Por Américo Martín
Fui invitado por mis amigos
Alfonso Molina y Trino Márquez a comentar en el Trasnocho Cultural un excelente
documental producido y dirigido por Michele Calabresi. Titulado El Ocaso
del Socialismo Mágico, es una interesante visión sobre la tragedia actual de
Venezuela.
Aunque se refiere a la
ruidosa atelana montada en nuestro país por ya más de 17 años, puede ser tomada
también como alegoría universal del socialismo, la utopía racionalista del
siglo XIX emanada en forma pretendidamente científica de aquel alemán de malas
pulgas que fue Carlos Marx.
La audiencia fue masiva, las
entradas se agotaron dejando a muchos en cola. Menos mal que los venezolanos
sabemos de colas, aunque ésta sí merece el calificativo de “sabrosa”.
Una de las acepciones de la
palabra utopía es “lo que no existe”. Resulta por eso demencial que tantos en
tantos países y durante tanto tiempo hayan (“hayamos”) luchado con infinito ardor
por “algo inexistente”. Sería risible si no se recordara que envueltos en los
vapores de semejante fantasía cientos de miles pusieron en juego su propia piel
y la de muchos otros, como un sublime acto de Salvación. Las tragedias no deben
suscitar risas sino reflexiones graves o dolorosas y rectificaciones hondas.
Por respeto a sí mismo y a
su oficio de cineasta, el director Calabresi no abusa de calificativos. Guarda
un matemático equilibrio entre los entrevistados según respondan al oficialismo
o a la disidencia; no acomoda, organiza o dispone de mala fe los argumentos de
cada parte, prefiere dejar que hablen las escenas y se pronuncien los hechos,
todo lo cual se revela como un testimonio radical en contra del supuesto modelo
socialista-siglo XXI que ha castigado tan fieramente a Venezuela, con un saldo
abrumador de cifras perversas y resultados sombríos.
Nadie pregona con más fuerza
el carácter socialista del modelo, que Maduro y antes Chávez. Sus seguidores,
créanlo o no, los corean quizá por razones de seguridad o de provecho personal.
Y nadie cree más en la reputación socialista de Maduro que la oposición cuando
condena su obra.
Mucho más del 50% de los
chavistas sabe y rumia que esto no es socialismo, mientras que un porcentaje
igual de la disidencia sí cree que lo sea. Aquellos tratan de salvar al
socialismo desligándolo del desastre madurista y éstos de hundirlo certificando
que el peor presidente desde la colonia hasta el sol de hoy es su más pura
expresión.
Se equivocan ambos. El
socialismo, el comunismo y el anarquismo como estables formas de Estado no han
existido, existen ni existirán jamás, salvo cual fracasados experimentos
efímeros o trágicos, según se trate de utopías experimentales o de la
jactanciosa versión científica de Marx y Lenin.
Y como no pasaron de ser
utopías inalcanzables, no puede acusarse a Maduro de poner la inmensa torta que
ha puesto “porque aplica el modelo socialista siglo XXI”. No es por eso,
señores, es porque repite el anacrónico intervencionismo estatal armado de controles
y policías que destruyen la economía, el mercado, la libertad y la gente cual
arrasadores volcanes inflamados de ardiente lava.
“Socialismo mágico”, dice el
director Calabresi, quizá influido por el Realismo Mágico hispanoamericano,
conforme a la acertada definición lograda hacia los años 30 por Alejo
Carpentier, Asturias y nuestro Uslar Pietri, en un estimulante café parisino.
Socialismo Mágico, la
“colonia Cecilia” fundada en 1890 por el anarquista Giovanni Rossi. Legalizó el
amor libre y fundo un anarco-comunismo ¡autorizado por el emperador Pedro II!
Socialismo mágico, la zaga
latinoamericana desde Chávez y Lula, sin nada firme a sus pies, salvo magia,
retórica y derroche populista, que terminó en un insondable naufragio.
La peor de las utopías resultó
ser la que paradójicamente se proclamó científica. Marx prometió que su
socialismo superaría con creces la producción, productividad, y creatividad
científica de los capitalistas más desarrollados, y que la burocracia estatal
desaparecía gradualmente. Y el resultado fue que nunca pudo lograr ni
lejanamente lo primero, y en cambio infló como nunca las dimensiones del Estado
hasta que todo se derrumbó como un zigurat de piedras de dominó.
20-08-16
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