Carlos Valero 18 de Enero de 2016
@carlosvalero08
Me
gustó mucho lo que ocurrió el 15 de enero en la Asamblea Nacional. Por primera
vez en muchos años, el país observó algo parecido a una “rendición de cuentas”
del poder ejecutivo al poder legislativo. Hubo problemas de coordinación con la
casa militar sobre el tema de los periodistas dentro del Hemiciclo y las barras
del gobierno intentaron, sin lograrlo, opacar el discurso de Henry Ramos Allup,
quien con mucha veteranía en varias ocasiones controló sus gritos histéricos.
Además, en esa sesión que no dudo en calificar de histórica, ocurrió una
extraña coincidencia entre Nicolás Maduro y Henry Ramos. Ambos trataron en tono
burlesco y despectivo, al otrora hombre fuerte de la revolución, Diosdado
Cabello, relegándolo a la estratégica misión de proveer moringa, tanto para los
opositores como para los diputados oficialistas. Para los representantes de los
dos únicos poderes que emanan del pueblo, Cabello quedo para solucionar los
problemas de salud, distribuyendo la mágica hoja proveniente de la India,
Bangladesh y Afganistán, y cuyas propiedades curativas, según curan desde el
cáncer hasta la impotencia sexual.
En
política no hay palabras sueltas ni gestos desarticulados, mucho menos cuando
se realiza, en cadena nacional y con el interés de todos los venezolanos, un
acto como el ocurrido el pasado viernes 15 de enero. La forma como Maduro trató
a Diosdado Cabello no es gratis y viene a ratificar lo que se rumora en los
pasillos del Palacio Legislativo. Existe un intento, hasta ahora eficaz pero
costoso para el PSUV, de relegar a Cabello a un segundo o tercer plano por
parte de Maduro, Cilia y el gobernador de Aragua, Tareck. Dentro de la lucha
intestina por el poder al interior del PSUV, Cabello perdió casi toda la
influencia que tenía en el gabinete; ya no preside el principal poder en un
sistema democrático, como lo es la AN, y todas sus gritos afirmando que sería
desconocida la nueva asamblea, afirmando que no habría ni un centavo para pagar
la luz, fueron desmentidos por Maduro cada vez que se refería a HRA como el
Diputado Presidente de la Asamblea Nacional, cuando ordenó a los ministros
ponerse a la orden de la AN y cuando escuchó, cual muchacho regañado, el
discurso de HRA que en menos de treinta minutos desmontó las bases del discurso
oficialista.
Sobre
el contenido del discurso de Maduro, podríamos, haciendo esfuerzo de síntesis,
expresar que lo más relevante es su absoluta desconexión con los problemas
económicos y peor aún de las vías para solucionarlo. Se mostró inseguro,
incómodo y sudoroso cuando abordó el tema económico y financiero, insistiendo
en la guerra económica y culpando al imperio por la caída de los precios del
petróleo. Para él la economía sigue siendo un problema de flujo de caja y
logística. En lo político resaltó el llamado a constituir una comisión de la
verdad, que fue por cierto una de las conclusiones y promesas no cumplidas de
la “mesa de concertación y diálogo”, coordinada por Gaviria después de los
sucesos de abril del año 2002, y que en mi opinión, debemos poner a funcionar
de inmediato. Destaca en este discurso la ausencia de una frase referida al
tema de la seguridad personal. El discurso de Maduro, así como el gabinete
recién nombrado, solo anticipan la profundización de la crisis económica.
Sigue, citando a Octavio Paz, con una ceguera ideológica que le impide pensar.
El
poder de democracia es por definición limitado, temporal, se obtiene por
delegación de los electores y quienes lo ejercen están obligados a rendir
cuentas a los verdaderos dueños del mismo, a saber, el ciudadano, a través de
los mecanismos institucionales que define la Constitución y las leyes de la
República. En nuestro país, por casi 17 años, quienes han ejercido el poder
asumen que la ecuación es inversa. Se sienten amos absolutos de la verdad,
imbuidos de una prepotencia sin límites, se asumieron como los dueños del país,
relegando al ciudadano a un rol de mero elector sin ningún control de la
gestión pública, porque hacer una revolución es demasiado sublime como para
dejar que un puñado de paisas inconformes opinen sobre ella. El partido, dueño
y señor de todo, está por encima del bien, el mal y la Constitución. Sin
embargo, el 6D esta situación anómala cambió radicalmente y hoy el pueblo, a
través de la AN, vuelve a retomar el control sobre los poderosos. El plano al
que ha sido relegado Cabello trae para el país una buena y una mala noticia. La
buena, Diosdado pierde influencia en el seno de PSUV y pronto estará, cual
Rafael Ramírez o Elías Jaua, sometido a un despido indirecto, degradado a una
responsabilidad menor. La mala, que de esa disputa Maduro-Cabello no puede
salir nada bueno para el país, porque los dos representan el atraso y la
barbarie política.
Si
personajes como Diosdado Cabello no entienden el poder del mandato popular,
quedarán relegados a simples y ordinarios surtidores de moringa, segundones sin
voz ni mando.
@carlosvalero08
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