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domingo, 14 de agosto de 2016

Los que quedaban, @Yedzenia



Por Yedzenia Gainza, 13/08/2016

Con el resultado de las elecciones presidenciales de 1998 muchos decidieron hacer sus maletas, y aunque ninguno pensó que el destierro cumpliría la mayoría de edad, lo cierto es que cada vez ese lamentable aniversario está más cerca.

Al principio los que partieron pensaban que volverían en unos años, no se les ocurrió que terminarían formando una familia fuera, casándose con un banco firmando una hipoteca, ni hablando tan raro que les costaría que les creyeran dónde habían nacido.


Salieron deseando que todo volviera a la normalidad en poco tiempo, intentando aprender lo máximo posible para obtener un empleo mejor al regresar, sabiendo que dejaban familia y amigos pero que cada diciembre que fueran de visita encontrarían a todos los que se quedaron. Sin embargo, la situación fue empeorando cada vez más y cada año que pasaba el inventario de emigrados aumentaba de manera espeluznante.

Los primeros en irse sabían que dejarlo todo no era un paseo en un arcoíris, al contrario, era y sigue siendo duro, por lo que el deseo por la mejora del país no sólo era por la posibilidad de volver, sino por evitar que sus amigos se desparramaran por el mundo padeciendo los mismos momentos desagradables.

Desgraciadamente ninguna de las dos cosas se ha cumplido y los desterrados ahora ven cómo se van los pocos que quedaban. Hermanos, amigos, cada uno a un rincón diferente del mundo, el que ofrezca más oportunidades, el que permita dar un futuro mejor a los hijos, uno en el que no haya que buscar excusas porque no hay suficiente comida en la nevera. Lo que les espera es duro, mucho, pero no hay imposibles para quien ha sobrevivido al chavismo.


El alma se cae al suelo y el alivio por la salvación de uno, y otro, y otro… navega en el llanto por estas partidas. Los nuevos inmigrantes avisan en secreto a sus mejores amigos y piden consejo a los que ya dieron ese paso. Nadie debe saber hasta que falte poco y las maletas estén hechas. Es así como hijos recién nacidos dirán su primera palabra en medio de la ausencia de su padre, abuelos ahogarán su llanto en la esperanza de saber que sus nietos viven mejor y madres aliviarán su dolor sabiendo que sus muchachos  se las arreglarán para estar juntos por lo menos en Navidad.


El país se está quedando vacío, las casas desiertas. Se han ido hasta los que creímos que nunca se irían. La necesidad ha llevado a la desesperación que ya ha hecho zarpar a los primeros balseros venezolanos. Ni la imaginación más pesimista pudo imaginar algo así. Es indescriptible la punzada que se siente al ver en qué se ha convertido nuestra casa, es por eso que fantasear extrañando un país que ya no existe a veces la hace más llevadera.

Cada vez son menos los padres que esperan emocionados un reencuentro en la sala de llegadas de Maiquetía al tiempo que se multiplican los que sienten el desgarro de la despedida en la puerta de salidas. Los que se fueron primero saben perfectamente el grosor de ese nudo en la garganta y nada les habría gustado más que ahorrárselo a sus seres queridos, pero no han podido.

Muchos de los que quedaban también se van, queda la esperanza de volver a verlos algún día, tal vez un domingo cualquiera en Morrocoy, con una bolsita de empanadas recién hechas y la alegría de haber despertado de esta pesadilla.

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