Por Luis Pedro España N.
El gobierno se va quedando
sin excusas. Los poderes fácticos que lo acompañan también. Es imposible saber
qué pasará con la fragmentada coalición que nos gobierna, cuando las
explicaciones que se han dado para ocultar todo lo malo que lo han hecho
pierdan hasta la más mínima similitud con la realidad. Algunos dirán que
inventarán otras. Es cierto, pero tampoco es tan fácil. Cada nueva fantasía
explicativa deja un lastre de seguidores que abandonan el proyecto y la soledad
se convierte en presencia manifiesta. ¿Cuál será el último soporte que perderá
el gobierno? Difícil de saberlo. Finalmente todos juran lealtad hasta que dejan
de serlo.
Normalmente molesto a mis
amigos economistas comentándoles la facilidad de su trabajo prospectivo en una
economía como la venezolana. Una regresión lineal parece bastar para presumir
una caída de hasta 14 puntos del producto para este trágico año que llevamos a
cuestas y, lo que es peor, nada indica que los próximos años tengamos noticias
distintas en el futuro previsible.
Reducida nuestra capacidad
de producir bienes y servicios a una incógnita, a lo que puedan ser el total de
las importaciones, y supeditadas estas últimas al residuo que resulta después
de haber honrado los irresponsables pagos externos, nuestras importaciones
terminan siendo poco más de 1 dólar por venezolano al día. Con ese nivel de
importaciones pareciera ser un milagro que cualquier hogar venezolano medio
monte algo que comer el día de la Navidad que viene.
Este gobierno ha hecho de
esa simplificación macroeconómica una realidad campante. Nuestra
superdependencia petrolera nos ha convertido en ya no en una economía de
puerto, sino en una de embarcadero. Colgados de la liana petrolera no sólo nos
han empobrecido batiendo todos los récords históricos, sino que además han
destruido incluso al sector del que dependemos. La producción petrolera ha
caído tanto que cualquier proyección optimista del precio no nos alcanza para
vivir.
El aterrador pronóstico
económico y el arrastre de una crisis social que acumula los tres años, hace
pensar que las contradicciones internas, el fin de las excusas y el cinismo del
discursos van a propiciar algún desenlace que, pareciera no entenderse, en la
medida en que se posponga más impredecible será y puede que más indeseado
también.
Adelantarse antes que las
cosas caigan por su peso es una responsabilidad urgente de todos aquellos que
no formamos parte de las excusas o de los intereses que se aferran a este sin
sentido. Presionar por los derechos de los venezolanos a participar
constitucionalmente en las decisiones del Estado es el único camino responsable
para impedir que los daños sean mayores. Obviamente bajo este régimen excluyente,
que condenó la participación popular a la obediencia cuartelaría, el único
camino de incidencia en lo que es competencia e incumbencia de todos, termina
siendo la protesta y la movilización.
El gobierno ha cerrado todo
camino institucionalizado para canalizar la disidencia y el desacuerdo. Ha
llegado al extremo de clausurar poderes públicos por el simple pecado de
oponérsele a sus políticas y preceptos. Así han puesto las cosas y no conformes
con reducir la economía a la sobrevivencia, han limitado la política a la
protesta cívica. Única legítima y disponible para el ciudadano común, e
instrumento para impedir que también supriman lo único que nos queda de
democracia: el voto.
La semana que viene valdrá
la pena protestar, por el revocatorio, por el voto y por su poder para cambiar
las cosas.
18-08-16
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