JORGE BENEZRA 09 de agosto de 2016
La democracia
venezolana está desde hace tiempo en decadencia, algo que se ha
intentado disfrazar durante muchos años gracias a la ayuda de diversos
actores de la comunidad internacional, que han mediado cada vez que se
acentúa la crisis. El chavismo lleva casi dos décadas sin descanso concentrando
la mayor cantidad de poder. Todas las instituciones del Estado han sido
controladas con total desequilibrio. La sensación durante mucho tiempo ante el
mundo era que trabajan con independencia.
Pero
el triunfo
de la oposición en las elecciones parlamentarias de diciembre, cuando
se hizo con la mayoría de la Asamblea Nacional, rompió con la hegemonía de
poder que tuvo Hugo Chávez durante años. A continuación, el
Gobierno de Nicolás Maduro comenzó una campaña para
deslegitimar y quitarle
facultades constitucionales a través del Tribunal Supremo de Justicia
(TSJ), formado en su mayoría por jueces que en el pasado reciente eran miembros
del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). El máximo garante de la
legalidad del país se ha convertido en un escudo del Ejecutivo para
contrarrestar cada una de las decisiones de la Asamblea Nacional
La
mirada del chavismo se concentra en el Parlamento. El propio presidente Maduro
ha dicho en reiteradas ocasiones que va a «demoler» la Asamblea
Nacional. Portavoces del oficialismo consideran que la Constitución le
otorga habilidades especiales al presidente para disolver a la Asamblea
Nacional
La
persecución y represión de la disidencia política ha dejado entrever que no
existe respeto a las libertades individuales. En los últimos dos años, líderes
de la oposición y un gran número de manifestantes han sido encarcelados.
Los medios
de comunicación están cada vez más controlados y existe un nuevo «modelo
de control militar de orden público». Por decisión presidencial, la Guardia
Nacional puede disparar armas de fuego y el «uso de la fuerza parcialmente
mortal» para repeler las protestas.
Desesperanza
Los
ciudadanos han caído en un letargo ante lo que acontece. La sensación de
desesperanza es cada vez mayor y la gente se aferra a que salga a un nuevo
mesías que dé soluciones inmediatas.
El
analista Oscar Schemel, presidente de la firma Hinterlaces,
considerada cercana al Gobierno, ha revelado que el “81% de los venezolanos piensa que el país va en mal
camino”, pero cerca del 40% preferirían que el presidente Maduro resolviera
los problemas económicos antes de la llegada de un gobierno de la oposición.
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