RAFAEL LUCIANI 27 de agosto de 2016
@rafluciani
Es tal
la indolencia frente a lo que vivimos que hemos perdido la capacidad de asombro
y escándalo cuando vemos personas con hambre, haciendo largas colas para poder
conseguir algo de comer, o cuando vamos a los hospitales y vemos la carencia de
camas, medicinas y equipos? Debemos preguntarnos dónde quedó la voluntad de
estar a la altura de nuestro tiempo, de rectificar y poner límites morales que
no permitan más el mal que tanto nos afecta como sociedad. Es hora de cambiar y
comenzar a pensar que primero está la vida de las personas, antes que la
ideología, el dinero o el poder.
Pareciera
que son muchos los que apuestan por una cultura que favorezca relaciones
deshumanizadoras, agobiantes y sin posibilidad de un futuro mejor. ¿Será que no
queremos construir la paz y nos hemos resignado a vivir en medio de la
violencia y el maltrato? En lo personal, creo que la mayoría del país quiere la
paz y el bienestar, y desea un nuevo gobierno de reconciliación nacional. Pero
también debemos ser honestos con nosotros mismos y reconocer que hemos perdido
la capacidad de vincularnos con los sucesos irracionales que acontecen en
nuestro entorno. Qué triste es cuando, incluso, los consideramos «normales». De
ahí que se necesite no sólo un cambio de rumbo en la conducción política, sino
también una visión de país, un replanteo de la educación formal y las
relaciones socioculturales.
Un
punto de partida importante debería ser el discernimiento de nuestro modo de
relacionarnos, los unos con los otros. El modo de vernos y tratarnos, y
preguntarnos por aquello que queremos como sociedad. Necesitamos consolidar un
«corazón nuevo» (Ez 11,19) para poder construir «nuevos cielos y nueva tierra»
(Is 65,17), donde nadie muera de hambre, no haya corrupción ni violencia, los
ancianos lleguen felices a sus últimos días y no nos acostumbremos al maltrato.
Una sociedad donde todos tengamos casa, trabajo y alimento. Pero un mundo así
será posible cuando nos sentemos «todos», amigos y enemigos, en una misma mesa,
para reconocernos «sujetos», y dejemos de tratarnos como «objetos» y
«desconocidos». Cuando reconozcamos que el otro, con todas sus diferencias, es
un «bien» para mi propia vida.
Tantas
personas de nuestra historia nos muestran que sí es posible, que sí se puede
fraternizar más allá de las propias creencias religiosas y las adhesiones
políticas. Pero, para ello, hay que colocar en el centro a la persona humana y
su dignidad. Sólo así no habrá cabida para la indolencia sociopolítica y
económica en la que vivimos. Sigue siendo un reto el tratarnos sin odio ni
violencia, con generosidad y sirviendo la causa del necesitado. ¿Es tan difícil
vivir así?
Cuando
una sociedad pierde la esperanza y deja de soñar con un mundo más humano,
entonces comienza a morir. Construir un «corazón nuevo» con «nuevos cielos y
nueva tierra» donde podamos habitar como una «nueva familia», más allá de los
lazos biológicos, ideológicos y religiosos, tiene que ser creíble. No puede ser
una mera utopía. Pero vivir así pasa, necesariamente, por cambiar.
¿Estamos
dispuestos a apostar por la solidaridad fraterna y el bien común? ¿A luchar por
la promoción de la reconciliación antes que la exclusión ideológica, incluso
donde las condiciones sean las más desesperanzadoras? Sólo luchando por la
causa de una sociedad más humana, sacaremos lo mejor que tenemos y
demostraremos el talante de nuestra humanidad. Entonces dejarán de reinar la
desidia y la resignación, y comenzaremos a caminar hacia una sociedad justa,
hasta decir con esperanza que «ya no habrá muerte ni llanto, ni gritos ni
fatigas» (Ap 21,4).
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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