Alberto Barrera Tyszka 03 de octubre de 2017
El
pasado 26 de septiembre, el presidente Nicolás Maduro fue condecorado con la
Cruz del Comando Estratégico Operacional. El acto militar se realizó en una
base aérea cercana a Caracas y, al momento de hablar, el Presidente de
Venezuela dijo que “hoy la patria sustenta su unión en la cohesión de esta
Fuerza Armada Nacional Bolivariana”. No solo se refería a una cuestión de orden
y represión de las protestas públicas. Maduro se refería, sobre todo, a una
sociedad cuyo principal protagonista es la fuerza armada. Finalmente, Maduro ha
cumplido el sueño de Chávez: los militares son el motor de la historia
venezolana.
Es
necesario recordar que, hace un poco más de un año, obligado finalmente a
reconocer la terrible crisis económica y social por la que pasa el pueblo
venezolano, el presidente decidió crear un orden mayor, la Gran Misión
Abastecimiento Soberano y Seguro, con más poder que todos los ministerios, dedicado
a combatir el desabastecimiento de comida y de medicinas. Al frente de esta
nueva misión designó al ministro de la Defensa, General en Jefe Vladimir
Padrino López. Fue un paso definitivo en la creciente militarización de la
gestión administrativa del Estado. Esa ha sido la constante más clara del
gobierno de Maduro: cederle la economía y la política a la fuerza armada. En la
famosa “unión cívico militar” que tanto pregona el oficialismo, los civiles son
cada vez más un adorno. La historia ahora se viste de uniforme
El
avatar de Twitter de Padrino López es una foto en la que aparece vestido en
traje de campaña, con el uniforme lleno de polvo, cargando un fusil y trotando
hacia adelante. Hay algo cinematográfico y heroico en esta imagen del general
Padrino López. Aunque su discurso invoque insistentemente la paz, su carta de
presentación es un fusil. Hace pocos días, en un foro público, volvió a repetir
que las marchas populares que se dieron en Venezuela entre abril y julio no
eran “manifestaciones pacíficas” sino “operaciones subversivas”. Es curioso ver
cómo los supuestos revolucionarios de izquierda del siglo XXI utilizan los
mismos argumentos que los gorilas derechistas del siglo XX.
El
informe de la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos
Humanos, sin embargo, tiene otra versión. Señala el uso sistemático de la
fuerza y la utilización de armas letales por parte de las Guardia Nacional
Bolivariana en contra de los manifestantes, dando por resultado denuncias sobre
5051 personas detenidas arbitrariamente, allanamientos ilegales, tortura, uso
de tribunales militares para juzgar a civiles, así como el registro de más de
100 asesinatos. Para cualquier venezolano, la imagen del general Padrino
apretando un arma entre sus manos es lo contrario de una metáfora de la paz.
Pero
al ministro le gusta filmarse y promoverse en las redes sociales. No es ninguna
novedad. Twitter es un método express de banalización del discurso. Gracias a
esta red social, todos podremos ser líderes políticos, aunque solo sea por unos
segundos. Hace unos meses, en julio de
este año, Padrino López colgó en su cuenta un video donde aparecía en una
práctica militar, agazapándose y disparando a algunas siluetas, corriendo,
saltando entre neumáticos, ocultándose, volviendo a disparar. Es una secuencia
de entrenamiento bastante común en algunas películas o series de tv. Al final,
un tanto jadeante, mirando a cámara, el ministro ofrece un mensaje a propósito
de la soberanía y la independencia.
El
esquema del guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si
tuviera la fantasía secreta de ser un youtuber.
No es
su única pieza fílmica. Ya en otras oportunidades, y en otros contextos, ha
producido y actuado en otros breves capítulos: el general entrando a su oficina
y hablando de la patria y la unidad nacional. El general en un cuartel
recibiendo su ración de comida como cualquier otro soldado, y conversando
amenamente con algunos compañeros. El general en el campo sosteniendo en sus
manos dos frutos, mientras comenta algunos detalles sobre las posibilidades de
reposicionar al cacao dentro de la producción agrícola nacional. El esquema del
guion siempre es igual: Padrino López le habla a la cámara. Como si tuviera la
fantasía secreta de ser un youtuber.
Nada
de esto es casual ni aislado. Es otra expresión simbólica de un proceso que
viene desarrollándose en Venezuela desde hace años. En 1999, cuando asumió por
primera vez la presidencia, Hugo Chávez sabía claramente cuál era su proyecto,
cómo y con quien pensaba gobernar. “Yo no creo en los partidos políticos. Ni
siquiera en el mío. Yo creo en los militares”, le dijo a Luis Ugalde, rector
para ese entonces de la Universidad Católica Andrés Bello. Casi veinte años
después, Venezuela más que un país es un derrumbe, un caos que desafía
cualquier pronóstico y demuestra que no hay límites, que siempre se puede estar
peor.
La
inflación se calcula en un 700 por ciento, la población se encuentra al borde
de una crisis humanitaria en todos los sentidos, la práctica política está casi
paralizada, la represión es cada vez mayor y la libertad de expresión es cada
vez menor, la independencia de poderes no existe. La única institución que
parece haber sobrevivido es la fuerza armada. Ese es el verdadero logro de la autoproclamada
“Revolución Bolivariana”. El socialismo del siglo XXI es, en el fondo, una
rentable empresa militar.
Los
ciudadanos, no obstante, conocemos muy poco del mundo militar. No sabemos nada
de sus reglas internas, de sus protocolos y de sus acuerdos. No manejamos sus
códigos. La dirigencia política de la oposición tampoco sabe qué pasa en el
interior de la fuerza armada. Los militares de Venezuela son un enigma que se
presta a muchas especulaciones.
Más de
una vez, tanto nacional como internacionalmente, algunos han creído que los
militares actuarían decididamente en contra del gobierno y, sin embargo, la
historia ha demostrado lo contrario. Incluso cuando de manera más evidente el
gobierno ha violado la Constitución o actuado al margen de las instituciones,
la fuerza armada siempre se ha puesto de su lado. Y, de hecho, se ha definido
como chavista adoptando la misma marca que el partido de gobierno. Al igual que
el liberalismo, también el socialismo puede ser salvaje y privatizar hasta el
orden público y la defensa de la patria.
Chávez
diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno
una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por
los militares
Suelen
esgrimirse dos argumentos para explicar esta sumisión. El primero tiene que ver
con el soporte económico y los privilegios que el oficialismo le ha otorgado
durante estos años a la fuerza armada. El segundo con el proceso de
ideologización que, también desde hace años, mantiene el chavismo sobre la
institución. Ambos pueden ser ciertos. Sin embargo, hay que considerar otra
hipótesis: que en realidad el oficialismo no controla al estamento militar. Que
la Fuerza Armada Bolivariana ya es un poder independiente, una gran
corporación, con sus propias peleas internas pero también con mayor sentido de
cuerpo y de respeto a las jerarquías. Y que, por el contrario, Maduro quizás
solo sea la fachada civil de un gobierno militar.
Durante
estos últimos años, la fuerza armada se ha consolidado como un importante
holding económico del país. Aparte de ocupar puestos fundamentales en la
gestión pública, los militares tienen 20 empresas en sectores estratégicos
claves que van desde la producción de armamento hasta la distribución de agua y
alimentos, pasando por la explotación de hidrocarburos y minería. Poseen y
manejan medios de comunicación, compañías de seguros, compañías constructoras,
empresas de transporte y una entidad bancaria. Todo esto sin contar las denuncias
que existen sobre la estrecha relación con el narcotráfico y con otras ramas
del crimen organizado.
Un
ejemplo de la fragilidad del Estado y de los ciudadanos ante el poder militar
en Venezuela es el Servicio Bolivariano de Inteligencia Militar, dirigido por
otro general, Gustavo González López. Este cuerpo actúa con absoluta
independencia e impunidad. Tan es así que varios detenidos del SEBIN siguen
presos, a pesar de las órdenes de liberación emitidas por tribunales civiles.
Es una prueba palpable y grotesca de que la justicia, en Venezuela, no depende
de los jueces sino de los militares.
Chávez
diseñó y desarrolló un modelo donde los civiles cuentan para darle al gobierno
una escenografía democrática, pero donde el poder real debe ser ejercido por
los militares. Sin embargo, en la mesas de diálogo y en la negociaciones, nunca
participan directamente. ¿Quién habla por ellos? ¿Acaso realmente Maduro y el
oficialismo los representan? Cualquier salida a la crisis de Venezuela pasa
necesariamente por responder estas preguntas. Es indispensable sincerar la
situación, aceptar que los militares son un poder de facto que debe
incorporarse de manera independiente a cualquier negociación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico