Por Roberto Patiño
En momentos de profunda
crisis como los que atravesamos ahora en Venezuela, podemos ceder a la
desesperación y el miedo. Podemos perder la esperanza, culpar a otros de
nuestra realidad y resentirnos con aquellos cuya situación es diferente a la
nuestra.
El discurso y las
acciones del gobierno, con su sectarismo, su defensa a ultranza del poder por
sobre las necesidades del país, que criminaliza a quienes cuestionan sus
procedimientos o critican sus acciones tratándolos de traidores y enemigos,
apela a este sentimiento terrible del que hablamos. Continúa una visión de
violencia, conflictividad y resentimiento.
Esta narrativa gubernamental
hace un relato del país signado por el miedo y la desconfianza entre nosotros.
Desde allí, las relaciones se dan solo a través del sectarismo o el
sometimiento a un grupo en el poder, so pena de ser castigados o excluidos. Es
una visión de enemigos y facciones irreconciliables.
Cuando vemos la represión de
las fuerzas policiales, con violaciones a derechos humanos cometidas sin
restricción o penalización, así como actos de violencia en los “microsaqueos”
que se producen diariamente en el país, con su saldo de desesperación y dolor,
podemos creer que esa visión se ha convertido en nuestra realidad.
Y no es así.
En momentos de profunda
crisis como la que vivimos actualmente, la gente también toma la
responsabilidad sobre sí misma y su entorno, y se encuentra con otros para
buscar aliento, ayuda y enfrentar la adversidad.
Esta experiencia la hemos
vivido de primera mano en estas semanas. En nuestra iniciativa
#alimentalasolidaridad, logramos articular con miembros de la comunidad,
organizaciones y otros sectores de la ciudad para lograr dar una comida diaria
a 240 niños durante 8 semanas, en el período de vacaciones. Una acción que
hubiese sido imposible de lograr sin el esfuerzo y el compromiso de toda la
gente involucrada, baja una visión de solidaridad y convivencia auténticas.
Miembros de la comunidad,
como la señora Juana, que ayudaron a organizar a sus vecinos, detectando cuales
estaban en mayor situación de riesgo para ser los primeros beneficiarios de los
almuerzos. La señora Juana busca a gran parte de los niños, avisa a sus padres,
para llevarlos a tiempo y asegurarse de que sean alimentados. Con otras mujeres
de la comunidad, se encarga de la preparación de las comidas y aportan parte de
los ingredientes para su preparación. Los niños confían en ella y ya la llaman
“Mamita” cuando la ven venir.
Hemos contado con la ayuda
de nutricionistas para elaborar menús adecuados y con estudiantes y jóvenes que
realizan una labor de voluntariado para apoyar el servicio de los niños, en
instalaciones que han brindado su espacio para servir de comedor. Personas en
otros sectores de la ciudad han logrado obtener los insumos necesarios para
mantener la iniciativa durante el tiempo estipulado.
Las comidas se han
convertido en espacio de encuentro, donde la gente puede intercambiar
información, estrechar lazos y a veces sencillamente compartir experiencias y
ser escuchados. Muchas vivencias son estremecedoras y la situación de padres y
niños es extrema, pero también se reconoce la diferencia que este esfuerzo marca
en las vidas de las personas, como ayuda inestimable para atravesar la
situación y también como experiencia reveladora de la trascendencia de los
vínculos de solidaridad forjados.
Es cierto que son necesarios
profundos cambios políticos y económicos para generar soluciones estructurales
que nos permitan salir de la crisis en la que estamos sumidos. Pero también es
verdad que estos cambios no podrán darse sin tomar en cuenta a todos los
sectores de la sociedad, con su partición y compromiso.
El actual momento de crisis
se recrudece y empeora en el desánimo y la fragmentación. Exige de nosotros el
reconocimiento de los problemas y de nuestras capacidades, cualesquiera que
estas sean, para juntarnos y organizarnos para enfrentarlas grandes
contrariedades, produciendo soluciones reales y duraderas. Cada día que
logramos poner un plato de comida frente a un niño nos damos de esto. Un
cambio en la vida de una persona que se da gracias al poder del encuentro de
muchas otras, afectándola positivamente.
Esa es nuestra verdadera
realidad.
En esta semana una
iniciativa inspirada en nuestros sancochos se produjo en Margarita y sus
organizadores lograron alimentar a 150 personas. Ya llevan otro hecho y buscan
hacer al menos un sancocho por semana. Como nosotros, también han reconocido y,
más importante aún, están ejerciendo, el enorme poder de reconstrucción y
cambio, de solidaridad y convivencia, que en medio de esta dura situación
genera el encuentro.
15-08-16
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