Por Luisa Pernalete
No son todavía las 7 de la
mañana. Una señora de mediana edad, de aspecto sencillo, se recuesta en el
pasamano al subir la escalera del metro estación Chacaíto. Se siente mal, como
mareada. Nos vamos deteniendo varias mujeres. Una la ayuda a sostenerse, luego
me paro yo y pregunto qué le pasa, se nota pálida, ¿comió algo? , le pregunto,
“- un poco de café”- contesta. Se para otra, recomienda sacarla donde haya
menos gente, le toma el pulso y saca un abanico para darle un poco de aire.
“Debe ser un bajón de azúcar”.
Recuerdo que cargo una fruta para mi merienda y
se lo doy. Las tres mujeres nos miramos y pensamos lo mismo: lo que tiene es
hambre. “El cambur tiene azúcar y potasio”, dice la otra señora. Me alejo
preocupada.
Dos días después, también
temprano, ahora saliendo del vagón del metro Capitolio. Esta vez, escena
similar, pero los protagonistas son un niño de unos 8 años y una señora que
presumo es su abuela. El niño sentado en el suelo de un pasillo cercano
al andén. “¿Qué le pasa?”, le pregunto, -“Está mareado”-, me contesta la
señora, mientras le acerca un frasquito con alcohol para reanimarlo. Está
pálido el chico. Hago la otra pregunta de rigor: “¿Ha desayunado?”. –“
No”, dice la presunta abuela. – “No ha comido nada” agrega. Saco de nuevo mi
ración de potasio. La señora sonríe y agradece. El niño anda limpio y
arreglado, la señora también, No son pordioseros, no son pedigüeños. Sólo son
venezolanos con hambre.
Cada día son más los que
entran al metro a pedir “algo, lo que puedan dar”, también en los autobuses se
han incrementado. Me llama la atención algunos discursos como este del otro
día: “No les voy a mentir diciendo que pido para una medicina: pido para
comprar algo de comer porque tengo hambre”. Siempre hay gente que saca algún
billete, aunque sean de esos que según Victoria, de 5 años, “no sirven para
nada”, pero unos cuántos de esos servirán para algo.
De las dos primeras escenas
me quedan estas reflexiones: primero, no todo el mundo es insensible, eso no es
verdad, me molestan esos discursos generalizados y negativos sobre nosotros
mismos. No resolveremos todo, pero no se piensa demasiado para ayudar a otro,
aunque no sea nada nuestro. Lo segundo es que hay que prepararse para ayudar
mejor. Recuerdo que la Cruz Roja Internacional ofrece unos cursos de Primeros
Auxilios, voy a pedir uno sobre qué hacer en caso de desmayos por hambre,
porque esto va a continuar. Tercero, hay que insistir en medidas de
emergencia, canales humanitarios, salidas solidarias aunque sean por un tiempo
y focalizados, aunque me tilden de “asistencialista”, sin dejar de luchar por
soluciones a mediano plazo que apunten más a las causas de esta hambre ambulante.
Estoy pensando en “Me diste de comer” en Guayana. Sonrío recordando que en
Miranda han conseguido recursos para que 170 escuelas estén abiertas en
vacaciones y así dar de comer a unos cuantos niños y niñas, y aunque se
deberían haber abierto 10 mil, como dice Juan, pero hoy me alegro por las 170.
Me entra un fresquito cuando recuerdo que en Barquisimeto hay un equipo de
profesionales que voluntariamente están asesorando a Caritas de esa ciudad para
proyectos de emergencia alimentaria.
Mientras tanto he decidido
incluir más raciones de frutas en mi cartera; aliento y apoyo a quienes
se organizan para acciones más colectivas. Mitigar el hambre al menos del que
tenga a mi lado.
18-08-16
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