Fernando Mires 29 de agosto de 2016
La
experiencia enseña que el peor error en que puede incurrir un analista político
es asumir el papel de adivino.
Cada
vez que alguien escribe sobre “posibles escenarios” tenga usted por seguro que
ninguno de ellos se va a dar. Ahí reside precisamente la fascinación que sobre
muchos ejerce la política: ella es cambiante, está sujeta a incidentes, sigue
las normas de la contingencia y, por lo mismo, no es predecible.
El
tiempo verbal del analista no es el futuro. Su lugar de análisis es el pasado.
Pero a diferencias del historiador que asume un pasado largo, el del analista
político es el más reciente: un pasado que todavía no ha pasado. Uno sobre el
cual puede volar en cualquier momento un cisne negro el que, al cambiar el
futuro, cambiará también al pasado.
Escribo
estas líneas cuatro días antes del la gran marcha, llamada “toma de Caracas”,
convocada primero por Henrique Capriles, asumida por toda la MUD y hoy objetivo
unitario de la gran mayoría del pueblo venezolano. Fue propuesta hace casi un
mes. Para muchos, un error. No fue convocada para un fin de semana. Para
muchos, otro error.
La
realidad ha demostrado, sin embargo, que los errores no fueron tales. El largo
plazo que va desde su anunciación hasta ahora, ha tenido la virtud de crear un
clima de tensión. Evidentemente, no se trataba de sorprender al adversario con
tácticas guerrilleras. Pero sí de darle su última oportunidad. Un tiempo largo
para que el gobierno reflexione y ordene a su ministerio electoral (CNE) dar
curso a la normativa constitucional del 20% de las firmas.
Desgraciadamente
para Venezuela, el régimen parece haber perdido la segunda oportunidad para
reivindicarse ante la ciudadanía. La primera la perdió después del 6D al
bloquear a la AN, único lugar en donde podía darse un dialogo entre oposición y
gobierno (para eso no eran necesarios ni Samper ni Rodríguez Zapatero). Pero
fiel a la concepción totalitaria legada por el difunto, el régimen ha
intentado, vía TSJ, anular al Parlamento, la expresión más genuina de la
voluntad soberana del pueblo.
La
fijación del día Jueves tampoco fue un error. En días laborales los ciudadanos
están comunicados entre sí. Los centros de trabajo, las escuelas, las
universidades, los vecindarios, los mercados, las colas, se convertirán en
centros de agitación popular. Llamar el Jueves significa, además, asumir la
posibilidad de un fin de semana largo si los hechos así lo obligan. Puede ser
que el 1S sea –no solo en sentido
numérico- el comienzo de un Septiembre
de luchas.
Nadie
sabe como va a terminar esta historia. Pero sí sabemos lo siguiente: los
sucesos que comenzarán el 1S, con un pueblo organizado alrededor de una
petición tan mínima como es la exigencia del 20%, estarán en gran parte
determinados por la magnitud de las movilizaciones. El 1S -ese es el punto-
puede desatar una dinámica hasta ahora desconocida en la historia del país. No
me refiero a un “Caracazo”. Me refiero a un “Venezuelazo”. Todo es posible.
Sabemos,
además, que la convocatoria ha prendido fuego. La concurrencia será más que
masiva. La ciudadanía se volcará en las calles. El régimen, incapaz de frenar
una manifestación grande con otra más grande, recurrirá al uso de sus aparatos
represivos. No es un vaticinio. Ya está sucediendo. Diosdado Cabello y Jorge
Rodríguez no se cansan de anunciarlo. Si eso sucede, el régimen obtendrá
justamente la derrota que trata de evitar. Las cámaras ya lo están enfocando .
El 1S
será un festival televisivo y fotográfico. Miles de imágenes mostrarán hacia el
mundo a un pueblo pacíficamente movilizado, acosado por soldados armados hasta
los dientes. Esas fotos serán radiografías. La verdadera naturaleza del sistema
quedará al descubierto. A diferencia de Chávez quien decía, “nuestra revolución
es pacífica pero armada”, Maduro solo podrá decir: “nuestra contrarrevolución
es violenta y por eso está armada”. La ciudadanía en cambio dirá: “nuestra
movilización es pacífica y por eso está desarmada”.
En
pocas palabras, las imágenes mostrarán dos lados: a un lado el pueblo del RR16,
pacífico, democrático, constitucional, mayoritario y hegemónico. Al otro, un
régimen violento, anti-democrático, anti-constitucional, minoritario y
represivo.
Hay
quienes dicen incluso que los militares, sobre todo los oficiales jóvenes, se
pasarán “al lado correcto de la historia”. Hay que tener cuidado. No pocas
veces los políticos han confundido sus deseos con la realidad. Por lo demás, a
los militares nadie les exige eso. Basta con que cumplan su deber profesional.
Eso pasa por ponerse al lado de la Constitución. Aunque el régimen no esté a
ese lado.
Nadie
sabe, reitero, lo qué sucederá el 1S. Aparte, por supuesto, de que todos
sabemos que ese día comenzará otro capítulo de una (ya demasiado) larga
historia.
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