Por Marino J.
González, 19/08/2015
El colmo del
voluntarismo y de la incompetencia en el manejo del Estado. Es lo menos que
puede decirse. Ahora resulta que el gobierno, por arte de una expresión verbal,
decreta que en Venezuela se comenzará a exportar. Así de sencillo. Basta que
alguien se acordara del “pequeño detalle” de que se acaban lo dólares y que lo
que aporta el petróleo no es suficiente, para que aparezca el recurso de última
hora, la solución mágica: exportar cosas diferentes al petróleo. Listo, genial,
unas cuantas órdenes por acá y otras gestiones por allá, y el país se
convertirá en una potencia exportadora de otros bienes que no sean barriles de
petróleo.
Es evidente que en
el gobierno la previsión y el conocimiento no son recursos en abundancia. Para
exportar bienes y servicios que agreguen valor, se necesita una economía muy
diferente a la actual. Se requiere un marco institucional que provea
estabilidad y confianza. Para que aquellos que tengan ideas y recursos pueden
desarrollar la cadena de valor que le permita elaborar productos atractivos en
el mercado internacional. A sabiendas, por supuesto, de que los estándares de
calidad en ese mercado internacional son cada día más rigurosos porque la competencia
es cada vez mayor. Tiene que ser un excelente producto para que se hagan
pedidos y se paguen en una moneda sólida. Y para que eso pase, el precio tiene
que ser atractivo. Si la tasa de cambio ocasiona que cueste mucho al que está
pensando pagar, el asunto se resuelve comprando en otra parte donde el precio
en la moneda de cambio sea más atractivo. Es decir, al final del camino, lo que
determina que un país exporte valor agregado son condiciones adecuadas para
producir, y condiciones adecuadas para vender en el mercado externo.
En ambos aspectos,
producir y vender en el mercado externo, Venezuela está en los peores niveles
en el planeta. La destrucción de la producción está por doquier. La práctica
anti sector productivo, y la estatización de la vida económica, son los
ingredientes para que no exista inversión, y se paralice toda creación de
valor. Nada más ver lo que está pasando con los alimentos, da una buena idea de
lo que está sucediendo en toda la economía. Y por supuesto, ligado a lo anterior,
está la persistencia de un régimen de controles, que hace completamente
inviable que se pueda producir y competir en el mundo.
En 1998, Venezuela
obtenía 32% de las divisas por la exportación de bienes diferentes al petróleo.
Eso significaba aproximadamente 5 mil millones de dólares. La destrucción
económica que se ha realizado en el país, por las erradas políticas de los
últimos tres lustros, han provocado que en 2014 (según cifras de la OPEP),
Venezuela solo obtuviera 4% de divisas por exportaciones no petroleras. Eso
significa menos de la mitad del monto de exportaciones no petroleras de 1998.
Esta proporción se ha mantenido en esos niveles desde 2008. Por supuesto, casi
la totalidad de la capacidad productiva que existía en 1998 ya ha desaparecido o
se encuentra en gran deterioro.
Ese es el dramático
resultado de la visión estatista y totalitaria en el manejo de la sociedad
venezolana. Se ha producido el mayor daño posible a la capacidad de generación
de valor en el país. Si a ello se le suma el éxodo de recursos humanos de la
mayor calificación y la estrategia para cercar a la universidad pública,
generadora de conocimientos y posibilidades, se tiene una idea bien precisa de
las consecuencias de estas nefastas políticas para el desarrollo del país. Es
claro que todo esto puede ser revertido. Algunos aspectos serán de solución más
rápida que otros. Pero es también muy evidente de que la única forma de hacerlo
es enrumbando al país hacia una economía abierta, respetuosa de los derechos de
propiedad, garante de la inversión y de la innovación, sin controles y
distorsiones, en fin, creadora de riquezas y valor. Nada parecido al patrón
seguido por el actual gobierno.
Politemas, Tal
Cual, 19 de agosto de 2015
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