Por Miguel Ángel Latouche
Desde temprano la gente hace
cola en las afueras de los supermercados. Algunos han pasado allí la noche. Se
nota el cansancio y el hastió que significa ese ejercicio absurdo de esperar
durante horas enteras para adquirir algún producto de la cesta básica. El
asunto es complejo. Las colas se producen por acumulación y expectativa. En
general la gente no sabe cuál es el producto que se va a recibir. Los rumores
se despliegan de manera acelerada y desordenada. Viene jabón dice alguien,
Pañales, grita algún otro, leche en polvo, riposta una viejita. A veces se
trata de información que ha sido ‘puesta en la calle’ por algún empleado. Otras
veces se trata, simplemente, de un ejercicio fútil de construir esperanzas que
muchas veces no se corresponde con la realidad.
La gente trata de llegar muy
temprano. La verdad es que los últimos pierden la oportunidad de comprar los
productos regulados. Algunos tienen que irse luego de unas ocho horas de espera
(una jornada de trabajo) con una bolsa de jabón o un par de bolsas de harina de
maíz. Parece poco para el esfuerzo y en realidad lo es. Se trata de una muestra
clara de este proceso de sovietización que vivimos los venezolanos. A veces las
colas se ponen peligrosas. Los bachaqueros son un problema. Asumen su oficio
con naturalidad y de manera agresiva. Son variados los casos que a uno le
cuentan en las conversaciones cotidianas. Se cuenta que se colean con cedulas
falsas, que trafican con la identidad de otros, que se colean, que obligan a la
gente a calarse sus desmanes bajo amenaza. Son una muestra de la barbarie que
caracteriza estos tiempos complejos que vivimos.
Las colas traen
consecuencias indeseables. La basura se va acumulando, como lo hace en el resto
de la ciudad pero de manera más acelerada. La acumulación de personas deteriora
la calidad de vida de los vecinos. Genera ruido. Hace que la calle sea
intransitable. De alguna manera, las dinámicas de las colas y el bachaqueo se
constituyen en una metáfora acerca de destrucción acelerada de la vida
civilizada. No importan las razones por las cuales sucedan las cosas que nos
pasan. El Gobierno se dedica a buscar culpables. Habla de desestabilización, de
planes subversivos, de guerra económica. Se olvida que su responsabilidad es la
de atender las necesidades de la totalidad de quienes habitamos este país y de
garantizar condiciones mínimas que nos permitan construir nuestro bienestar.
La cola se alarga. Pasan las
horas. El calor aprieta. Hay ancianos con la espalda curva por los años que se
mantienen firmes sobre sus piernas temblorosas en el esfuerzo de obtener algo
que comer. Hay niños en brazos de sus madres y otros, un poco mayores, que se
sientan en la acerca mientras el tiempo transcurre. El Gobierno pretende
solucionar el problema del desabastecimiento con las CLAP, a fuerza de discurso
o rezando para que aumente el precio del petróleo. No se han implementado
políticas públicas que garanticen soluciones viables, claras, observables para
el problema de la alimentación.
Hace pocos días un Ministro
decía que en Venezuela todo el mundo come tres veces al día. Uno tendría que
pensar que el Sr. Ministro vive en una fantasía en la cual todo el mundo come
en su casa. La verdad es que ha aumentado de manera desmesurada el número de
personas que uno ve buscando comida entre la basura. Ha aumentado el número de
niños que pide limosna en la calle. Ha aumentado la capacidad de la gente para
poner comida sobre la mesa, para salir de vacaciones, para comprar útiles
escolares, para pagar por los servicios, adquirir vivienda. En fin, para vivir
una vida decente. En estas fantasías que se inventan quienes nos gobiernan, se
les ha ocurrido que las hallacas de diciembre se resolverán ‘haciendo una
vaca’. Es el nuevo proyecto bandera que nos han ofrecido la semana pasada y que
implica la producción urbana de los productos asociados a la elaboración del
plato navideño. Habrá que darle el beneficio de la duda, aun cuando yo no me
siento particularmente optimista. No porque me parezca que este mal producir,
sino porque no sé si el mecanismo planteado es capaz de producir de manera
masiva el equivalente a que vaya a ser demandado.
Uno se pregunta cómo es que
no logran ver las dinámicas de destrucción a las que estamos sometidos en los
términos de nuestra vida cotidiana. Al parecer estamos gobernados por ciegos.
Unos y otros están tan ocupados en las dinámicas del poder que no logran
percibir el malestar que cruza de largo a largo a la sociedad venezolana. Lo
peor de todo es que también son sordos.
24-08-16
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