Carlos Raúl Hernández 01 de agosto de 2016
@CarlosRaulHer
Tal
como personas, algunas sociedades se suicidan y las que no logran morir, pueden
quedar malogradas por siglos. La teoría del progreso promueve un optimismo del
futuro basado en que el mundo cada día mejorará; pero la marcha de la Historia
evidencia la relatividad de esta idea, sin recalar en las concepciones
reaccionarias que pregonan, a la manera de Manrique, que todo tiempo pasado fue
mejor. Argentina llegó a ser en los 40 la potencia mundial que rivalizaría con
EEUU, y ya vemos lo que le hizo Perón. España, luego de que en su imperio nunca
se pusiera el sol, terminó en un pobre país de lazarillos, buscones, nobles
arruinados, militares y rezanderas -lo salvaron para la posteridad Cervantes,
Calderón y los grandes poetas del siglo de Oro- mientras la minúscula
Inglaterra de Isabel se apropió del mundo.
Luego
de la Independencia, EEUU era un paisito de dudoso futuro, cuyo modelo político
daba risa, y a nadie se le podía ocurrir que llegara a ser lo que es hoy (como
si alguien profetizara que la gran potencia del próximo siglo será Honduras).
Venezuela tuvo la democracia modelo, la mayor velocidad de modernización en
Latinoamérica y en 1989 comenzó a corregir sus taras de centralismo e
hiper-estatismo. Con el descomunal ingreso petrolero, hoy podría tener aceras
mecánicas como Dubai, y una beca cada ciudadano, pero sus élites dirigentes
destrozaron eso para construir un mundo mejor. Esas élites odiaban a dos
partidos plebeyos de clases medias provincianas, maleducadas -los costumbristas
del momento los ridiculizaban constantemente- y decidieron aniquilarlos y
cambiarlos aunque fuera por la incertidumbre. Entronizado Chávez, los errores
en la conducción política de sus adversarios lo atornillaron hasta la muerte.
Por favor, mide la puerta
Si
hubiera enfrentado ofensivas menos chaladas, sería un accidente ya de lejana
recordación. La nunca suficientemente encarecida Bárbara Tuch-man, en su
monumental, sabia, enciclopédica obra, La marcha de la locura, estudia desde la
Guerra de Troya hasta Vietnam y concluye que la historia política es narrativa
de una confrontación entre dos grupos de descolgados y quien gana se lo debe a
la suerte. Troya enclavada en Turquía, visto hoy, era un enclave estratégico
para la expansión de la cultura occidental al Asia Menor, la irrupción de
Grecia al mundo bárbaro que modificaría sus costumbres. Por ese camino abierto
en el triunfo griego entraron los posteriores Platón y Aristóteles, y también
San Pablo. Derrotados Agamenón y Menelao, Ulises hace la estratagema del
caballo, pero con el detalle de que no se les ocurrió medir la altura de las
puertas de la ciudad.
El monigote
no cabía y no podía entrar. Contra los gritos desesperados de su hija, la
profetiza Casandra, el Rey manda a derribar los dinteles de la puerta para
recibir el caballo. Ya sabemos qué ocurrió: por fortuna la necedad de no medir
las puertas le ganó a la de derribarlas. Pero en otros momentos se ha impuesto
la cordura. La Unión Soviética y EEUU convivieron en tensión por décadas y la
lucha por el control del mundo se libraba a través de la Guerra Fría, en
síntesis, que se aniquilaran los africanos, asiáticos y latinoamericanos entre
ellos, y las dos potencias, en un sistema de concesiones mutuas, los dotaban de
armamento y miraban. Los mexicanos estuvieron diez años matándose hasta que
lograr un acuerdo (tal vez la Constitución de Querétaro y luego la creación del
partido) de procesar y arreglarse sin plomo, salvo para los que pretendían
reelegirse en la Presidencia.
Lady D ofendida
Países
tan pequeños como Nicaragua y El Salvador, despanzurrados por la violencia
guerrillera, al final se acordaron internamente. Ojalá Venezuela lograra evitar
los terribles males que Casandra anuncia, pero la torpeza y la sordera de
facción parecen no dar espacio al optimismo. La comunidad internacional clama
porque dialoguen las fuerzas en pugna y éstas no lo hacen precisamente por las
razones que obligarían a hacerlo. Cada una pretende aplastar a la otra y no
puede, y ahora el único refugio que queda es la FAN, traída por el gobierno
como un muchacho cobarde busca a papá. En vez de diálogo, el gobierno responde
con la propuesta de ilegalizar a la oposición y con un dictamen estilo
comunista cubano para que los trabajadores públicos ahora sean agricultores. Y
pese a los anuncios nadie se ha tomado la molestia de invitar a la Iglesia como
mediadora.
Uno
tendría derecho a llorar por la carencia de Rómulo Betancourt, cuya certeza
política hizo posible la democracia. El padre del gobierno civil accedió a
abandonar el país en 1948 a petición de los militares, para evitar el
cuartelazo, pero Gallegos, despistado e ingenuo, se negó orgullosamente a “la
imposición” y lo tumbaron, aunque con mucha dignidad, eso sí. Tan pintoresca
como las ocurrencias de Juan Primito fue la explicación de su negativa al
diálogo: no podría verle la cara a Teotiste -su mujer- después de negociar “con
la barbarie”, pero los venezolanos tuvieron que verle la cara a la barbarie
diez años. Betancourt volvió a demostrar su genialidad diez años después,
cuando en 1958 en vez de arremeter a Caldera y Villalba, los líderes civiles
del golpe contra Gallegos, los convence de aliarse y entrar a su gobierno.
Nunca se asqueó de dialogar y negociar con adversarios y los convirtió en
aliados.
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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