Por Luis Pedro España
El día de ayer los partidos de
la oposición firmaron un pacto de unidad y gobernabilidad. Estar inmersos en
una lógica exasperante por salir de esta pesadilla de gobierno, ha hecho que la
firma del pacto, si bien no paso bajo la mesa, al menos no tiene la espectacularidad
del paro del día de hoy, los trancazos de ayer o la próxima hora cero, que si
bien nadie sabe muy bien de que trata, todos la esperan como si fuera el final
tan ansiado.
Pues bien, se firmo un pacto
para ser gobierno. Desplazar del poder a la actual cúpula, la aspiración desde
donde ciframos las esperanzas de corregir el rumbo y solucionar los problemas.
El objetivo que persiguen las acciones que concentran nuestra atención diaria,
en otras palabras dejar la penuria de vivir del sobresalto por culpa de una
revolución que ha cubierto absurdamente de muerte y temor a todo un país, se
convirtió desde ayer en un compromiso que une a los partidos políticos y la
sociedad que los acompaña.
¿Para qué un pacto? Lo que
ocurrió ayer es un despeje de incertidumbre sobre lo que sería un próximo
gobierno de la Unidad. Allí, antes que un "plan de gobierno", se
establecen las reglas de lo que serán los próximos gobiernos. Tal como lo
entendería cualquiera que haya vivido los últimos 5 años en Venezuela, nuestros
problemas no se resolverán con un simple cambio de gobierno. Esto es más
complejo. Necesitamos de varios gobiernos, de una sucesión continuada de buenas
políticas y mejores correcciones. Para ello necesitamos alternancia
democrática, esa que la soberbia autoritaria que nos acompaño por años, no solo
nunca entendió, sino que jamás podrá aceptar, que se equivocó, que fueron más
sus errores que aciertos y que haberse empecinado en ellos para cuidar sus
mezquinos intereses bajos y materiales, nos trajeron hasta aquí.
Pues bien, necesitamos una
orientación pero con la posibilidad de cambiar si ello es necesario, y eso sólo
es posible, si los actores políticos que comulgan objetivos pero difieren en
los medios, se ponen de acuerdo en función de perseguir los fines nacionalmente
acordados, cooperar entre sí y cada cierto tiempo someter a consulta al pueblo
sobre como van las cosas.
Eso tan relativamente
elemental ha sido el compromiso de ayer. Asumir el rescate nacional y cooperar
para logarlo, aun cuando el gobierno pueda cambiar, precisamente porque el
anterior no lo hizo lo suficientemente bien a como lo esperaba el pueblo.
Los partidos de la Unidad se
comprometieron a gobernar juntos, pudiendo cambiar de líder, de enfoque, cuando
el pueblo lo decida, pero si perder el norte, el objetivo central del acuerdo:
lograr el bienestar nacional, especialmente el de los venezolanos más humildes.
Eso solo lo pierden firmar losas demócratas. Así pues y tras el desastre que
tenemos como realidad nacional, la única forma de llevar adelante las reformas
y las políticas que nos sacarán de este agujero, requerirán de grandes
consensos políticos que permitan que las políticas se mantengan, en sus líneas
generales, con independencia de los gobiernos en particular. El acuerdo de ayer
no solo es una receta de para gobiernos de coalición, sino que además da
algunas garantías para lo que será el futuro. Habla de justicia, no de
venganza. Promete entendimiento y reconciliación, pretende la inclusión y la
garantía de que nadie vaya a prisión por pensar distinto, se le arrebate su
derecho a salir o entrar al país, a reunirse para perseguir el ideal humano que
se prefiera, así como disfrutar de la libertad de expresión que nos han
confiscado y abolir la fascista práctica de la amenaza pública y la
intimidación mentí a como forma de mantener a los "enemigos" a raya.
Se señalan algunas pautas de
comportamiento inmediato. Se compromete a que el primer gobierno de la
democracia abandone la trágica práctica de la reelección inmediata y con ella
el abandono del mesiánico en favor del institucionalismo.
Obviamente, para los que
llevan años sin entender nada y tergiversándolo todo, lo de ayer fue alguna
fantasía conspirativa. Un llamado a un gobierno paralelo o quien sabe que otra
estupidez propia de la antigua guerra fría. Nada de eso se corresponde con la
realidad, ayer asistimos a la firma de un acuerdo democrático que, como ocurrió
en muchos otros países Latinoamericanos que vivieron en los años ochenta
trances populistas como el nuestro, salieron de sus sombras con un acuerdo de
gobernabilidad que los guió por tres o cuatro lustros, manteniendo lo bueno de
cada gobierno y desechando lo malo.
No estamos sino dando los
pasos para salir de la pesadilla, lástima que hallamos tardado tanto.
20-07-17
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