Por Claudio Nazoa
Esto es un secreto. Ocurre a
diario. Nunca había sido grabado o reseñado hasta que, equipos audiovisuales de
última generación, transformaron en palabras ondas invisibles emanadas de
vegetales y verduras.
Asómbrese con un testimonio
verdadero y único. Lea con detenimiento. Saque su propia conclusión. Le aseguro
que su próxima compra de alimentos, nunca será la misma.
I
Estamos en un conocido
automercado de Caracas. En un cajón de madera, papitas colombianas critican a
sus pares, las papas venezolanas.
— Ay, hermana, mire usted.
Nosotras chiquitas, limpiecitas y amarillitas por dentro y, uyyyy… mire a esas
papas tan falta de elegancia y asimétricas. ¡Esas papas mal parías son unas
tierrúas!
— ¡Má, qué diche…! Malacha
la miseria. ¡Chito, no me deann dormire! –gritó desde una nevera abierta una
lechuga romana vestida con una pijama
verde.
— Sí, ya nadie puede dormir
con esa habladera –bostezó la lechosa con un vaho espeso lleno de brillantes pepitas
negras.
— ¡Fooo, cará! Qué mal
aliento el de la lechosa. Esa bicha tá podrida— gritó la guanábana.
Otra lechosa, verde y joven,
defiende a su congénere.
— Qué van a decir las
guanábanas que son tan aguadas y babosas.
— ¡Túuquiti! Tanto pelear
para que a toditas las licuen en jugo y merengada— se burlaba el tamarindo en
concha que guindaba de un saco de yute— ¿Cómo es que hace la licuadora? …Runnn…
runnn… ja, ja, ja.
— ¡Acidito el tamarindo!
Siempre con sus chistes crueles— susurró un nabo blanco, largo y solitario.
— Nabo. ¡No seas jala bola!—
sugirieron los mamones.
— ¡Coco, loco… coquito…
coquito… coquito…!— cantaba desafinado un coco viejo y peludo.
— A estos siempre les patina
el coco— dijo un cambur solitario que, casi sin concha, quedó pegado a un
enorme racimo que guindaba del techo.
— Ay, señor cambur. Los
cocos están locos, pero ustedes los cambures son unos grotescos con esa forma
tan grosera. Dígame usted que anda con la bragueta abierta. ¡Qué horror!—
comentaron las parchitas.
— ¡Aaaayyy… se perdió esa
cosecha!— gritaron las cebollas y los ajos.
— ¡Homofóbicos, respeten!
–replicó el culantro.
— Qué nombre tan feo para
pedir respeto— alegó una elegante manzana.
En otra nevera, un pollo
desnudo y sin cabeza, gritaba.
— ¿Es que aquí no se puede
vivir en paz? ¡Hagan silencio!
A su lado, una cabeza de
cochino dormía plácidamente en una bandeja sobre un charquito de sangre.
Por cierto, Ramos Allup
realmente es lo mejor. Era una trampa para que leyeran el cuento hasta el
final.
15-08-16
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