Por Ricardo Ríos
Desde el 6D, en Maduro han
sido tan importantes los hechos como las omisiones.
Ante la victoria de la ya
casi-no-más oposición democrática, tuvo un momento de cordura al reconocer los
resultados, para luego extraviarse en un laberinto de conductas discordantes
que hacen dudar de su equilibrio emocional ¡Hasta inventó un quimérico fraude y
se escondió una semana en Cuba! Bien podría confundir a cualquiera de sus
biógrafos, si hubiese alguien interesado en escribir sobre su vida.
La corriente política de los
triunfadores suele ser arrolladora y encandila al derrotado. Vaya que nos costó
aprender que el chavismo ganó elecciones porque sacó más votos y contó con más
maquinaria electoral, CNE incluido.
Maduro calla que la gente se
organizó para cuidar sus votos en los centros y que la MUD supo canalizar ese
entusiasmo hasta hacerlo victorioso. Se marcó, como en el fútbol, al PSUV
frenando triquiñuelas y fraudes, hasta impedir las operaciones que enturbiaron
la contienda Capriles-Maduro
El hilo conductor de todos los
disparates ha sido esquivar su responsabilidad. Siguiendo a su psiquiatra Jorge
Rodríguez, Nicolás asume la autocrítica de una manera evasiva, como cuando le
construyó aquella derrota a Aristóbulo Istúriz en las elecciones de la CTV en
2001.
Ahora, como antes, saca una
lista de culpables donde su nombre es omitido. De la tragedia a la comedia,
Maduro esconde que el aparato electoral del PSUV, a pesar de contar con todos
los recursos del estado, fue derrotado organizativamente por la MUD.
Le pidió la renuncia a sus
ministros y a la DN del PSUV, pero todos siguen enchufados intercambiando
insultos y acusaciones oblicuas sobre corrupción y negligencia, sin sanciones.
Un equilibrio de complicidades digno de la Cosa Nostra.
La DN del PSUV convocó a un
congreso extraordinario sin conclusiones y a un cónclave sobre economía
socialista, que disolvieron cuando sus participantes desmontaron el cuento de
la guerra económica, reconociendo el fracaso de su política. Delirantes, los
tapadores de oficio llegaron a insinuar que Alí Rodríguez y Jesús Farías eran
unos neoliberales.
El peor “mejor amigo” de
Maduro extendió sus funciones como presidente de la AN hasta el último minuto
para impedir, con su espuria y menguante mayoría, el buen desempeño del nuevo
parlamento.
Como guinda de semejante
torta, inventaron unas impugnaciones a destiempo, tan mal redactadas que sus
propios magistrados express de la Sala Electoral del TSJ las rechazaron en dos
oportunidades, aceptando una cargada de vicios.
En la otra acera, el país vio
cómo los sectores democráticos resolvieron sus diferencias de manera franca,
con la elección del nuevo presidente de la AN, el que no ganó dictó los
lineamientos de la gestión. Con serenidad y firmeza se defienden los votos que
eligieron a los 112 diputados que le abrirán las puertas a los represados
torrentes democráticos que corren por nuestras venas.
Esto comienza a terminar. Vamos
bien
05-01-16
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