Rosalía Moros de Borregales
@RosaliaMorosB
Arrepentimiento,
una palabra casi en desuso en el siglo actual. Totalmente incómoda ante la idea
de nuestra modernidad de vivir la vida sin nada de que lamentarnos. Descrita
por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española sencillamente como
el pesar de haber hecho algo. Originaria del latín “poenitere”, lo cual
significa ser penitente. Del griego “metanoien” que se traduce como un cambio
de mente. Según la lingüística del griego su significado literal denota un
cambio de dirección, o un retorno. Más tarde sustituida por la palabra
“metanoia”, la cual fue usada por los primeros cristianos para expresar la
profunda transformación experimentada por aquellos que se convertían al
cristianismo.
Nada
más alejado de nuestra humanidad, la cual lleva implícita en sí misma la
evolución hacia lo bueno y noble, que el pensamiento del no arrepentimiento. El
no arrepentirse de nada en la vida es simplemente un acto de
soberbia. Las personas profundamente humanas, aquellas que responden al llamado
intrínseco de su ser interior por el Creador, aquellos que anhelan exaltar en
su personalidad las virtudes del bien constantemente experimentan pesar por
ciertas acciones, palabras y hasta pensamientos. Pues, el arrepentimiento no es
solamente un lamento por algo que hemos hecho que ha ofendido a otro; sino en
primer lugar, por lo que nos hacemos a nosotros mismos. Entendiendo que en este
principio yace el fundamento de la regla de oro.
Pero
arrepentirse va más allá de sentir pesar o lamentarse. Desde el punto de vista
bíblico el estar verdaderamente arrepentido conlleva “frutos dignos de
arrepentimiento”, lo cual se traduce como un cambio de actitud, una
transformación de la intención del corazón en su expresión por medio del
lenguaje y el hecho. En otras palabras, el arrepentimiento implica un cambio de
rumbo. Primero, ante el reconocimiento de que el camino transitado no es el
correcto o el más idóneo. Segundo, ante el pesar que debería producir en
nosotros el haber sido el causante del dolor de otros. Tercero, ante la
necesidad de restituir al agraviado. De tal manera que, el arrepentimiento
constituye un proceso que produce bien por todas partes; beneficia a quien lo
experimenta y a quienes son objeto de la restitución.
Los
seres humanos nos equivocamos; por ende, las familias se equivocan, las
instituciones, y en mayor escala, también las naciones se desvían del camino
que deberían seguir para lograr ese tan preciado objetivo del cual hablara
nuestro Simón Bolívar, de ofrecer la mayor felicidad posible a sus ciudadanos.
Si equivocarnos es algo seguro, ¿por qué no incluir el ejercicio del
arrepentimiento como una constante en nuestras vidas? ¿Por qué perseverar en la
actitud obstinada de la soberbia? ¿Por qué ir por la vida haciendo daño,
causando dolor, destruyendo obras de amor sin sentir en el más mínimo pesar y
mucho menos restaurando lo que hemos destruido?
Sencillamente,
porque quien no se arrepiente termina con un corazón de piedra que no siente
compasión ni por sí mismo. Personas con una actitud autodestructiva, que
refugian sus consciencias en los vicios y adicciones; que consienten su carne,
pero sus espíritus languidecen. Llaman a lo bueno malo, y a lo malo bueno.
Maquillan sus obras perversas con la zalamería de sus palabras; invitan a la
mesa a compartir el pan pero sirven veneno. Son hipócritas por
naturaleza, sus bocas están llenas de mentira; su entendimiento está
entenebrecido. Nada les hará cambiar de rumbo, solo el quebrantamiento que
proviene del Altísimo.
“Un buen arrepentimiento es la mejor
medicina que tienen las enfermedades del alma”. Miguel de Cervantes.
“Cuando un hombre descubre sus faltas,
Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde, Dios las descubre; cuando las
reconoce, Dios las olvida”. San Agustín
“Pero por tu dureza y por tu corazón no
arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la
revelación del justo juicio de Dios”. Romanos 2:5.
@RosaliaMorosB
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