cristianismo; todos ellos, comprendido Santo Tomás, supieron definir el
momento de la acción determinada y el sacrificio en ella, sin por ello
renunciar a la paz y la compasión que rigieron sus luchas.
La
previa dictadura que sufrió Venezuela fue echada del poder por la acción
heroica de los caraqueños, el 21 y 22 de enero de 1958. La leyenda urbana de
que fueron los militares quienes motu proprio depusieron a Pérez Jiménez falsea
el hecho de que la presión militar ocurrida la madrugada del día 23 para que el
dictador y su entorno más cercano abandonaran el poder y el país, fue el
resultado de los combates de calle que aún se estaban librando contra los
cuerpos represivos en diversos espacios públicos de Caracas y algunas ciudades
del interior. Hubo víctimas mortales en aquellos combates, algo que ningún
demócrata desea que ocurra en la lucha política, pero esa fue la apuesta y el
riesgo de una población que no soportó más vivir con miedo y sin libertad.
Nosotros
no pretendemos deponer violentamente a este gobierno. Sólo estamos pidiendo que
se nos dé fecha y lugar para proseguir en los plazos legales nuestro ejercicio
de un derecho constitucional; y tenemos que hacerlo con la firmeza y el vigor
que corresponden ante una pandilla que bloquea toda solución. En tal exigencia
y tono pacífico deberemos mantenernos hasta conseguir los resultados esperados…
Por
ahora.
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