Ismael Pérez Vigil 01 de junio de 2019
No
cabe duda que la permanencia del actual gobierno, del presidente usurpador y
todo su gabinete, igualmente usurpador, impide cualquier solución a la grave
crisis que vive el país. Teniendo ese punto claro, es preciso analizar otras
variables que afectan cualquier negociación, en cualquier parte del mundo.
Por
ejemplo, si algo quedó claro en las jornadas del 23F, y más concretamente del
30A, es que no hay fuerza militar, real, ni amenaza creíble que pueda desalojar
del poder, en lo inmediato, a la dictadura venezolana. Quizás si de algo es
“culpable” el presidente Juan Guaidó es de sobreestimar el carácter
constitucional, institucional o democrático de la Fuerza Armada, error de
cálculo que no puede ser reprochable.
Por
otra parte, un “enfrentamiento” de la sociedad civil con el actual régimen
–capaz de reprimir cualquier oposición en su contra, sin piedad, brutalmente,
sin remordimiento, ni atención a principios constitucionales o democráticos–,
es totalmente impensable. Sin contar con que, en un escenario semejante de
represión, la FFAA se puede ver tentada a asumir el poder, directamente, sin
ningún disimulo como el que ahora existe, lo que sería altamente negativo, pues
perpetuaría por tiempo indefinido la actual situación.
Por
lo tanto, no va quedando otro camino sino avanzar en una negociación, que
tampoco es un camino fácil o despejado, sino duro y en el cual en la oposición
no partimos con ventaja y debemos tomar en cuenta algunos factores.
Por
ejemplo, creo que no podemos seguir alimentando la falacia o el mito de que es
el gobierno el que busca “ganar tiempo” con una negociación; porque el régimen
tiene “todo” el tiempo; somos nosotros los que tenemos que recuperar terreno.
Podrá haber otros factores –que son un cierto “misterio”– los que impulsen a la
dictadura a aceptar una negociación, pero no creo que sea la presión interna de
la oposición. El régimen no “siente” esa presión, al menos por el momento, dada
la poca movilización interna; la presión interna se debe mantener e
intensificar, aunque en el pasado eso no parece afectar al régimen, pues ha
demostrado que lo que les interesa es mantener el poder y no le importa lo más
mínimo la suerte de los venezolanos.
Por
otra parte, la presión internacional, hasta el momento no se ha constituido en
una verdadera “amenaza creíble, que le importe al régimen”; y por “amenaza
creíble, que le importe al régimen”, me refiero a una que haga sentirse
amenazados a quienes ejercen actualmente el poder; amenazados en lo personal,
ellos, sus familias, sus bienes y fortunas, que sientan que su comodidad y
seguridad peligra, que es lo único que podría moverlos o perturbarlos. Sin
embargo, en el escenario internacional se está “tocando una tecla” que ha
obligado a la dictadura a aceptar la negociación.
Al
no estar nadie dispuesto al uso de una fuerza militar, no es extraño, entonces,
que la vía “diplomática” y de la negociación es la que se esté imponiendo,
fuertemente empujada además por la UE, Canadá y los propios EEUU. Se nos abre
entonces, la opción de una negociación que al final –y conste que digo al
final, sin establecer un límite de tiempo– conduzca a un proceso electoral y
eso está sometido a varias condicionantes. Resuelto el tema de “mediadores” o
“facilitadores”, que podrían ser Noruega, el Vaticano o cualquiera de los
países del llamado Grupo Internacional de Contacto de la UE, queda por definir
una agenda y en ella las condiciones de un proceso electoral que sea aceptable.
Y deliberadamente no digo: “mutuamente” aceptable, digo aceptable para
nosotros.
Las
condiciones de la oposición, ideales, serían: habilitación de partidos y
candidatos; un nuevo CNE; presencia de fuerte observación nacional e
internacional; actualización del registro electoral, para que se inscriban
varios millones de nuevos votantes, rezagados, y para que puedan votar varios
millones de venezolanos que están en el exterior; que se cumplan –bajo
supervisión internacional– las leyes electorales en materia de financiamiento
de campaña electoral, publicidad, usos de recursos públicos; que se revisen los
movimientos y ubicación de centros electorales; que se sorteen de manera
imparcial los miembros de mesa; que se permita sin amenazas la actuación de
testigos electorales.
Las
preguntas son: ¿Cuáles de estas condiciones son las “mínimas”, para que la
oposición acepte ir a un nuevo proceso electoral? ¿Tiene la oposición la fuerza
suficiente para imponer o lograr que la dictadura acepte estas condiciones? ¿En
que tendrá que ceder la oposición, a cambio de que se acepten sus condiciones?
¿O es que alguien cree que tenemos “ganada la apuesta”? Por eso dije que somos
nosotros los que tenemos que recuperar terreno con la negociación.
Eso
es lo que hay que trabajar con los aliados internacionales, para ver cuántos de
esos puntos se pueden lograr. Que por otra parte son los normales y lógicos de
cualquier proceso electoral. Solo lo de los nuevos votantes y los votos en el
exterior es un punto específicamente venezolano, pero crucial, pues estamos
hablando entre ambos de 5,5 millones de votos, que deciden cualquier elección.
Pero además, habría que trabajar, con los aliados internacionales, –y esto es
lo más difícil– el punto de tener dispuesta la amenaza creíble de una
intervención militar si la dictadura desconoce o escamotea una victoria
electoral opositora y se niegan a entregar el poder; eso podría implicar tener
tendidos algunos “puentes de plata”, amnistía, para personajes del régimen,
tema del que no les gusta hablar a muchos, que se rasgan las vestiduras cada
vez que escuchan la palabra.
Al
final, llegamos al mismo punto: ¿será la fuerza la que termine persuadiendo o
forzando al régimen a que se acepte una salida?: la electoral; sí, y solo sí,
nos aseguramos que tras el proceso electoral la dictadura acepte los
resultados. En síntesis, tan solo esto es una larga y fuerte agenda de
negociación, –interna, con los aliados y con el régimen–, que tiene por delante
el gobierno del presidente Juan Guaidó. Y lo electoral no es lo único, ni el
fin de la ruta, pero ese es ya otro tema.
Ismael
Pérez Vigil
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