Por Leonardo Padrón
Usted puede darle el nombre
que quiera. Puede decirle consulta popular. O soberana. O, como dicta la
tradición, llamarlo plebiscito. También puede asumirlo como la gran encuesta
nacional, la que recogerá la opinión de todo el país electoral, el país que tiene
edad para votar y elegir, para respaldar o rechazar, para elegir otro destino o
persistir en la pesadilla. En realidad no importa el nombre que le de. Importa
el sentido que tiene ese día. Importa que todos nos hemos puesto de acuerdo
para -en un mismo domingo- expresar nuestra opinión, para responder tres
preguntas que contienen el talante definitivo de nuestro futuro. Importa que la
democracia, a pesar de lo sangrante y herida que está, le pide hoy a los
ciudadanos que la invoquen, que digan lo que piensan sobre sus gobernantes, que
lo expresen de la forma más sencilla posible: con un lápiz, con su cédula
laminada y su verdad. Para que el mundo, y nosotros mismos, y los hombres que
rumian su poder en Miraflores, oigamos la opinión de todos y cada uno de los
que forman parte de un mapa, un gentilicio, una razón de ser llamada Venezuela.
Ellos dicen que no es legal,
ni vinculante, que es sedicioso, que solo procura violencia, que si el CNE no
participa no vale, que necesita el visto bueno del TSJ, de los hermanitos
Rodríguez, del Contralor, del Foro de Sao Paulo en pleno, y hasta algún gesto
inequívoco del eterno. Ellos andan nerviosos, inquietos, desajustados. No
duermen bien, botan el café, se tropiezan con las vocales. Buscan esquinas
oscuras en la constitución, le tuercen la oreja a los artículos, inventan leyes
y sentencias de última hora. Quisieran saltarse el domingo 16 de julio,
expropiarlo, que sea declarado un día postizo, inexistente, falso en el
calendario. Ruegan por un milagro que los ayude a frenar la avalancha, el
tsunami, la tormenta. Porque lo que asoma en el horizonte para Nicolás Maduro y
su siniestro régimen es un desastre natural de enormes proporciones. Estamos
hablando de millones y millones de personas, venezolanos todos, que expresarán
de forma cívica, pacífica y organizada su ya basta, su no queremos
más dictadura, su exigimos democracia y elecciones libres. Gente en
todos los municipios y rincones, en todos los estados y esquinas, en decenas de
ciudades en el resto del planeta, que marcará tres veces sí. Sí para expresar
su rechazo a la Constituyente. Sí para demandar a la Fuerza Armada Nacional
obediencia a la constitución y respaldo a la Asamblea Nacional que nosotros
mismos elegimos. Sí para renovar los Poderes Públicos, para conformar un
Gobierno de Todos, para realizar elecciones libres, para restituir el vapuleado
orden constitucional. Tres veces sí para ser enfáticos, para que no queden
dudas, para dejarle claro a la dictadura nuestro multitudinario deseo de volver
a vivir en democracia.
Todos los muertos que han
caído bajo la metralla del régimen, todos los que han recibido perdigones y
bombas lacrimógenas en sus ojos, piernas y rostros, todos los que se llenan de
oscuridad y oprobio en las cárceles, todos los que han recibido patadas y
golpes en su dignidad, todos los ultrajados y robados por los colectivos y la
Guardia Nacional, todos los que se tuvieron que ir del país, todos los que se
quedaron sin presente ni sospecha de futuro, todos los que han sido saqueados,
allanados, violados, humillados, amenazados, intimidados, burlados, todos,
absolutamente todos, tendrán la oportunidad de expresar su opinión. Incluso los
indiferentes, los temerosos, los replegados. ¿Acaso hay algo más vinculante que
el sentir del propio país expresado en cada uno de sus individuos? ¿Hay algo
más democrático y honesto que pedirle a todos los ciudadanos que manifiesten su
opinión, sin manipularlos, sin obligarlos o amenazarlos con despedirlos de su
trabajo o no darles la limosna de los CLAP?
Eso es lo que va a pasar el
domingo 16 de julio, en más de dos mil puntos soberanos y más de catorce mil
mesas de votación en toda Venezuela. Eso es lo que va a pasar en más de 70
países del mundo y 430 ciudades del exterior, por donde andan tantos
venezolanos, errantes y melancólicos, huérfanos de país y de rumbo, con la
nostalgia atragantada en el alma. Es imposible no participar en el evento más
democrático de los últimos tiempos. Es un nuevo e inmejorable chance para ser
protagonistas de nuestra historia. Es un gesto colectivo que expresará nuestra
aspiración de volver a ser un país normal y decente, y no la región más sórdida
del continente. Hemos marchado sin descanso. Hemos dejado la piel en la calle.
Hemos manifestado de todas las formas posibles. Han sido más de cien días de
protesta febril, más de noventa muertes dolorosísimas, mas de mil heridos y
cientos de presos políticos. Ahora nos toca enfrentar una cifra más pequeña
pero decisiva. Nos toca decir tres veces SÍ. Tres veces en una planilla.
Millones y millones de personas diciendo tres veces SÍ.
Y que se exprese el deseo
multitudinario de los ciudadanos. Que el país tome la palabra. Que la dictadura
termine de entender que se ha vencido su tiempo. Que es el momento de irse y
darle el paso de nuevo a la democracia.
Es hora de levantar el sol.
De atizar la dignidad.
De volver a empezar todos de
nuevo.
13-07-17
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