Luis Almagro 10 de julio de 2017
Lamento
no estar contento por la medida de la dictadura venezolana de mantener a
Leopoldo López preso en su casa. Todavía estoy haciendo duelo por las 91
personas que murieron para que esto ocurriera, además de las otras víctimas de
la violencia desencadenada por el Gobierno. Demasiado poca la recompensa para
un dolor tan alto.
Cien
días de protestas pacíficas por la democracia y la libertad, decenas de
muertos, miles de heridos y un aumento exponencial en los prisioneros políticos
en Venezuela lograron la excarcelación del líder opositor Leopoldo López, quien
en realidad nunca debió estar preso, por exigir lo mismo que los millones de
venezolanos reclaman hoy.
Treinta
y un millones de venezolanos siguen, como él, rehenes de una dictadura.
Atrás
de este paso en favor de descomprimir la enorme tensión que hay en el país hay
una realidad que no se puede ocultar: el dolor y la lucha de la gente en
Venezuela, un país de grandes recursos económicos, en el que la gente no cuenta
con los mínimas garantías en términos de derechos alimentarios o de salud ni de
derechos humanos básicos de expresión, ni de poder elegir su futuro como sucede
en el resto de la comunidad de países que conforman la OEA.
Es por
ello que la perseverancia en defender los valores de la democracia, los
derechos humanos, la libertad, los derechos de la gente a una vida digna hace
la diferencia. El pueblo y solamente el pueblo es dueño de las acciones por las
cuales las dictaduras empiezan a colapsar.
En
nuestra región, ningún régimen autoritario ha caído por su propio peso, por el
contrario, hay dictaduras que igual se han sostenido después de muertas, como
se sostiene hoy la dictadura venezolana. Como una regla generalizada ha sido
siempre la ciudadanía, quien se ha ido ganando cada vez más espacios de
libertad, quien ha obligado a los autócratas hacia su salida: el terreno de las
elecciones libres y con garantías para todos, un espacio en que el pueblo
siempre gana y los tiranos pierden.
La
gran lección de estos 100 días es que el pueblo venezolano es un luchador
fuerte y tenaz que se propone que el país vuelva a vivir en democracia, en
libertad, en paz, sin corrupción y con oportunidades para todos.
Porque
el actor decisivo es y será siempre el pueblo venezolano, como en otras
ocasiones lo han sido otros pueblos de las Américas, que enfrentaron dictaduras
y lograron sepultarlas junto a la ideología que representaban.
Hemos
llamado a ponerle urgente fin a la represión sobre el pueblo de Venezuela. No
puede haber más asesinatos. Está absolutamente claro que pese a la campaña de
terror de guerra sucia contra el pueblo venezolano este no cesó ni cesará en su
empeño por la libertad y la democracia, sin que importen cómo se llamen los
liderazgos políticos ni de quiénes o cuánto es el apoyo que hay en foros
multilaterales.
Solamente
existe una solución para acabar con la violencia del régimen, la
redemocratización del país, la mayor garantía de paz será siempre en nuestro
continente el sistema democrático. Definitivamente el proceso que lleva a la
convivencia necesita elecciones libres, la liberación de todos los presos
políticos y el respeto a la Constitución y las leyes, especialmente devolver
sus poderes legítimos a la Asamblea Nacional y detener la ilegítima Asamblea
Nacional Constituyente.
Sí, en
Venezuela, esa es la salida. No lo es la opción de la guerra de represión y la
violencia. NO es esa la salida que propicia la comunidad internacional tampoco.
Es un camino de paz para lograr una paz definitiva y un camino democrático, que
en esencia recomponga el tejido democrático hoy destruido por el régimen que ha
destruido la institucionalidad y el Estado de Derecho. Esa es la base para
comenzar a salir de esta crisis y del relato de que en el país no hay una
salida, salvo someterse a la "paz".
Se
trata, por el contrario, de devolverle a los ciudadanos lo que les pertenece,
sus derechos conculcados, la posibilidad de decidir su futuro y hacerlo ya.
Todos
sabemos que los políticos no somos nada sin la legitimación del pueblo, soltar
la mano del pueblo para jugar a la política florentina es el peor de los
errores que se pueden cometer. Volver a la democracia en Venezuela no tiene
nombre de líder político, es un derecho que le debemos a su pueblo, nuestra
misión es defender esos valores y principios, para que más pronto que tarde la
democracia retorne a Venezuela.
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