IBSEN MARTÍNEZ 28 de febrero de 2017
Dos
hermanos partieron del condado de Cork, Irlanda, con rumbo a Angostura, sobre
la margen derecha del río Orinoco, en algún momento de 1817. Se habían enrolado
en un contingente mercenario contratado en Londres, con ofrecimientos
engañosos, por los independentistas venezolanos que combatían a las unidades
escogidas del Ejército español, bajo el mando del general Pablo Morillo. Se
llamaban Brendan y Jonás McGee.
De acuerdo
al asiento que hizo en su bitácora el sujeto que los reclutó en Dublín, Brendan
era aprendiz de talabartero. De la profesión de Jonás, nada sabemos. Lo que sí
es casi seguro es que ninguno de los dos había empuñado jamás un arma de fuego.
Sin
embargo, como tantos otros de los miles de compatriotas suyos que se alistaron,
Brendan y Jonás se cuidaron mucho de admitirlo. Eran, simplemente, los hermanos
menores de una familia extendida muy pobre que prefirieron correr el albur de
una campaña militar en un lugar perdido en el mapa de Sudamérica a morir de
hambre en Irlanda. Es sabido que en Irlanda había, desde hacía siglos, una
endémica propensión a morir de hambre.
El
afiche que Brendan y Jonás, ambos analfabetos, se hicieron leer en una taberna
dublinesa por un abogado borrachín del que solo he podido averiguar que se
apellidaba Aylmer fue impreso en Londres por un tal William Walton, intérprete
y plumista a sueldo del señor Luis López Méndez, designado por Simón Bolivar
para llevar adelante el reclutamietno. El afiche (posiblemente hubo varias
versiones) puede hoy leerse con una sonrisa en los labios porque contiene
párrafos dignos de un folleto turístico.
Entre
líneas, parece decir: "Viaje a las regiones más fértiles de Suramérica, a
orillas del soberbio Orinoco, combata por la libertad de Colombia y hágase rico
durante el pujante posconflicto". Hubo contratos que ofrecían un anticipo
equivalente a 200 dólares de la época, pagaderos, desde luego, en Angostura.
La
causa más frecuente de los muchos sangrientos motines de legionarios que
estallaron en Angostura y otros sitios de nuestra geografía fue, por supuesto,
el impago del anticipo. Otro motivo para amotinarse, contra los oficiales
colombo-venezolanos fue la yuca amarga. El aspecto de este tubérculo es
indistinguible del de la yuca dulce, que sanchochada o a la brasa acompaña la
dieta popular venezolana y otros países del vecindario. Si no aprendes a
diferenciarlas y comes de la amarga, mueres por envenenamiento.
Los
aborígenes amazónicos descubrieron que la yuca amarga tiene altas
concentraciones del letal ácido cianhídrico (o cianuro de hidrógeno), principio
activo del curare, veneno con que se inficionan las flechas y dardos para la
guerra y la cacería.
La
hambruna venezolana, como toda hambruna, no solo mata por hambre sino, también,
por desesperación. Ya son muchas las muertes registradas entre los muy pobres
por comer yuca amarga buscando mitigar el hambre en medio de la atroz escasez
que padece Venezuela.
Los
niños, alimentados por sus angustiadas madres con el líquido lechoso que deja
el hervor del tubérculo, mueren casi en el acto. Característicamente, Nicolás
Maduro se ha limitado a advertir, con una macabra chanza televisada, que si no
se aprende a diferenciar la yuca amarga de la dulce "puede haber
problemas".
Jonás
McGee fue reportado desaparecido en la acción de Laguna de los patos, librada
en los llanos venezolanos en 1819. Su hermano Brendan fue fusilado en el
Tinaco, por haber encabezado un motín de legionarios irlandeses que vieron
morir envenenados a decenas de sus compañeros de armas. Les habían dado sacas
de yuca para alimentarse, pero nadie les enseñó a diferenciar la dulce de la
amarga.
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