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sábado, 14 de marzo de 2015

El Imperio no es lo que era, por @Paugamus



PAULINA GAMUS 12 MAR 2015

No pasaba día sin que Hugo Chávez denigrara del Imperio yanqui, pero con Nicolás Maduro el asunto llega a niveles de paroxismo

Cuánto ha llovido y nevado, cuántas sequías, terremotos, tornados, tsunamis y guerras han ocurrido desde que Estados Unidos de Norteamérica se transformó en el país más poderoso del planeta hasta hoy, en su declive. Aquello fue descarado, sin tapujos. Hubo, por ejemplo, un presidente llamado Teodoro Roosevelt quien en 1901 proclamó lo que se llamaría la doctrina del Gran Garrote o big stick: "Habla suave y pega duro". Las principales víctimas de esos garrotazos fueron los países de América Latina. Roosevelt le hizo un addendum a la Doctrina Monroe —América para los americanos— con la que se impedía que países de Europa intervinieran militarmente el continente, y la transformó en América para los norteamericanos.

Estados Unidos es hoy lo que es y del tamaño que tiene, gracias a guerras, tratados y convenios que le permitieron incorporar a su territorio a Luisiana, Florida, Texas, California y Alaska. España fue quizá el país colonial más afectado por el expansionismo imperialista de Estados Unidos, ya que en esos trances perdió a la Florida —¡Ahhh Miami!— a Filipinas y a Cuba. Si a Barak Obama se le hubiese ocurrido nacer en Puerto Rico, no habría podido ser presidente de su país porque se trata de un Estado libre asociado. Pero tuvo la suerte inmensa de nacer en Hawai, declarado el Estado Nº 31 de la Unión en 1959, dos años antes del advenimiento al mundo del actual presidente de los EE UU.

Las decisiones imperiales del llamado Coloso del Norte no quedaron limitadas a crecer geográficamente a costillas de otras naciones, el Canal de Panamá existe por la intervención de EE UU para rebanarle un buen tajo a Colombia y asentarse en esa región. A cualquier país del Río Bravo hacia el sur que tuviese un Gobierno sospechoso de veleidades marxistas o más recientemente de nexos con el narcotráfico, le llegaban los Marines. Ocurrió en República Dominicana entre 1965 y 1966 para ponerle fin al Gobierno izquierdista de Juan Bosch y en Panamá en 1989 de donde se llevaron preso al dictador Manuel Antonio Noriega. Otro método fueron los golpes de Estado que daban militares locales con el apoyo norteamericano, como el que derrocó a Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala, en 1954 y a Salvador Allende, de Chile, en 1973. Fidel Castro se salvó de una suerte similar gracias a su alianza con la URSS en plena vigencia de la guerra fría.

La desaparición de la URSS marcó el declive de ese Imperio respetado, temido y odiado. Las dos primeras consecuencias de su poderío se han ido desdibujando, no así el odio que persiste. Y es sobre ese odio que quisiéramos detenernos. Sería no solo explicable sino natural que en los países donde los norteamericanos se enfrentaron a sangre y fuego con los nativos, como Corea y Vietnam, existiera una repulsa visceral hacia ellos. Pero si la hubiese no podría compararse con la que se les tiene en Europa, un continente salvado en dos guerras mundiales por la intervención militar de Estados Unidos. Si ese país no se hubiese aliado con Inglaterra y la URSS en la segunda guerra mundial, si los cementerios de Francia y otras naciones europeas no estuviesen llenos de tumbas de soldados norteamericanos, Hitler habría ganado la contienda y Europa toda pertenecería al Tercer Reich.

¿Podría alguien imaginar hace tres o cuatro décadas que un gobernante por accidente, heredero de otro fruto de la desgracia, ambos fanfarrones y dados a las payasadas, iban a desafiar una y otra vez al otrora Coloso del Norte sin ese país moviera un solo destructor a las costas del agresor? No pasaba día sin que Hugo Chávez denigrara del Imperio yanqui, pero con Nicolás Maduro el asunto ha llegado a niveles de paroxismo. Podríamos aseverar que las imprecaciones al Imperio van en proporción directa a la escasez de leche, papel higiénico, pañales, y medicinas. Y aumentan en decibeles cada vez que bajan los precios del petróleo. ¿Ante esa andanada de insultos, que hacía el desabrido George Bush y ahora el buenote Barak Obama? Pasaron años sin que se les moviera una pestaña hasta ahora que Obama ha decidido retirarle la visa a unos cuantos segundones del régimen venezolano. La conclusión es que nada ha sido más útil para el sostenimiento de las dictaduras de ropaje marxista pero de esencia fascista, como la existencia de un ex- Imperio al que acusar de todos los fracasos.

Pero no son solo las dictaduras fascio-marxistas como las de Nicolás Maduro quienes requieren de la existencia de un país fuerte, con el mayor y más sofisticado poderío militar, con capacidad de influir en las decisiones internacionales y con derecho a veto en la ONU. Los partidos y los intelectuales de izquierda también lo necesitan y desesperadamente. Sin un imperialismo yanqui al que endosar todas las tragedias de la humanidad, pasarían al basurero de la historia. Larga vida entonces al Imperio, aunque ya no sea la sombra de lo que fue.


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