Por Vladimir Villegas
Preocupación, angustia,
temores, expectativas negativas, incertidumbre, y otros estados de ánimo
y sensaciones para nada emparentadas con el optimismo son los que se
hacen presentes en grandes capas de la población, más allá de la ubicación
ideológica, política y social de cada quien.
Estamos en un momento
crítico de nuestra historia como país. No me atrevo a llegar al extremo de
hablar de crisis humanitaria, como algunos gustan de bautizar la actual
situación. Pero vemos que frente a lo que ocurre en nuestro día a día como
nación existe una ausencia de políticas acertadas, una hoja de ruta que
nos dé a los venezolanos la certeza de que si bien estamos atravesando un túnel
de dificultades hay una luz al final y un baquiano capaz de guiarnos.
Pudiéramos enfrascarnos en
este momento en buscar culpables del severo problema que tenemos en materia de
distribución de alimentos y de otros productos como medicinas o repuestos. Y en
apuntar dedos acusadores por el grave deterioro del poder adquisitivo del
Bolívar, y por ende de los venezolanos. La inflación nos está empobreciendo. Es
el impuesto más cruel porque sobre todo se lleva por el medio a los que menos
tienen.
Poco ganaríamos en
concentrarnos en la búsqueda de los culpables, más allá de hacer catarsis. Que
si la culpa es de los bachaqueros o es del gobierno. Que si es una guerra
económica o una manifestación de incompetencia de quienes detentan el poder.
Eso por supuesto es importante dirimirlo. Pero por sí sólo no nos sacará del
brollo en el cual estamos metidos.
Hace bastante tiempo que no
cruzo unas palabras con el presidente Nicolás Maduro, y si tuviera la
oportunidad le repetiría buena parte de lo que hoy escribo, más algunos
agregados. Le diría, por ejemplo, que se detenga a pensar en su responsabilidad
histórica, en lo peligroso que puede ser para la estabilidad política y social
del país seguir postergando la toma de decisiones, que deberían nacer de la consulta
más amplia y a la vez más rápida posible.
La población, sin
importar cómo piense o cómo vote, necesita ser escuchada. Y sobre todo
necesita tener confianza en que sus gobernantes y su liderazgo social,
económico y político están haciendo todo lo posible, y en conjunto, para darle
soluciones a sus problemas más apremiantes. La dignidad de un pueblo no se
puede seguir diluyendo en colas y más colas. Este no es un toro que pueda
ser lidiado con cálculos electorales o retórica. Quien lleva el volante de una
nación debe saber girar para evitar los barrancos, y, como conductor que se
precie de serlo, detenerse a preguntar cuando se siente No sé qué piensa el
conductor. Pero este humilde pasajero siente que vamos por la ruta equivocada y
el motor recalentado. Hay que detenerse a evaluar el camino, a rectificar
rumbos, e incluso dar la vuelta en u si es necesario. Ninguna
rectificación es tardía, sobre todo cuando es inevitable rectificar.
Ese no parece ser el
espíritu predominante en las altas esferas del poder. No sé bajo cuales
premisas están leyendo la coyuntura, pero en la calle se respira inconformidad,
desesperanza, pesimismo frente al presente y frente al futuro. Y esto no tiene
que ver con ubicación política, vuelvo a recalcarlo. Y tampoco tiene que ver
con el resultado de las parlamentarias. En cualquier escenario la rectificación
es un paso imprescindible para que salgamos de este pantano económico. ¿Para
qué demorarla más?
Diálogo amplio y concreto,
rectificación, autocrítica, unidad nacional para enfrentar y vencer la
crisis, llamado sin exclusiones a todo el sector privado y a la diversidad
sindical. Hablarle con la verdad al país sobre la magnitud de la crisis y los
escenarios planteados. Y, por supuesto, apretarse los pantalones y tomar las medidas
que la situación reclama. No queda de otra, si queremos evitar convulsiones que
pueden resultar fatales.
11-08-2015
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