Leonardo Fernández 09 de agosto de 2016
Clasificar
el modelo político venezolano ha sido un dolor de cabeza para analistas
políticos y estudiosos de las ciencias sociales, desde hace 17 años. Venezuela
no encajaba en ninguna de las categorías clásicas de las ciencias políticas
(dictadura, democracia, monarquía), porque a pesar de los atropellos contra los
derechos individuales, las elecciones que se realizaban periódicamente
limpiaban la cara del gobierno.
En
nuestro país se desarrolló lo que Vargas Llosa llamó (en referencia al México
del PRI) la dictadura perfecta, un gobierno autoritario donde las leyes y las
instituciones se adaptaban a los caprichos del tirano, pero con el respaldo de
la población, que al momento de votar ratificaban su confianza en el líder.
Los
factores de la oposición intentaron enfrentar, de manera infructuosa, esa
dictadura moderna por numerosas vías: paros, golpes de Estado, y retirarse de
elecciones. No fue hasta 2006 cuando la Alternativa democrática inició el
camino electoral como forma de lucha, y descubrió que para trabajar en nombre
de Venezuela, primero había que conquistar el corazón de los venezolanos,
empresa promovida por Manuel Rosales.
El
gobierno siempre respetó los calendarios electorales y se sometió al mayor
número de comicios en Latinoamérica, pero esa creencia del chavismo en la democracia
era solo mientras le fuera útil. Luego de perder el apoyo de la población y de
constatar en diciembre que ni siquiera mediante las trampas podía mantener su
caudal electoral, el madurismo (donde sobreviven las figuras más reprochables
del chavismo) se ha negado a permitir la realización de elecciones, en especial
la que pone en riesgo su permanencia en el poder: El revocatorio.
Ante
este nuevo panorama la Unidad debe estar clara en que las formas tradicionales
de proselitismo político ya no son suficientes, el madurismo está hoy más
cercano a una dictadura clásica, pues su negativa a que se exprese el soberano
es definitiva. La estrategia entonces debe cambiar, y adoptar la resistencia,
la movilización popular, y el acompañamiento a las protestas sociales como
principales armas; solo así podremos forzar la realización de una consulta
donde los venezolanos decidan el rumbo del país.
La
movilización del primero del septiembre apunta en la dirección correcta, está
claro que la mayoría de la población desea un cambio y que está dispuesta a
votar por él, pero si no presionamos en la calle los ciudadanos no tendrán la
oportunidad de expresarse.
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